EL TRAJE DEL EMPERADOR

Desde siempre me llamó poderosamente la atención aquel cuento en el que un emperador se hacía confeccionar un traje por unos timadores, supuestamente con las mejores telas y los adornos más lujosos. Por dicho vestuario el emperador, vanidoso e hedonista, pagaba una suma importante de las arcas de su imperio, o sea, de todos sus súbditos. Los pillos en cuestión le decían al emperador que aquellos eran unos tejidos especiales, que el que no los pudiera apreciar era porque no tenían la suficiente inteligencia para ser merecedores de sus cargos. Cada vez que el emperador iba a probarse, admirando su desnudez ante el espejo, no se atrevía a confesar que no veía nada más que su ropa interior, ¿cómo iba a ser el emperador un inepto?. Los cortesanos que también tenían miedo de admitir que no veían más que los michelines del coronado, a riesgo de que les acusaran de ser gente de poca valía y verse expulsados de sus cargos, abrían la boca maravillados señalando los fantásticos detalles del vestido. Los modistos se reían bien a gusto de lo necios que pueden llegar a ser los poderosos. Nadie admitía no ver más que la nada más absoluta.

LLegó el día del desfile imperial y el emperador se paseó por las calles de la capital con su traje nuevo. La población que veía a aquel hombre dar pasos con gran porte, tal como su imperial madre lo trajo al mundo, callaba ante el miedo a ser represaliados por decir lo evidente. Lo evidente era que su majestad al no admitir su desnudez tenía miedo de que todos pensaran que no era quien para disfrutar de todos los privilegios que llevaba su trono. El desfile seguía su patético curso hasta que un niño que estaba entre el público gritó "¡el emperador está desnudo!", eso hizo deshacer el silencio colectivo, las risas y los comentarios jocosos se oyeron hasta en los confines del territorio. El bochorno debió ser impresionante y los ladrones escaparon con el dinero. Yo pienso, porque eso nunca me lo contaron, que la gente viendo el tipo de gobernante tan tonto que tenían y la clase de camarilla de ensalzadores, que temían perder su situación de privilegio, les invitaron amablemente a que se exiliaran y proclamaron una república.

Hoy al leer el contenido del blog del Sr. Anasagasti me ha venido a la memoria ese cuento de mi infancia, he visto a aquel niño que escondido entre el público se atrevió a gritar una verdad tan notoria. El niño Anasagasti alzó su voz y no se retracta, su grupo no le censura, pero aquí la verdad no es tan efectiva porque he tenido que ver a Pepiño Blanco y a Acebes coincidiendo en su crítica a Anasagasti por decir simplemente que el emperador iba desnudo. Tengo constancia de que muchos socialistas que dieron su vida o que vivieron esperando la República, que Franco conjuró antes de morir, serían de la misma opinión que el Sr. Anasagasti y se avergonzarían de los que ahora lucen las siglas en las que ellos militaron.

Ya era hora de que un representante del arco parlamentario de este lamentable reino viera la realeza a través de los ojos inocentes de un niño, que aún no ha aprendido a mentir.

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