Ayer Antena3 en su programación de noche castigó a su audiencia, o no, con la repetición de su serie sobre los últimos días del dictador. Los más ingenuos dirán que ya que estaba el producto y teniendo en cuenta la fecha, porque no volverlo a poner por cuestiones de ahorro y aprovechamiento, pero los de la teoría de la conspiración, aún no los suficientes, verán en esta maniobra un acto de muy mala fe de recuerdo al General, en términos nada democráticos. Si esto se toma como costumbre será una institución como el mensaje del rey en navidad o las procesiones de semana santa, a lo clásico, Dios, Patria y Rey. Nadie olvidará así que el 20-N de 1975, con la sangre de sus últimas víctimas aún fresca en sus manos, murió uno de los criminales fascistas más cruento del siglo XX, bueno, eso sería así si viviéramos en una democracia. Pero lo que en este país se recordará, con el devenir de los años y la ayuda de productos como el de A3, si nadie lo remedia, es que un abuelito simpático murió sufriendo inhumanamente, no es gratuito y sí malicioso que el dictador esté interpretado por un Aleixandre, casi siempre relacionado con papeles tiernos y entrañables.
Así mientras desde las diferentes coordinadoras antifascistas se convocan actos, concentraciones y manifestaciones contra el genocida Franco y su visible herencia, invisibles a los ojos de la mayoría de la sociedad, desde la televisión, serpiente encantadora y tergiversadora, se escupirá el veneno que nos echara del paraíso de la verdad.
El otro día reflexionaba sobre la bicefalia del espectador en este estado. Por un lado puede ver películas made in Hollywood donde valientes soldados americanos arrogantes, con desprecio por la vida de todos los que no tengan que ver con su insigne bandera, y con amor a unas libertades democráticas made in USA, se lanzan con diferentes armamentos a exterminar al enemigo de turno, con gran satisfacción por parte del espectador, que casi siempre elige las barras y estrellas como bando en el que posicionarse. En el caso de las cientos de películas sobre la Segunda Guerra Mundial, sobre todo en las que el enemigo es el ejército nazi, aquí ya no se alberga ninguna duda (salvo excepciones de esvástica tatuada en la piel o en el rolex de oro) de con quien tienes que ir, siendo ese soldado americano, una prolongación del espectador que sonrisa en boca cuenta las bajas como si él mismo las hubiera producido. La conciencia tranquila, la moral intacta, el enemigo muerto, humillado y al final vencido el bando fascista. Pero por otro, ese mismo espectador cuando ve en una película española una décima parte de la que en una bélica americana sobre la Guerra Civil, se encuentra incómodo, ya no tiene claro que tiene que ubicarse al lado del ejército republicano, la democracia, la legalidad, que puede ver como cae el ejército fascista español y alegrarse por ello. Eso es lo que pasa cuando uno pierde una guerra injustamente por culpa, entre otros, de los países que hicieron y hacen películas con héroes que matan fascistas y donde el público aplaude al final. Estos, en su concepción simplista de buenos y malos donde los cíviles son daños colaterales, no tienen que plantearse si en los bombardeos de Bremen y otras ciudades alemanas murieron niños porque también lo hicieron en Londres, era una guerra y utilizando su lógica, el fascismo era el enemigo a batir, lástima que sólo el alemán y el italiano, el español era invisible y más tarde rentable.
Aquí, por lo contrario, entra la duda por cada fascista español muerto en el celuloide y ya no te digo nada si este lleva sotana. Una carga de conciencia inyectada durante la dictadura fascista a los herederos de los que lucharon en el lado de la razón, que durante la transición siguió su efecto bajo la mutación “todos mataron, cerremos página” y que perdura en nuestros días bajo un falso pacifismo y hermandad, de olvido de la violencia de la Guerra Civil y de perdón por algo ya pasado, es la culpable. Aquí la guerra no salió de la nada, sino del ruido golpista de sables, sables como los que cuelgan de muchos cintos, algunos bien visibles como el que luce el jefe de los ejércitos sucesor del dictador, otros van bajo las sotanas de la COPE o bajo las togas de los miembros de algunos tribunales. Eso hace que aquí no haya una superproducción de cine donde el ejército republicano gane una batalla y donde la imagen final sea la de los cuerpos tirados sin vida del enemigo fascista y donde al caer el telón el público aplauda complacido.
Podríamos hablar de las películas donde agentes del Mossad secuestran nazis por el mundo para ser juzgados o simplemente para hacerlos desaparecer del mapa sin dejar rastro y de cómo el espectador siente que se ha hecho justicia. Si hubieran venido aquí después del 75 a llevarse a los colaboracionistas nazis del fascismo español aún vivos, en un acto de hipocresía, el espectador se hubiera echado las manos a la cabeza, porque nuestros muertos en los campos nazis no forman parte de nuestra iconografía del horror del siglo XX, aún hoy en día muchos desconocen que murieran nuestros antifascistas en los centros de exterminio del Tercer Reich.
Se nos permite sentir dolor por nuestras víctimas pero no alegría por la desgracia de los verdugos, por eso tenemos que apiadarnos al ver a un Franco agonizante lleno de cables, sufriendo en una cama antes de su muerte, obviando que quien yacía en ese lecho era un asesino sangriento que durante 40 años nos privó de libertad con su aparato represor de muerte. Seguramente si en vez del cuerpo de Franco hubiera sido el de Hitler el que hubiera aparecido en esas circunstancias nadie se hubiera atrevido a decir "que no se alegraba de la muerte de ningún ser humano". Los crímenes de Hitler han sido juzgados y castigados y lo siguen siendo, los crímenes de Franco y su régimen siguen en la impunidad.
Esto no es un alegato bélico en una sociedad modélica, es constatar una realidad objetiva en un mundo plagado de conflictos armados que nos importan nada y menos. Simplemente un argumento de reflexión.
Así mientras desde las diferentes coordinadoras antifascistas se convocan actos, concentraciones y manifestaciones contra el genocida Franco y su visible herencia, invisibles a los ojos de la mayoría de la sociedad, desde la televisión, serpiente encantadora y tergiversadora, se escupirá el veneno que nos echara del paraíso de la verdad.
El otro día reflexionaba sobre la bicefalia del espectador en este estado. Por un lado puede ver películas made in Hollywood donde valientes soldados americanos arrogantes, con desprecio por la vida de todos los que no tengan que ver con su insigne bandera, y con amor a unas libertades democráticas made in USA, se lanzan con diferentes armamentos a exterminar al enemigo de turno, con gran satisfacción por parte del espectador, que casi siempre elige las barras y estrellas como bando en el que posicionarse. En el caso de las cientos de películas sobre la Segunda Guerra Mundial, sobre todo en las que el enemigo es el ejército nazi, aquí ya no se alberga ninguna duda (salvo excepciones de esvástica tatuada en la piel o en el rolex de oro) de con quien tienes que ir, siendo ese soldado americano, una prolongación del espectador que sonrisa en boca cuenta las bajas como si él mismo las hubiera producido. La conciencia tranquila, la moral intacta, el enemigo muerto, humillado y al final vencido el bando fascista. Pero por otro, ese mismo espectador cuando ve en una película española una décima parte de la que en una bélica americana sobre la Guerra Civil, se encuentra incómodo, ya no tiene claro que tiene que ubicarse al lado del ejército republicano, la democracia, la legalidad, que puede ver como cae el ejército fascista español y alegrarse por ello. Eso es lo que pasa cuando uno pierde una guerra injustamente por culpa, entre otros, de los países que hicieron y hacen películas con héroes que matan fascistas y donde el público aplaude al final. Estos, en su concepción simplista de buenos y malos donde los cíviles son daños colaterales, no tienen que plantearse si en los bombardeos de Bremen y otras ciudades alemanas murieron niños porque también lo hicieron en Londres, era una guerra y utilizando su lógica, el fascismo era el enemigo a batir, lástima que sólo el alemán y el italiano, el español era invisible y más tarde rentable.
Aquí, por lo contrario, entra la duda por cada fascista español muerto en el celuloide y ya no te digo nada si este lleva sotana. Una carga de conciencia inyectada durante la dictadura fascista a los herederos de los que lucharon en el lado de la razón, que durante la transición siguió su efecto bajo la mutación “todos mataron, cerremos página” y que perdura en nuestros días bajo un falso pacifismo y hermandad, de olvido de la violencia de la Guerra Civil y de perdón por algo ya pasado, es la culpable. Aquí la guerra no salió de la nada, sino del ruido golpista de sables, sables como los que cuelgan de muchos cintos, algunos bien visibles como el que luce el jefe de los ejércitos sucesor del dictador, otros van bajo las sotanas de la COPE o bajo las togas de los miembros de algunos tribunales. Eso hace que aquí no haya una superproducción de cine donde el ejército republicano gane una batalla y donde la imagen final sea la de los cuerpos tirados sin vida del enemigo fascista y donde al caer el telón el público aplauda complacido.
Podríamos hablar de las películas donde agentes del Mossad secuestran nazis por el mundo para ser juzgados o simplemente para hacerlos desaparecer del mapa sin dejar rastro y de cómo el espectador siente que se ha hecho justicia. Si hubieran venido aquí después del 75 a llevarse a los colaboracionistas nazis del fascismo español aún vivos, en un acto de hipocresía, el espectador se hubiera echado las manos a la cabeza, porque nuestros muertos en los campos nazis no forman parte de nuestra iconografía del horror del siglo XX, aún hoy en día muchos desconocen que murieran nuestros antifascistas en los centros de exterminio del Tercer Reich.
Se nos permite sentir dolor por nuestras víctimas pero no alegría por la desgracia de los verdugos, por eso tenemos que apiadarnos al ver a un Franco agonizante lleno de cables, sufriendo en una cama antes de su muerte, obviando que quien yacía en ese lecho era un asesino sangriento que durante 40 años nos privó de libertad con su aparato represor de muerte. Seguramente si en vez del cuerpo de Franco hubiera sido el de Hitler el que hubiera aparecido en esas circunstancias nadie se hubiera atrevido a decir "que no se alegraba de la muerte de ningún ser humano". Los crímenes de Hitler han sido juzgados y castigados y lo siguen siendo, los crímenes de Franco y su régimen siguen en la impunidad.
Esto no es un alegato bélico en una sociedad modélica, es constatar una realidad objetiva en un mundo plagado de conflictos armados que nos importan nada y menos. Simplemente un argumento de reflexión.
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