O sea que desde los mass media, cada uno en su barricada, a los que enarbolan la tricolor se les ha cerrado la puerta, el pastel se lo comen otros y no es que queramos una porción de la noticia sino simplemente que se respete la palabra república y su significado. Los que defendemos una república federal y laica, donde se refleje el derecho de autodeterminación de los pueblos y donde la religión forme parte del ámbito privado, no queremos que se nos mezcle interesadamente con Aznares y Copes, que no saben nada de democracia.
Entre las barbaridades que se han escuchado estos días de personas consideradas solventes, hay una muy curiosa. Rizando el rizo, resulta que Juan Carlos era un rey forjado en el franquismo que por arte de magia se convirtió en rey democrático tras la votación de la Constitución, porque algunos españoles eligieron en las urnas este sistema de gobierno. Claro que a este brillante caballero se le olvidó decir que cuando se votó la Constitución no se elegía entre República o Monarquía, sino entre un futuro proceso democrático o una pseudodictadura en un momento donde el miedo flotaba en el aire como hoy la polución. De esta Constitución que nació cautiva, en una coyuntura donde Franco había muerto pero no su régimen, no se puede seguir hablando de ella como si fuera dogma de fe, porque los padres de este documento no eran licenciados en democracia y porque ciertos aspectos de gran importancia no pudieron ni tan siquiera contemplarse. Este ha sido un manual que ha servido a los diferentes modelos de gobierno que se han ido sucediendo, pero resulta que ahora hay una nueva generación de modelos para el que este libro de instrucciones ya no sirve por haber quedado desfasado. La pregunta es, ¿de qué prescindimos? ¿del progreso para que nos sirva el librito? o modificamos el articulado para seguir avanzando. La respuesta es muy obvia.
Ayer mismo Xavier Vidal-Folch, director de El País en Catalunya y Jordi Barbeta, subdirector de La Vanguardia hablaron de que era mejor una monarquía parlamentaria que una república pinochetista o una república bananera. O sea, que nuestra falta de criterio y de madurez democrática es tan grave que si no tenemos la figura del rey que nos aglutine, nos ampare y nos guíe no somos capaces de convivir en un estado moderno, o sea, en una república federal y laica. Para lo que les interesa estamos preparados, podemos comprar diarios y podemos ir a las urnas cada 4 años para elegir a quienes van a vivir de nuestros impuestos durante ese tiempo. Somos un país que vive en el tiempo que marcan las democracias modelo, pero si mañana muriera el rey y sus descendientes renunciaran a sus derechos nos comeríamos los unos a los otros –debe ser por eso lo de “¡larga vida al rey!”-. Sería tal nuestro desconcierto que sin esa mano real para marcarnos el camino estaríamos abocados al fracaso democrático. Porqué nunca se oye decir a esos defensores a ultranza de la monarquía, muchos de ellos, rojos en su pasado, que bebieron champán (entonces no había cava) hasta caer redondos cuando murió Franco y que ahora dicen que ellos jamás celebrarían la muerte de ningún ser humano. Esos que fueron republicanos o admiten serlo entre sus amigos, pero que tienen que velar por su puesto, porque el que critica al sistema pierde su sitio, y ya nadie quiere llevar cuello Mao prefieren a los diseñadores de moda. Estos señores, consecuencia de sus historias, cuyas raíces están en los años del franquismo o en los inicios de la Transición, tienen que pensar que hay una generación de ciudadanos a los que no se les puede dar ese discurso porque desconocen hasta quien era Franco, no se les puede poner como antítesis de la monarquía a repúblicas bananeras o a dictaduras. Estos ilustres intelectuales igual están tan absorbidos por conceptos filosóficos que han olvidado las clases de geografía y es que nosotros vivimos, mal que les pese a ellos, entre dos repúblicas, la francesa y la portuguesa, donde las bananas sólo se encuentran en los mercados, igual que aquí. Franceses y portugueses, que hábilmente echaron a sus reyes, impusieron un sistema de gobierno democrático y moderno llamado república, al que los sufridos súbditos españoles no podemos aspirar porque nuestra estulticia nos impide llegar a los coeficientes intelectuales de nuestros convecinos, para disfrutar de un estado plenamente democrático. Es increíble ver como nos insultan con vehemencia y aún quieren que bendigamos sus memeces.
El otro día oí a un tertuliano decir que entre los prodigios realizados por el monarca estaba el haber suprimido la Corte en su reinado, no se refería a la porcina, pues se ve que el jamón ibérico es de gusto real. Al rey Juan Carlos no le hace falta Corte porque ya tiene unos políticos cortesanos que le bailan el agua, le defienden de la libertad de expresión y de ideas, es muy triste. En esa misma línea de ahorro, el sr. Gorka Knorr que normalmente no se muerde la lengua, con una sonrisa beatifica dijo: “no, si yo tengo amigos republicanos que dicen que nos sale más económico un rey que un presidente de la república”. Es para quedarte petrificado, primero por falso y segundo porque seguramente preferiríamos pagarle los gastos a un presidente al que tendríamos derecho a cambiar cada X años en las urnas, que no a un monarca y a toda su descendencia por los siglos de los siglos, nos gustase o no. En esa misma mesa otro tertuliano dijo que todos desconocíamos el fantástico e inestimable papel que jugaba el rey en los negocios de las grandes corporaciones españolas en Sudamérica, que si las empresas españolas hacían negocio allí era exclusivamente por la simpatía y el buen hacer de Juan Carlos, que tenía un amigo (todos tienen amigos, será porque el que tiene uno tiene un tesoro) que así se lo había dicho. A mi no me tranquiliza saber que en su día el monarca se codeó con ciertos personajes para conseguir beneficios para empresas que explotaron a ciudadanos sin recursos en terceros países, y claro, eso no tiene nada que ver con los regalos que recibe el rey. Pues bien, suprimamos el gobierno y la administración, tengamos sólo a este monarca que es como el “cillit bang” que sirve para todo, para que más, hagamos un clon del rey para que cuando fallezca tengamos repuesto, porque aquí como dicen todos en un acto de incongruencia intelectual somos un país de republicanos Juancarlistas. Dicen que si hubiera unas elecciones donde se presentara el monarca, éste arrasaría, y es que a los españoles nos va tener un rey festivalero, dicharachero, cazador en el más amplio sentido de la palabra y por ende una reina profesional. Todavía no tengo claro que quieren decir con eso pero si las mujeres de este país se tuvieran que mirar en ese espejo, estarían en casa, haciendo obras de caridad, admirando a una cultura elitista y en un discreto segundo puesto, claro está, que sin criadas, vacaciones en el Fortuna y viajes a países orientales, y su mascota no sería un oso panda sino un caniche. Pero claro yo pensaba que profesional era otra cosa y no piensen mal, no me refiero al oficio más viejo del mundo, sino a la persona que desarrollando sus capacidades con honradez y afán de superación construía su futuro y contribuía al desarrollo de la sociedad, aunque quizá en el caso de las mujeres “reales” no sea así.
En este país estamos viviendo una transición que no tiene visos de acabar porque los señores que la inventaron, unos tienen el mismo miedo en el cuerpo ahora que entonces y otros siguen tan cómodos en ella como en la pos-dictadura. Los ciudadanos no podemos vivir cautivos de sus mentiras que por haber sido repetidas hasta la saciedad han quedado como verdades inamovibles: “el rey es el salvador de la patria porque trajo la democracia y la defendió de los ataques de los subversivos”, “el monarca nos abrió las puertas al mundo, nos dio prestigio y estabilidad”, “Juan Carlos I es nuestro progreso”. Esa manera de actuar, miente que algo queda, recuerda al nazismo pero también a los servicios de inteligencia de países “democráticos” que ayudaron a crear este invento que es la monarquía parlamentaria española.
Se asistió a la legalización del PC que supuso su práctica desaparición y la renuncia a la república. Los únicos que podían reivindicarla la convirtieron en un tabú hasta nuestros días, aún hoy, oyes hablar a viejos comunistas loando el papel del rey en esos momentos, quizá sean demasiado orgullosos para reconocer que pagaron un precio demasiado alto en aras de una reconciliación nacional y una democracia que dejan mucho que desear. Una jugada maestra con la que se acaba con los rojos opositores, las aspiraciones republicanas y se perpetúan los tics y los hijos del franquismo en las más altas instancias, todo ello recubierto de un baño democrático. En un país en el que se desconocía el significado de democracia como iba el pueblo a discernir lo que lo era y lo que no. Nos siguen tomando el pelo pues sólo ha cambiado el decorado pero no la manera de funcionar del teatro.
Lo cierto es que a todos aquellos que participan de los medios de comunicación, que criminalizan a unos ciudadanos por quemar la foto del rey pero que no critican el modus vivendi del monarca. A esos que dicen que el rey y su familia pueden ser criticados libremente porque en los programas del corazón se les puede cuestionar el traje de baño y obvian lo que pasó con El Jueves convirtiéndolo en anécdota. A esos les invitaría a que solicitaran a una televisión pública un espacio en horario de máxima audiencia donde personas con criterio y con conocimientos sobre el tema mantuvieran un debate serio sobre la monarquía actual y la tercera república. Ese día empezaré a creer que aquí es posible la crítica a la monarquía y que la madurez democrática ha llegado.
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