CONSTRUCTORES DE REPÚBLICAS 2013


Desde que este blog se puso en funcionamiento en 2007 y no por mérito del mismo, sino de la ciudadanía inteligente y harta de tanta represión social y económica, son muchos los republicanos que por fin salieron del armario, miles sus banderas ondeando allí donde la injusticia campa. Este republicanismo enarbola la ruptura democrática, la libertad, la justicia social, la laicidad, la educación y la sanidad pública, gratuita y de calidad, los derechos humanos y también el derecho de los pueblos a su autodeterminación. Porque la solidaridad se construye desde la comprensión mutua y la lucha conjunta contra el enemigo común.

viernes, 4 de diciembre de 2009

EL CALVARIO DEL ATEO. LA CRUCIFIXIÓN DE LA RAZÓN

Nace el ateo fruto de su uso de razón, no de las frías aguas traidoras con las que mojan tu cabeza cuando aún no puedes ejercer tu derecho a decidir. Es el ateo hijo del análisis, de la razón, de lo tangible, de lo terreno, pero no por ello es un “desalmado”, un amoral, una persona carente de ética que pasea por la vida sin rumbo, perdido, sin horizonte porque ningún dios le guía, más que su raciocinio y su verdadero amor por la humanidad, ya que en el desempeño de aquello que llaman hacer el bien no exige a cambio creer más que en la necesidad de solidaridad entre los seres humanos. El ateo no es un ser perfecto, pero está más próximo a serlo que un creyente que no puede cuestionar los asuntos de su vida personal y pública pues pueden entrar en colisión con sus creencias. Es más libre, es un librepensador.

Cuando se acercan fechas señaladas del calendario cristiano, esas que a la mayoría de los mortales repatean los hígados por las obligaciones que conllevan, aumentan las peleas familiares, se disparan los suicidios, la venta de Prozac sube tanto como baja la cuenta corriente de los que se suicidarán con la cuesta de enero, vía crucis económico de los súbditos de este reino aconfesional en el que lucen los crucifijos en las escuelas públicas, se subvenciona astronómicamente, a fondo más que perdido, una entidad castrante como es la secta católica y se permite que la COPE sea un actor político contrario a cualquier avance por un estado laico.

Para un creyente no hay nada más peligroso que alguien que no necesita creer en lo sobrenatural para conducirse éticamente por la vida, pues el hecho de la existencia del no creyente cuestiona su fe y la fortaleza de la misma. Para los que creen ciegamente en una doctrina, que les acompaña durante buena parte de su vida, dejar que la razón tome los mandos de su existencia es dejarlos huérfanos de la muleta con la que capean todos las adversidades, aquellas que le hacen recurrir a un Dios, que provee o hace su voluntad sin criterio alguno. Si usan la razón en vez de la fe, el vacío que se produce en ellos es tan doloroso que deben volver al redil de los guiados doctrinalmente para poder soportarlo. No pueden abandonar la secta sino son lo suficientemente fuertes. Tuve una amiga que se encontró en este caso, creía firmemente porque lo necesitaba, ya que cuando su curiosidad e inteligencia la impulsaron a cuestionarse su modus vivendi regido por sus creencias, el miedo que sintió al abandono y rechazo de los que habían sido los suyos, la depresión de ver que había consagrado su vida a algo que no existía la empujaron de nuevo al rebaño de los creyentes. No es este el caso de la mayoría de los católicos folklóricos que ven en las fechas señaladas por la Iglesia (fechas falsas, adaptadas del paganismo, celebraciones de santos que jamás lo fueron más que por conveniencias políticas de sus épocas), una oportunidad lúdica de fiesta, comida, música, baile y ganancia para las pastelerías, con sus dulces adaptados al calendario. Luego están las fechas que una hace santas a su elección (algunas con poco margen decisorio): bautizos, bodas, entierros, fiesta o duelo a precio tasado por quien administra los sacramentos de turno y por los negocios satélites de estos eventos. Todavía parece más infame que aquellos que no creen más que en la parte del discurso relacionado con el festejo, la superstición o la veneración irracional, o sea, los paganos cristianos, defiendan un estado confesional.

Ahora traen a colación que el señor Tardà, al cual aprecio por su sinceridad, valentía y principios, quiere quitar los crucifijos de las escuelas, crucifijos que por otro lado jamás debieron estar allí por mucho que apelen los intolerantes a que este es un símbolo cultural inherente a nuestra realidad. No es un valor cultural sino una imposición religiosa de trágicas connotaciones a lo largo de la existencia de la humanidad, pues cuando este símbolo ha estado en cabeza y guía de la Historia se han producido los episodios más negros de la misma. Este símbolo que la Iglesia defiende no como cristiano, sino como católico definitorio de su propia entidad, es para muchos el símbolo de la sangrienta y exterminadora Santa Inquisición, el símbolo de la pederastia, de la mentira, de la manipulación, del abocamiento a la muerte por su fanatismo (no al preservativo), del cercenamiento de los derechos de las mujeres (para ellos úteros reproductivos a la gloria del altísimo), del machismo, del cinismo, la manipulación y la hipocresía, de la colonización y el exterminio, del lucro y el poder a través del control de la enseñanza y la salud, el símbolo de un estado hijo del fascismo italiano, colaboracionista del nacionalsocialismo y dirigido ahora por el que fue miembro de las juventudes hitlerianas y cabeza del Santo Oficio. Y en nuestro estado además fue un elemento instigador del golpe de estado contra la legítima legalidad republicana, aquella que venía a liberar a los ciudadanos del yugo de una Iglesia explotadora, en todos los sentidos, parte del aparato oligárquico dominador, no a robarles sus creencias. Una Iglesia que colaboró activamente en el genocidio republicano, que formó parte del aparato represor del fascismo español, con sus edificios al servicio del sistema carcelario de la dictadura, con sus crueles monjas guardianas en los penales de mujeres, con el robo de los hijos de las antifascistas, con las delaciones y la persecución. Una Iglesia que paseó bajo palio a un dictador por la gracia de su dios, un nuevo mesías que venía a salvar su posición de privilegio.

Posicionarse como ateo es difícil para la mayoría, incluso para aquellos que militan en el laicismo, tienen miedo de ser etiquetados como unos “sin dios” y ser vistos como monstruos sociales. Los ateos no son todos anticlericales, aunque yo si lo sea, ni quemadores de iglesias y santos, aunque yo no hubiera quemado ninguna, las hubiera convertido en centros sociales y los santos carentes de valor artístico, los hubiera quemado si el frío hubiera sido mucho. Creo que los curas y monjas también lo hubieran hecho, igual que comían carne cuando no debían o celebraban orgías en los túneles secretos que unían conventos masculinos y femeninos, fruto de las cuales se producían abortos y asesinatos de recién nacidos. Para los que se escandalicen y hablen de episodios anecdóticos también lo fueron las quemas, algunas hechas ex profeso para que los rojos fueran castigados. Los ateos no enarbolan su bandera para convencer por la fuerza a los que podríamos creer que viven en la mentira, sólo abogamos por un estado plenamente laico como algo imprescindible e intrínseco a la radical democracia, tal como hacen algunos cristianos. No damos patadas en las puertas para tirar los altares domésticos y por tanto pedimos que tampoco nos nieguen nuestro derecho a vivir nuestra opción sin ser denostados y que se respete que el espacio público esté libre de simbología religiosa. Es pues el calvario de muchos ateos tener que vivir su opción en la clandestinidad y no poder exponer sus tesis racionales sin ser lapidados verbalmente. Su existencia es considerada como un ataque a un hecho que se da por sentado, que es nuestra vinculación histórica al cristianismo, sin tener en cuenta, que esta no ha sido libre, sino impuesta. No me siento más ligada a la doctrina cristiana, que a la musulmana o la de cualquier secta, todas me parecen perjudiciales en muchos de sus aspectos.

Un estado laico no es un estado en que se obligue a comulgar con el ateísmo, no es un ladrón de “fe”. El creyente intransigente en su ceguera quiere convertir todo lo que le rodea, y lo que tiene que aceptar es que él debe regirse por sus creencias, respetando escrupulosamente la de aquellos que no quieren compartirla. Nadie les obliga a abortar, ni a divorciarse, ni a casarse con personas del mismo sexo, ni a usar preservativo, ni a donar sus embriones para la investigación, ni a beneficiarse médicamente de los avances relacionados con las células madre, ni a comulgar con la eutanasia, ni a ir a una escuela pública sin crucifijo, ni a no creer en dios. Pues que vivan y dejen vivir. No predican que se debe amar al prójimo, pues que dejen de odiar a todos aquellos que no creen, que pidan perdón por sus múltiples pecados y hagan acto de constricción controlando sus ansias expansionistas.

No hay comentarios: