La verdad es que Galicia por desgracia ha arrastrado una fama inmerecida de franquista, inmovilista y sumisa, pero quizá es porque la historia de este país la han contado siempre los que han detentado el poder. El que posaba junto a los salmones que nunca pescó, se paseaba en el Azor y disfrutó de un pazo regalado a la fuerza, (no confundir con el que mata animales indefensos, se pasea en el Fortuna y pasa sus vacaciones en un palacio, y que también ha ignorado bastante la esquina noroeste) se encargó de ello. Lo que no es tan conocido es la política de exterminio que se siguió tras el Golpe de Estado en todo el territorio gallego y que provocó entre la población tal terror que imposibilitó la resistencia. Un yugo de miedo y pobreza que con el paso de los años fue dibujando una Galicia poco dispuesta a rebelarse por nada, imagen que poco a poco se está convirtiendo en pasado.
La República no pudo acabar con la inmoralidad del caciquismo impuesto secularmente a una población rural y dispersa. En este período se consiguieron adelantos muy positivos que los que siempre detentaron el poder, caciques e Iglesia, no podían digerir. Por eso los caminos aparecieron sembrados de cadáveres de políticos, médicos, maestros, abogados, alcaldes, pescadores, obreros y campesinos. Socialistas, comunistas, anarquistas, republicanos o simplemente demócratas sin filiación. Todos iguales sobre aquella tierra, cuerpos atravesados por las balas de los falangistas, de la guardia civil, de los militares o de cualquier resentido que se aferró al nuevo régimen para medrar. Pero también espíritus libres, que tras décadas de olvido o de ser recordados en privado, pasan a ser ejemplos para los que reivindicamos una nueva República que cumpla los objetivos que no dejaron alcanzar a la anterior.
No sólo hay que hablar de Alexandre Bóveda, hablemos de Justo Moure Giráldez, teniente de alcalde, de Antonio Mojón Vázquez, maestro, de José Adrio Barreiro, abogado y político, de Manuel González Fresco, burgués republicano, de Manuel Calvelo López, médico, de Benjamín Malvar García, labrador, de Camilo Díaz Baliño, artista gráfico, padre de Isaac Díaz Pardo al que tanto debe el mundo de la cultura gallega, mártir de los intereses económicos, pero ese es otro golpe de estado. Algunos tuvieron su entierro y sus flores todos los años, pero otros muchos siguen ocultos en la tierra, en las cunetas, en los montes, unos sólos, otros junto a sus compañeros de tan macabro viaje. Hoy todavía hay quien se opone a que sus restos sean recuperados, a que sean enterrados con una placa que recuerde su nombre en un sitio donde ir a poner flores con los colores de sus ideas. Personas como el juez de Castropol que prohibió a la ARMH exhumar los cuerpos de nueve fusilados en A Fonsagrada, orden que no fue tenida en cuenta. Pronto irán a trabajar a Ponteareas, donde la asociación recuerda cómo el cura de la iglesia de Xinzo, tras la que se encuentra una fosa con 8 asesinados, dijo: "los republicanos estarían mejor donde se pudiesen pisar".
Pero el miedo no pudo con todas las ansias de libertad y progreso que había intentado aniquilar esa "Nueva España", que no era más que la de siempre, pero más cruel y sanguinaria. Hubo quien se tiró al monte huyendo de la muerte y hubo quien lo hizo para seguir luchando, porque no podía tolerar ver que cuando el sueño empezaba a hacerse realidad un personaje mediocre, caudillo de fascistas vino a convertirlo en la peor de sus pesadillas. La guerrilla gallega luchó durante muchos años contra la opresión de la dictadura, para recuperar ese mundo robado, luchó hasta que la situación se hizo insostenible por falta de efectivos. La maquinaria franquista, en la que intervino tan activamente la iglesia católica, lavó el cerebro de los hijos de los presos que llenaban sus cárceles, el hambre, el miedo y por fin el desconocimiento de la generación que ya no vivió la guerra ni la inmediata posguerra, hizo imposible el relevo generacional que hubiera necesitado la guerrilla. Fueron valientes, entre muchos, Benigno Andrade García "Foucellas" ejecutado en 1952, Francisco Martínez Leira "Pancho" abatido el último día de 1954 y las personas que les ayudaron a sobrevivir en el monte en unas condiciones extremas, algunas de éstas también fueron asesinadas por las "fuerzas del orden". Pancho, según me contó el historiador y recuperador de memoria Bernardo Máiz Vázquez, llevaba en su cartera un papel en el que estaba escrito un poema de Pedro Garfías, olvidado poeta del 27 que vivió su exilio mexicano con la amargura del que sabe que no ha de volver. El poema que tantas veces debió leer Pancho buscando en sus versos aliento para seguir en su dura lucha era "Peleamos".
Por los viejos que lloran nuestra ausencia,
por la esposa que añora nuestros brazos,
por los hijos que esperan nuestra vuelta,
¡peleamos!, ¡peleamos!
Por el torno que cuenta nuestras horas,
por la tierra que labran nuestras manos,
por el limpio sudor de nuestra frente,
¡peleamos!, ¡peleamos!
Por el sol y el azul de nuestro cielo,
por las piedras sagradas que heredamos,
por el suelo cansado de dar flores,
¡peleamos!, ¡peleamos!
Peleamos por todo lo que es noble,
por la paz, la justicia y el trabajo,
por la libre república del pueblo,
¡peleamos!, ¡peleamos!
Esos guerrilleiros, que no bandoleros, como los clasificó la dictadura, también fueron mártires y héroes.
Hoy los mártires no lo son de la dictadura, lo son de la democracia y del sistema judicial, por eso este año el II premio día da Galiza Mártir es para Dionisio Pereira, es de justicia que así sea. Hoy los héroes se valen del teclado de un ordenador para combatir la mentira, la desvergüenza y la ignorancia, para sacar a la luz la historia de los que yacen bajo tierra y el nombre de los verdugos que los enviaron a tan sombrío lugar. Felicidades Dionisio por este premio, aunque estarás de acuerdo conmigo en que en el fondo es muy triste tener que recibir este honor en el año 2007, 71 años después de una siembra de cadáveres, que si seguimos regando con tesón y valor empezará a dar frutos de verdad y libertad.
La República no pudo acabar con la inmoralidad del caciquismo impuesto secularmente a una población rural y dispersa. En este período se consiguieron adelantos muy positivos que los que siempre detentaron el poder, caciques e Iglesia, no podían digerir. Por eso los caminos aparecieron sembrados de cadáveres de políticos, médicos, maestros, abogados, alcaldes, pescadores, obreros y campesinos. Socialistas, comunistas, anarquistas, republicanos o simplemente demócratas sin filiación. Todos iguales sobre aquella tierra, cuerpos atravesados por las balas de los falangistas, de la guardia civil, de los militares o de cualquier resentido que se aferró al nuevo régimen para medrar. Pero también espíritus libres, que tras décadas de olvido o de ser recordados en privado, pasan a ser ejemplos para los que reivindicamos una nueva República que cumpla los objetivos que no dejaron alcanzar a la anterior.
No sólo hay que hablar de Alexandre Bóveda, hablemos de Justo Moure Giráldez, teniente de alcalde, de Antonio Mojón Vázquez, maestro, de José Adrio Barreiro, abogado y político, de Manuel González Fresco, burgués republicano, de Manuel Calvelo López, médico, de Benjamín Malvar García, labrador, de Camilo Díaz Baliño, artista gráfico, padre de Isaac Díaz Pardo al que tanto debe el mundo de la cultura gallega, mártir de los intereses económicos, pero ese es otro golpe de estado. Algunos tuvieron su entierro y sus flores todos los años, pero otros muchos siguen ocultos en la tierra, en las cunetas, en los montes, unos sólos, otros junto a sus compañeros de tan macabro viaje. Hoy todavía hay quien se opone a que sus restos sean recuperados, a que sean enterrados con una placa que recuerde su nombre en un sitio donde ir a poner flores con los colores de sus ideas. Personas como el juez de Castropol que prohibió a la ARMH exhumar los cuerpos de nueve fusilados en A Fonsagrada, orden que no fue tenida en cuenta. Pronto irán a trabajar a Ponteareas, donde la asociación recuerda cómo el cura de la iglesia de Xinzo, tras la que se encuentra una fosa con 8 asesinados, dijo: "los republicanos estarían mejor donde se pudiesen pisar".
Pero el miedo no pudo con todas las ansias de libertad y progreso que había intentado aniquilar esa "Nueva España", que no era más que la de siempre, pero más cruel y sanguinaria. Hubo quien se tiró al monte huyendo de la muerte y hubo quien lo hizo para seguir luchando, porque no podía tolerar ver que cuando el sueño empezaba a hacerse realidad un personaje mediocre, caudillo de fascistas vino a convertirlo en la peor de sus pesadillas. La guerrilla gallega luchó durante muchos años contra la opresión de la dictadura, para recuperar ese mundo robado, luchó hasta que la situación se hizo insostenible por falta de efectivos. La maquinaria franquista, en la que intervino tan activamente la iglesia católica, lavó el cerebro de los hijos de los presos que llenaban sus cárceles, el hambre, el miedo y por fin el desconocimiento de la generación que ya no vivió la guerra ni la inmediata posguerra, hizo imposible el relevo generacional que hubiera necesitado la guerrilla. Fueron valientes, entre muchos, Benigno Andrade García "Foucellas" ejecutado en 1952, Francisco Martínez Leira "Pancho" abatido el último día de 1954 y las personas que les ayudaron a sobrevivir en el monte en unas condiciones extremas, algunas de éstas también fueron asesinadas por las "fuerzas del orden". Pancho, según me contó el historiador y recuperador de memoria Bernardo Máiz Vázquez, llevaba en su cartera un papel en el que estaba escrito un poema de Pedro Garfías, olvidado poeta del 27 que vivió su exilio mexicano con la amargura del que sabe que no ha de volver. El poema que tantas veces debió leer Pancho buscando en sus versos aliento para seguir en su dura lucha era "Peleamos".
Por los viejos que lloran nuestra ausencia,
por la esposa que añora nuestros brazos,
por los hijos que esperan nuestra vuelta,
¡peleamos!, ¡peleamos!
Por el torno que cuenta nuestras horas,
por la tierra que labran nuestras manos,
por el limpio sudor de nuestra frente,
¡peleamos!, ¡peleamos!
Por el sol y el azul de nuestro cielo,
por las piedras sagradas que heredamos,
por el suelo cansado de dar flores,
¡peleamos!, ¡peleamos!
Peleamos por todo lo que es noble,
por la paz, la justicia y el trabajo,
por la libre república del pueblo,
¡peleamos!, ¡peleamos!
Esos guerrilleiros, que no bandoleros, como los clasificó la dictadura, también fueron mártires y héroes.
Hoy los mártires no lo son de la dictadura, lo son de la democracia y del sistema judicial, por eso este año el II premio día da Galiza Mártir es para Dionisio Pereira, es de justicia que así sea. Hoy los héroes se valen del teclado de un ordenador para combatir la mentira, la desvergüenza y la ignorancia, para sacar a la luz la historia de los que yacen bajo tierra y el nombre de los verdugos que los enviaron a tan sombrío lugar. Felicidades Dionisio por este premio, aunque estarás de acuerdo conmigo en que en el fondo es muy triste tener que recibir este honor en el año 2007, 71 años después de una siembra de cadáveres, que si seguimos regando con tesón y valor empezará a dar frutos de verdad y libertad.
Saúde e República.
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