Cuando murió Franco, yo tenía pocos años, pero era lo suficientemente mayor para darme cuenta de que había motivos para alegrarse, más allá de los días de fiesta que supusieron los cierres de los colegios por el duelo por el genocida. A mi corta edad percibí que nos había abandonado, según mis fuentes de entonces, "un pedazo de cabrón", y a mi alrededor no vi ningún gesto de pesadumbre a no ser sólo por el detalle de que murió en su cama. Ni nadie dijo que lamentaba la muerte de un ser humano, quizá porque el muerto había sido un monstruo asesino, que se iba sin haber sido juzgado por sus abominables crímenes.
Cuando yo era pequeña y el dictador murió, todos habían corrido delante de los grises como en los Sanfermines (con perdón de los toros), todos habían militado en algún partido de izquierdas en la clandestinidad y parecía ser que todo el que se preciaba de demócrata había estado en la cárcel o había recibido sus buenos golpes, aquellos que te daban el carnet de rojeras tan imprescindible para colocarse ventajosamente en la rampa de salida de la carrera de la Transición.
Cuando yo era pequeña y Carrero Blanco voló, dijeron allegados y conocidos, en voz baja, eso sí, un "hijo de puta menos". Ahora, en el 2009, en un especial en la televisión pública, sobre los 50 años de ETA, se remata el mismo con la imagen final que recuerda el salto mortal del Almirante. Como si este hubiera volado sin permiso de la CIA y los que serían transidores. Todo al mismo saco, para que vamos a ir haciendo distingos entre épocas, que más da si es ante o pre "democracia". Así quien nace luchador antifascista, por derecho, acaba siendo, por gracia del estado, un terrorista, condenado a cargar con el estigma ad eternum. Cómo anda el mundo! que no puede con el peso de tanto cínico e hipócrita. Y ahí tienes a los de la barricada de enfrente, legitimando el golpe de estado del 36 como salvación de la patria y justificando la represión sangrienta como un daño colateral insignificante para la construcción de una España con la que todavía se emocionan y de la cual mantenienen bien vigente su legado.
Ahora que ya soy mayorcita, todos aquellos que corrían para obtener el certificado de pedigrí de rojo, los que poco más tarde se pasaban la tricolor por el arco del triunfo para luego escupir a Marx a la cara, porque una silla bien vale una misa y un ciento, esos mismos, niegan el pan y la sal a sus predecesores en las siglas, que no en la lucha, que hace tiempo los vendidos abandonaron. Los mismos que lloraban a moco tendido escuchando Al alba de Aute tras los fusilamientos del 27 de septiembre, que celebraban la muerte de todo fascista que fuera cayendo, esos mismos dicen que las últimas víctimas del franquismo eran y son unos terroristas y no tienen derecho ni a su dignidad y mucho menos a acceder a las arcas del estado, esa que llenamos entre todos. No nos preguntaron si estábamos de acuerdo en darle bastantes millones a la familia del verdugo Manzanas, porque este discípulo avanzado de la Gestapo sí que se ve que fue y sigue siendo víctima, antes y después de Franco. Hay cosas que son sospechosamente inmutables.
Estos personajes que fueron rojos cuando era moda y ahora son socialdemócratas a duras penas, no han traicionado a sus padres sino que los están honrando, porque quien más quien menos tenía un progenitor fascista y con cargo en la administración franquista (por eso los hijos les salieron estudiados). Así, deben de sonreírse en sus tumbas pensando que sus vástagos ya han pasado la fase de negar al padre para seguir el camino que este le marcó en su más tierna infancia.
Las cosas no se han movido ni un ápice, la máquina propagandista fascista sigue su camino arrollador desde los años 30 esparciendo mierda sobre la memoria de quienes deberían ser honrados.
Me niego a que vuelvan mi memoria como un calcetín para decirme, a mis años, que aquellos que cuando yo era pequeña eran unos héroes, víctimas de la dictadura, son ahora unos villanos, unos asesinos.
Cuando yo era pequeña y el dictador murió, todos habían corrido delante de los grises como en los Sanfermines (con perdón de los toros), todos habían militado en algún partido de izquierdas en la clandestinidad y parecía ser que todo el que se preciaba de demócrata había estado en la cárcel o había recibido sus buenos golpes, aquellos que te daban el carnet de rojeras tan imprescindible para colocarse ventajosamente en la rampa de salida de la carrera de la Transición.
Cuando yo era pequeña y Carrero Blanco voló, dijeron allegados y conocidos, en voz baja, eso sí, un "hijo de puta menos". Ahora, en el 2009, en un especial en la televisión pública, sobre los 50 años de ETA, se remata el mismo con la imagen final que recuerda el salto mortal del Almirante. Como si este hubiera volado sin permiso de la CIA y los que serían transidores. Todo al mismo saco, para que vamos a ir haciendo distingos entre épocas, que más da si es ante o pre "democracia". Así quien nace luchador antifascista, por derecho, acaba siendo, por gracia del estado, un terrorista, condenado a cargar con el estigma ad eternum. Cómo anda el mundo! que no puede con el peso de tanto cínico e hipócrita. Y ahí tienes a los de la barricada de enfrente, legitimando el golpe de estado del 36 como salvación de la patria y justificando la represión sangrienta como un daño colateral insignificante para la construcción de una España con la que todavía se emocionan y de la cual mantenienen bien vigente su legado.
Ahora que ya soy mayorcita, todos aquellos que corrían para obtener el certificado de pedigrí de rojo, los que poco más tarde se pasaban la tricolor por el arco del triunfo para luego escupir a Marx a la cara, porque una silla bien vale una misa y un ciento, esos mismos, niegan el pan y la sal a sus predecesores en las siglas, que no en la lucha, que hace tiempo los vendidos abandonaron. Los mismos que lloraban a moco tendido escuchando Al alba de Aute tras los fusilamientos del 27 de septiembre, que celebraban la muerte de todo fascista que fuera cayendo, esos mismos dicen que las últimas víctimas del franquismo eran y son unos terroristas y no tienen derecho ni a su dignidad y mucho menos a acceder a las arcas del estado, esa que llenamos entre todos. No nos preguntaron si estábamos de acuerdo en darle bastantes millones a la familia del verdugo Manzanas, porque este discípulo avanzado de la Gestapo sí que se ve que fue y sigue siendo víctima, antes y después de Franco. Hay cosas que son sospechosamente inmutables.
Estos personajes que fueron rojos cuando era moda y ahora son socialdemócratas a duras penas, no han traicionado a sus padres sino que los están honrando, porque quien más quien menos tenía un progenitor fascista y con cargo en la administración franquista (por eso los hijos les salieron estudiados). Así, deben de sonreírse en sus tumbas pensando que sus vástagos ya han pasado la fase de negar al padre para seguir el camino que este le marcó en su más tierna infancia.
Las cosas no se han movido ni un ápice, la máquina propagandista fascista sigue su camino arrollador desde los años 30 esparciendo mierda sobre la memoria de quienes deberían ser honrados.
Me niego a que vuelvan mi memoria como un calcetín para decirme, a mis años, que aquellos que cuando yo era pequeña eran unos héroes, víctimas de la dictadura, son ahora unos villanos, unos asesinos.
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