Decir la verdad sobre un muerto en este país de católica hipocresía es criticado por aquellos demócratas de constitución monárquica de bolsillo, máxime cuando todavía no ha sido ni enterrado. Así sobre el concejal que se atrevió a decir que iba a descorchar una botella para celebrar la desaparición del déspota "Don Manuel", cayeron miles de maldiciones y hasta la amenaza de perder su puesto, por lo que se retractó. Cuánto doble rasero existe en este estado mediocre que no alcanza los mínimos de dignidad democrática, cuando en todos los medios se ha podido ver como media España pedía ver rodar la cabeza en plaza pública de los implicados, familiares y allegados de los culpables de la desaparición de Marta del Castillo y el aplauso les acompañaba; cuando a los presos vascos, aún sin delitos de sangre, se les niega el derecho a estar en una prisión cerca de sus casas o su excarcelación por grave enfermedad mientras desde ciertos medios a muchos les gustaría hacer una hoguera inquisitorial para verlos arder, pues ya dice el Santo Padre que no hubo cosa mejor y que más progreso aportara a la humanidad que la Santa Inquisición, y esto se justifica desde el dolor de unas víctimas de primera mientras otras, cientos de miles siguen siendo invisibles. Al mismo tiempo se niega el derecho a los que se sienten afectados por la implicación directa de este hijo del Régimen en la represión franquista y transicional a tan solo beberse lo que les parezca a la salud de las víctimas, que hoy siguen sin descansar en paz porque otro fascista se ha ido sin pagar la cuenta. Por eso hoy no tengo nada que celebrar.
Hubiera habido motivo de celebración si su muerte en propia cama, como la del dictador, se hubiera dado después de haber dejado bien claro en sede judicial que no se arrepentía de sus acciones criminales, ni de estampar su firma en los enterados de las ejecuciones, de legitimar el golpe de estado del 36, de negar los derechos humanos para las víctimas de la barbarie de la dictadura, de haber llevado la muerte gris a las calles de Vitoria, esas que también eran suyas para desplegar su política de mano férrea, pues eso es lo que hubiera declarado el hombre cuyo nombre pide Aznar sea escrito en mayúsculas. Fiel a si mismo como resaltarán en su epitafio pues siempre se mantuvo firme en sus convicciones franquistas declarando que no se arrepentía de nada de lo que había hecho en su vida.
Todos se han lanzado a decir que no se alegran de la muerte de un ser humano aunque haya sido inhumano, hoy es el día del político, estadista, hombre de fuertes convicciones, padre de la constitución, garante de la transición de la que tanto bobo vive de meter la cuchara en la sopa de la amnesia. Es el día del fundador de AP y PP que salvó al estado de la ultraderecha, del presidente eterno de la Xunta, da igual que fuera un absolutista de listas negras en bolsillo, amante de la Galicia de gaita, empanada y paisano boina en mano de esos que sacrificados mandan capones o jamones a alcaldes y curas a la espera de sus favores. El presidente de los muertos que milagrosamente le votaban, algunos imagino que a su pesar, que mancilló hasta la memoria de Castelao absorbiéndola a la gloria de su gobierno. Gran cacique de Galicia que junto al hoy presidente “señor de los hilillos” cazaba mientras su reino se sumergía en una marea negra que por suerte se lo llevó por delante. También se recordará al sonriente Fraga surgiendo de las aguas de Palomares pero no a los que todavía sufren la contaminación de las bombas que allí cayeron. Hoy habrá muchas luces y pocas sombras para un Fraga del que todos tienen algo bueno que decir, hasta los suegros y cuñados de Urdangarín que han loado su servicio a España, suegro que también se irá, si su familia política no lo remedia, sin rendir cuentas, esas que todos sufrimos y pagamos.
Se sigue produciendo el negacionismo histórico porque la historia siguen contándola los mismos y los que sin compartir su visión están a su servicio por temor al frío pues no tienen manta de la que tirar o por miedo a tirar de ella o simplemente porque hay que pagar las facturas. Y cuando se quiere dar paso a la verdad se saca a relucir el odio de la izquierda, la venganza y el revanchismo impreso en los genes de los rojos exterminables como decía Vallejo-Najéra. Y curiosamente esgrimen este argumento quienes no han dejado de pisar los huesos de los depositarios de la democracia de este estado mientras se dan sonoros y católicos golpes en el pecho, escenificando un baile macabro, el que exhiben los fascistas sobre las tumbas de nuestros deudos.
Vomitivo me ha resultado escuchar a la señora María Antonia Iglesias diciendo de Fraga que era un hombre de una cultura inmensa con el que había conversado tan amigablemente, un hombre de estado que no podía aprobar la ley de memoria histórica pero que en un caso particular o de un colectivo concreto él mismo hubiera escarbado con sus manos para sacar los huesos de la cuneta. Hitler también amaba la cultura, la música y hasta a sus perros pero por eso nadie se atrevería a loarlo.
Fraga Iribarne, este católico hijo de la Santa Madre Iglesia más rancia y recalcitrante no podrá ni sufrir el shock de ver que su adorado Dios, aquel que le mandó al Santiago matamoros que cerraba a España y también a los moros que mataron a tantos antifascistas, no existe. Ni tan siquiera la satisfacción de su decepción podrá consolarnos. Me alegro de no ser creyente, de no ser cristiana para tener que ir perdonando ni exigiendo perdón como si se tratara de un intercambio de cromos, sólo exijo justicia, que la verdad reluzca y que se repare de una vez a todos aquellos que fueron víctimas de la dictadura fascista y de la rastrera transición.
No le han juzgado los tribunales, no le ha juzgado la historia oficial, no le ha juzgado políticamente la supuesta democracia, sólo le ha juzgado y juzgará nuestra memoria, esa que nos quieren arrancar para que se olvide que los asesinos existieron y que sus víctimas también.
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