Mi fallecido padre cuando veía
una situación complicada nos decía: ¡muchacho,
qué laberinto! daba igual el género del interlocutor, en esto mi padre
seguía las instrucciones de la RAE, masculino para un roto y un descosido, lo
hacía, como también solía decir “sin
maldad ninguna”, pero su machismo tenía reconocimiento internacional. Mi
padre era del 24 y a él no le hizo mella en este aspecto ninguna etapa
histórica vivida en eso que llaman existencia. Su aspecto tampoco le ayudaba
mucho al pobre, cuando llevaba a alguien a casa lo primero que me decían es: hay que ver como se parece tu padre a Franco,
en lo físico, por lo demás solían decir que era un tipo muy simpático, pero
claro, eran visitas de cortesía. Y la cuestión es que a pesar de su
insatisfacción crónica, lo era, simpático, digo, no Franco. A él que le
recordaran el parecido con el genocida no solía gustarle pues se creía muy de
izquierdas, tanto, que si se enteraba que un familiar votaba al PP lo tachaba
de la lista mientras exclamaba: ¡pobrecillo,
será desgraciado!. Si ahora levantara la cabeza y viera a alguno de sus
vástagos comunistas en los 70, votando a Ciudadanos, se volvía a morir. Este
tema procuro no tratarlo delante de sus cenizas, con las que convivimos en el
salón, porque tampoco es cuestión de que el hombre se convierta en polvo
cabreado. Mi padre a los azules y a los naranjas no los llamaba por su nombre
de pila empleaba el genérico fascistas, un clásico, que por desgracia nunca
muere. Ahí hay que reconocerle que el hombre acertaba.
El sentido del humor paterno era
un tanto del absurdo o surrealista, le venía de mi abuelo, que en las calurosas
tardes de verano en Palma del Río, Córdoba, se sentaba en la puerta de la casa
con un gorro, que en mi casa se bautizó como de Daniel Boone, o sea, de piel
con cola y todo, a reírse de la gente que se reía de él. Creo que a su vez esto
lo heredó de sus antecesores, no creo que fuera un efecto secundario de su paso
por los batallones de esclavos del franquismo, donde la vida de un rojo no
valía nada. Nuestro humor a veces puede no ser bien entendido, sobre todo
cuando en los momentos más duros nos da por desplegarlo provocando incomodidad
ajena, pero soltando lastre de la pesada carga que es vivir en esta mierda de
estado. Quizá es que ahora no sabemos reírnos de la muerte y el dolor para
sobrevivir.
Pero me estoy alejando del
laberinto inicial. Hace nada, tuvimos que convivir con la idea de que no tenía
que haber ni izquierdas, ni derechas, eso era decimonónico. Era la nueva política,
morados y naranjas nadaban en esas aguas como pez sin historia, especialmente
Ciudadanos que empezó definiéndose como centro izquierda antes de dar el salto
nacional, vendiendo la marca como nueva cuando ya peinaba canas en Catalunya.
En privado te decían, eso es lo que toca ahora, el caladero de voto está en un
centro neutro propio de un tecnócrata pero con corazón, lo que algunos
bautizaron como populismo, convertido en mantra por la vieja política. La
República, bueno, ahora no toca … no es un tema que llame al voto, podremos,
pero mañana, ya lo dice la tonada popular España
mañana será republicana. Porque
al final esto es tristemente un mercado donde el regateo acaba en pactos siempre
de mínimos dentro del marco del 78. Así nos ha ido desde el 15-M, la represión
campa por la falta de respeto a los derechos y libertades de los que siempre
acaban pagando, porque a los que les sale gratis nunca han estado más contentos
con la impunidad reinante.
Así el PSOE antes se reconocía a
si mismo como centro izquierda y si les apretabas un poco te cantaban la
Internacional con el puño a media asta. El PP también era centro, centro
derecha si había que significarse, pero nunca extrema derecha, lo de su
fundador fue un lapsus franquista. Teníamos un inmenso y extenso centro
corrupto diana de la transversalidad recién llegada sin pecado original, que ésta
identificaba como derecha e izquierda caduca, porque el centro inmaculado era
ella, socialdemócrata si se le exigía más definición. Perdonad si resulta
simplista. Pero ahora esto ha cambiado, mira por donde, el PP dice sin
complejos que es de derechas con su Casado al frente, master del universo
franquista, el del mejor PP de ADN nacionalcatólico, decidido a comerse a Vox,
a Ciudadanos y a quien haga falta porque de esvástica a cruz todo le vale al
personaje. Y el PSOE ahora se reivindica como la izquierda, la de verdad, la
que va a sacar a Franco del Valle, porque Moncloa bien vale una exhumación,
pero una solo y bueno, después de vacaciones, no hay que apurar tanto. Y qué
pasa con los de la derecha y la izquierda ha muerto, pues que en este momento van
a tener razón, si lo aplicamos al PP, lo de derecha les queda muy corto y lo de la izquierda del PSOE es un deseo
de algunos de sus votantes de buena fe. Y no me he olvidado de Izquierda Unida,
antes satélite del PSOE, pues al formar parte de Podemos ya queda incluida en
el relato. Es cierto que Podemos se identifica ahora más con la izquierda y con
la derecha Ciudadanos, que ya se ha estrenado con nota en eso de la corrupción,
porque los clásicos nunca mueren. Lo que tienen todos en común es que son muy y
mucho españoles, como diría el registrador. Todos unos patriotas. Volvemos a
tener un tablero político escorado alarmantemente y peligrosamente a la derecha
más recalcitrante, sin una izquierda valiente que se organice y asuma la
responsabilidad histórica de salvar al pueblo del fascismo de cada día. Y eso
no se hace solo en el Parlamento, se hace en la calle.
Para votar en este laberinto en
que unos dicen ser una cosa mientras son otra, a los que los ajenos también
etiquetan en función de sus intereses y a los que no quieren ser etiquetados,
los de a pie, que solo se alimentan de lo que ven por la tele, van a necesitar
una brújula. De esta confusión resulta que los votantes de Ciudadanos piensan
que votan izquierda a pesar de que el partido ya retiró de sus estatutos lo de
socialismo democrático hace tiempo. De todas formas todo esto tiene relativa
importancia porque cuando levantas la cabeza desde dentro del laberinto lo que
ves es una inmensa bandera rojigualda como un holograma de esos que cambian con
el movimiento, así la tela ondeante te ofrece lo mismo un águila que una
corona, pero el hilo musical siempre es el mismo: ¡qué viva España!. Y si miras
a vista de pájaro el laberinto verás correr a unos pocos buscando con
desesperación la salida mientras el resto deambula complacido entre los muros
franquistas que apuntalo la transición.
Mi difunto padre contaba sonriente
la anécdota de cuando se quedó colgando de la barandilla exterior del balcón de
su tercer piso de altura siendo rescatado por mi madre, que por entonces tenía
la fuerza de una heroína, porque aunque pequeño, al hombre había que levantarlo
a peso. Explicaba lo sucedido ante el estupor del que le escuchaba. Decía que
él en realidad no se cayó de la escalera mientras se peleaba con el toldo, sino
que aquello fue una prueba de amor, para ver si su mujer le quería y le salvaba
la vida. Pues hay cierto paralelismo entre la burla de mi padre y la clase política
apoltronada, que te miente a la cara, te lo vende como acto de amor, compras
sus falacias y desde el convencimiento de que te han vendido la moto se ríen de
ti, sin que tenga puñetera gracia. Al menos con mi padre te reías tú también y
aceptaba que le dijeras que no fue un acto de amor lo de mi madre, más bien un
acto reflejo.
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