¿Cuál es el papel de la mujer más allá de la paridad forzada en la política?, ¿emplea la mujer que ocupa un puesto de responsabilidad o poder su posición para mejorar la condición de sus compañeras o se suma a los usos y modos de sus compañeros de partido, haciendo gala de los mismos tics? ¿Utiliza la mujer sus características particulares en defensa de sus derechos y en detrimento del machismo imperante en la sociedad?. No. Salvo honrosas excepciones juegan en un mundo de machos, eso sí, con su maquillaje y su modelito puesto, aguantando que alguno les toque la mejilla, las trate con condescendencia o las degrade con comentarios relacionados con su identidad de mujer. Así todos recordamos a las ministras Salgado y Chacón aguantando con una sonrisa como Berlusconi se refirió a las mujeres como "el mejor regalo de Dios para los hombres", al tiempo que decía que el Gobierno español tenía "demasiada cuota rosa". Pero no hay problema porque tanto Chacón como González-Sinde son dos buenas mercenarias que se pueden pasear por el nuevo Museo del Ejército inaugurado el 19 de julio, debe ser porque el 18 era domingo, de la mano del Príncipe en el Alcázar de Toledo, parece una broma de mal gusto, pero es verdad. Tan verídico como el coste que ha tenido el susodicho Museo en tiempos de crisis para tener que ver las glorias de la División Azul, el retrato de Vallejo-Nájera o el despacho del General Moscardó. No voy a entrar a comentar los textos que acompañan la visita, hechos por historiadores civiles en nada presionados por la cúpula de un ejército, que todavía no tiene claro quien debe obediencia a quien en una democracia. Ya dijo un Príncipe de uniforme lo feliz que estaba porque el Museo se hallara en un lugar "tan emblemático e inigualable", la gloria del martirio fascista español.
Chacón quizá en vez de pasearse marcial por los conflictos mundiales debería, con ese semblante pose de ordeno y mando, dedicarse a decirle al ejército que hay partes que ellos entienden de su historia que no lo son, porque los sublevados a partir del 17 de julio no pueden ser parte de la historia del ejército español. Hay que explicarles de una vez que ser un golpista y un represor de un pueblo durante más de 40 años no es más que un acto de vergüenza que no merece más mención que la se le pueda hacer desde la criminalización.
González-Sinde a propósito de la buena noticia que se produjo en el Parlament de Catalunya salió rauda a manifestar su gusto por las corridas de toros y se destapó con las siguientes declaraciones impropias de una ministra de Cultura, a la que se le debe presuponer algo de lo que alardea. González guión Sinde ha dicho que los toros son cultura, que tienen sentido y vigencia en el 2010, que pertenece a las artes de la representación de la vida (eso que se lo diga al toro) y remata diciendo que son "un ritual que nos enfrenta a dilemas de la existencia muy profundos". Este última reflexión me hunde en la perplejidad para luego horrorizarme ante la superficialidad de los dilemas de la existencia de la ministra.
En un país donde el ejemplo a seguir son unos futbolistas, donde los problemas tiene que resolverlos un rey impuesto por un dictador pidiéndole un milagro a un santo, que jamás llegó a Galicia ni de vacaciones y menos en patera de piedra y cuyo mérito era su apellido matamoros, honor que le rindió al mismo subido en un corcel blanco, como las sayas del Papa, todo está dentro de la normalidad.
Los toreros, un colectivo progresista donde los haya, ya se han reunido de comilona y han decidido que si les pueden dar la Medalla de las Artes es que el Ministerio tiene que proteger su negociete y se han declarado en rebeldía e irán a pedir a Papá Naftalina Constitucional que resuelva este entuerto por la vía de la inconstitucionalidad. Es que a estos catalanes no se les puede dejar que se gobiernen solos porque se desmandan.
Tenemos que un museo del ejército es cultura y que los toros son cultura, que tiempos aquellos cuando la cultura estaba en otras expresiones. Pero que se puede esperar de una ministra que fue redactora de la famosa revista “progresista femenina” Cosmopolitan.
Todo lo expuesto me produce una gran pena. Quizá sea injusta juzgando a las mujeres en el poder por lo que tampoco hacen los hombres desde la misma responsabilidad. Pero es que ellas deben ser conscientes de que la lucha por nuestros derechos no ha terminado y que es imprescindible seguir adelante para conseguir un mundo más justo y mejor, que sin la igualdad entre sexos jamás será posible. La victoria no es que lleguen unas pocas a lo más alto sino que todas podamos llegar a donde nos propongamos sin cortapisas de ningún tipo.
Cuando nace “Mujeres Libres” en 1936 con una clarividencia admirable defendían la liberación de la mujer, su propia revolución al par que la revolución por la liberación de la humanidad, pero no como un concepto integrado en esta porque comprendieron que el mundo estaba hecho por hombres, que además de compañeros de lucha luego eran padres, hermanos, compañeros de vida, que arrastraban los mismos defectos seculares de un machismo impregnado en todos los usos y costumbres de la sociedad y que iban a seguir perdurando. Dentro de su propio grupo ideológico, dentro de los partidos de la izquierda fueron incomprendidas por las propias mujeres, que en la emancipación de la humanidad veían la propia. Tanto como cuando Clara Campoamor pidió el voto femenino y la propia Victoria Kent se opuso pensando en la falta de independencia de las mujeres. Pero si nadie les confiere esa independencia y siguen creciendo según el modelo que al opresor de turno se le ofrezca cómo va a llegar por fin la emancipación. Emanciparse no es tener derecho a tener propiedades o tomar ciertas decisiones, a ocupar puestos de trabajo que han sido coto privado del hombre, a ocupar cargos de responsabilidad política, porque aún ahí se sigue siendo esclava de un sistema que exige el doble y remunera menos, ya sea económicamente o en reconocimiento y promoción.
Cuando nos dicen que la mujer ha conseguido avanzar no puedo negarlo, es evidente, pero dista mucho de ser suficiente. El grupo de mujeres que pueden enmarcarse entre las que tienen poder de decisión es un porcentaje mínimo si lo comparamos con el grueso de la población femenina, que sigue ocupando aquellos trabajos menos cualificados y considerados menores, como la limpieza, el cuidado de enfermos y ancianos, son las que mayoritariamente trabajan en el sector servicios, muchas horas y poco sueldo, sector en el que muchas ocasiones son obligadas a hacer gala de su feminidad como una parte más del escaparate de la empresa de turno. Y eso en el llamado Primer Mundo.
El machismo no es patrimonio del hombre para nuestra desgracia, la típica y grosera frase “esa es una malfollada” la he oído de hombres y mujeres, como si recibiéramos la gracia divina de lo que algunos llevan entre las piernas. Hay mujeres que confunden la preciada liberación de la mujer, aquella que se traduce en la igualdad real, con ciertas prebendas de las que disfrutaba el género masculino y de las que se ha acabado beneficiando el hombre. Compañeras que han militado en la izquierda me han comentado que en las postrimerías del franquismo entendían que si formabas parte de algún partido progresista eras una tía emancipada y eso consistía en la libertad para mantener relaciones sexuales con los camaradas, porque entre ellos también circulaba el concepto estrecha. La liberación de la mujer no llegó de la mano de la minifalda, el fumar en público o por acostarse con quien le plazca, a lo que no hay nada que objetar más allá de que el tabaco mata, siempre que una no entienda que eso es la panacea.
Las mujeres son minoría en muchos círculos y tienen que esforzarse el doble para ser respetadas, sobre todo si son jóvenes, a los hombres no se les exige el trabajo bien hecho encima de la mesa para empezar a hablar, a las mujeres sí, o eso, u otras cosas. Algunas se vanaglorian de utilizar ese otro sistema para medrar equivocando el camino y no hay más moralidad en esta reflexión en que lo correcto es llegar por el esfuerzo personal al final de la carrera sin coger atajos, que van en contra de tu dignidad y la de tus compañeras. Ser mujer y ser libre no es vivir en Sexo en Nueva York, ni aspirar a ser Bridget Jones y encontrar marido, estereotipos anglosajones de gran éxito. Ser mujer no es lo que venden ciertos programas que en estos momentos inundan la tele de inmundicia, no es presentar un programa de humor fingiendo tener una solitaria neurona y tapando lo mínimo. Esta basura tiene un gran efecto contaminante. Lo triste es que he visto amigas, sobre todo al llegar a cierta edad en la que la sociedad entiende que entras en la “madurez”, caer en algunas de estas trampas por la presión de las inercias sociales.
Estoy harta de ver a compañeras sobradamente inteligentes heridas por los comentarios de amigos o compañeros, que se suponen que las aprecian, en relación con su sistema hormonal o su condición de mujer. Hombres, algunos más tontos que Abundio, haciendo pasar su testosterona por encima de las neuronas de sus amantes, enfermeras, servicio de limpieza, catering, canguros, ¿compañeras?, en un constante maltrato psicológico que no es percibido como tal por casi nadie y que acaba siendo disculpado por la propia mujer que lo recibe para paliar la vergüenza que este le produce.
Así que a todos aquellos que no se han percatado en que en esta deriva salvaje a una sociedad reaccionaria y simplista donde la mujer “liberada” y la oprimida van de la mano hacia tiempos de discriminación tan reales como invisibles a los ojos de la sociedad, están ciegos. Eso es como el día que ante una playa un enviado especial de crónicas veraniegas de un informativo de máxima audiencia se atrevió a decirnos que hacia un magnífico día para el baño y que no cabía un alfiler y justo detrás de él no se veía a ser humano alguno, ante el asentimiento desde el plató, ese día, hace ya unos años, me di cuenta de que lo que llaman información no es más que intoxicación para hacernos ver el mundo del color que el explotador quiera. Y hasta la fecha de hoy el color lo elige el hombre.
Chacón quizá en vez de pasearse marcial por los conflictos mundiales debería, con ese semblante pose de ordeno y mando, dedicarse a decirle al ejército que hay partes que ellos entienden de su historia que no lo son, porque los sublevados a partir del 17 de julio no pueden ser parte de la historia del ejército español. Hay que explicarles de una vez que ser un golpista y un represor de un pueblo durante más de 40 años no es más que un acto de vergüenza que no merece más mención que la se le pueda hacer desde la criminalización.
González-Sinde a propósito de la buena noticia que se produjo en el Parlament de Catalunya salió rauda a manifestar su gusto por las corridas de toros y se destapó con las siguientes declaraciones impropias de una ministra de Cultura, a la que se le debe presuponer algo de lo que alardea. González guión Sinde ha dicho que los toros son cultura, que tienen sentido y vigencia en el 2010, que pertenece a las artes de la representación de la vida (eso que se lo diga al toro) y remata diciendo que son "un ritual que nos enfrenta a dilemas de la existencia muy profundos". Este última reflexión me hunde en la perplejidad para luego horrorizarme ante la superficialidad de los dilemas de la existencia de la ministra.
En un país donde el ejemplo a seguir son unos futbolistas, donde los problemas tiene que resolverlos un rey impuesto por un dictador pidiéndole un milagro a un santo, que jamás llegó a Galicia ni de vacaciones y menos en patera de piedra y cuyo mérito era su apellido matamoros, honor que le rindió al mismo subido en un corcel blanco, como las sayas del Papa, todo está dentro de la normalidad.
Los toreros, un colectivo progresista donde los haya, ya se han reunido de comilona y han decidido que si les pueden dar la Medalla de las Artes es que el Ministerio tiene que proteger su negociete y se han declarado en rebeldía e irán a pedir a Papá Naftalina Constitucional que resuelva este entuerto por la vía de la inconstitucionalidad. Es que a estos catalanes no se les puede dejar que se gobiernen solos porque se desmandan.
Tenemos que un museo del ejército es cultura y que los toros son cultura, que tiempos aquellos cuando la cultura estaba en otras expresiones. Pero que se puede esperar de una ministra que fue redactora de la famosa revista “progresista femenina” Cosmopolitan.
Todo lo expuesto me produce una gran pena. Quizá sea injusta juzgando a las mujeres en el poder por lo que tampoco hacen los hombres desde la misma responsabilidad. Pero es que ellas deben ser conscientes de que la lucha por nuestros derechos no ha terminado y que es imprescindible seguir adelante para conseguir un mundo más justo y mejor, que sin la igualdad entre sexos jamás será posible. La victoria no es que lleguen unas pocas a lo más alto sino que todas podamos llegar a donde nos propongamos sin cortapisas de ningún tipo.
Cuando nace “Mujeres Libres” en 1936 con una clarividencia admirable defendían la liberación de la mujer, su propia revolución al par que la revolución por la liberación de la humanidad, pero no como un concepto integrado en esta porque comprendieron que el mundo estaba hecho por hombres, que además de compañeros de lucha luego eran padres, hermanos, compañeros de vida, que arrastraban los mismos defectos seculares de un machismo impregnado en todos los usos y costumbres de la sociedad y que iban a seguir perdurando. Dentro de su propio grupo ideológico, dentro de los partidos de la izquierda fueron incomprendidas por las propias mujeres, que en la emancipación de la humanidad veían la propia. Tanto como cuando Clara Campoamor pidió el voto femenino y la propia Victoria Kent se opuso pensando en la falta de independencia de las mujeres. Pero si nadie les confiere esa independencia y siguen creciendo según el modelo que al opresor de turno se le ofrezca cómo va a llegar por fin la emancipación. Emanciparse no es tener derecho a tener propiedades o tomar ciertas decisiones, a ocupar puestos de trabajo que han sido coto privado del hombre, a ocupar cargos de responsabilidad política, porque aún ahí se sigue siendo esclava de un sistema que exige el doble y remunera menos, ya sea económicamente o en reconocimiento y promoción.
Cuando nos dicen que la mujer ha conseguido avanzar no puedo negarlo, es evidente, pero dista mucho de ser suficiente. El grupo de mujeres que pueden enmarcarse entre las que tienen poder de decisión es un porcentaje mínimo si lo comparamos con el grueso de la población femenina, que sigue ocupando aquellos trabajos menos cualificados y considerados menores, como la limpieza, el cuidado de enfermos y ancianos, son las que mayoritariamente trabajan en el sector servicios, muchas horas y poco sueldo, sector en el que muchas ocasiones son obligadas a hacer gala de su feminidad como una parte más del escaparate de la empresa de turno. Y eso en el llamado Primer Mundo.
El machismo no es patrimonio del hombre para nuestra desgracia, la típica y grosera frase “esa es una malfollada” la he oído de hombres y mujeres, como si recibiéramos la gracia divina de lo que algunos llevan entre las piernas. Hay mujeres que confunden la preciada liberación de la mujer, aquella que se traduce en la igualdad real, con ciertas prebendas de las que disfrutaba el género masculino y de las que se ha acabado beneficiando el hombre. Compañeras que han militado en la izquierda me han comentado que en las postrimerías del franquismo entendían que si formabas parte de algún partido progresista eras una tía emancipada y eso consistía en la libertad para mantener relaciones sexuales con los camaradas, porque entre ellos también circulaba el concepto estrecha. La liberación de la mujer no llegó de la mano de la minifalda, el fumar en público o por acostarse con quien le plazca, a lo que no hay nada que objetar más allá de que el tabaco mata, siempre que una no entienda que eso es la panacea.
Las mujeres son minoría en muchos círculos y tienen que esforzarse el doble para ser respetadas, sobre todo si son jóvenes, a los hombres no se les exige el trabajo bien hecho encima de la mesa para empezar a hablar, a las mujeres sí, o eso, u otras cosas. Algunas se vanaglorian de utilizar ese otro sistema para medrar equivocando el camino y no hay más moralidad en esta reflexión en que lo correcto es llegar por el esfuerzo personal al final de la carrera sin coger atajos, que van en contra de tu dignidad y la de tus compañeras. Ser mujer y ser libre no es vivir en Sexo en Nueva York, ni aspirar a ser Bridget Jones y encontrar marido, estereotipos anglosajones de gran éxito. Ser mujer no es lo que venden ciertos programas que en estos momentos inundan la tele de inmundicia, no es presentar un programa de humor fingiendo tener una solitaria neurona y tapando lo mínimo. Esta basura tiene un gran efecto contaminante. Lo triste es que he visto amigas, sobre todo al llegar a cierta edad en la que la sociedad entiende que entras en la “madurez”, caer en algunas de estas trampas por la presión de las inercias sociales.
Estoy harta de ver a compañeras sobradamente inteligentes heridas por los comentarios de amigos o compañeros, que se suponen que las aprecian, en relación con su sistema hormonal o su condición de mujer. Hombres, algunos más tontos que Abundio, haciendo pasar su testosterona por encima de las neuronas de sus amantes, enfermeras, servicio de limpieza, catering, canguros, ¿compañeras?, en un constante maltrato psicológico que no es percibido como tal por casi nadie y que acaba siendo disculpado por la propia mujer que lo recibe para paliar la vergüenza que este le produce.
Así que a todos aquellos que no se han percatado en que en esta deriva salvaje a una sociedad reaccionaria y simplista donde la mujer “liberada” y la oprimida van de la mano hacia tiempos de discriminación tan reales como invisibles a los ojos de la sociedad, están ciegos. Eso es como el día que ante una playa un enviado especial de crónicas veraniegas de un informativo de máxima audiencia se atrevió a decirnos que hacia un magnífico día para el baño y que no cabía un alfiler y justo detrás de él no se veía a ser humano alguno, ante el asentimiento desde el plató, ese día, hace ya unos años, me di cuenta de que lo que llaman información no es más que intoxicación para hacernos ver el mundo del color que el explotador quiera. Y hasta la fecha de hoy el color lo elige el hombre.
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