El día 12 de marzo será un día a señalar en mi calendario particular, ese de las cosas importantes que no debes olvidar mientras vivas. El mismo día en que cumplía 58 años, el que me honró calificándome como su amiga, nos dejó por culpa de la arbitrariedad de la vida, esa que manda la muerte antes de hora a aquellos que tanta falta nos hacen. No sólo a los que pudimos conocerle, sino a una sociedad que no se puede permitir el lujo de perder a tan excepcional ser humano.
Juan Antonio era una persona íntegra, hijo, sobrino y nieto de represaliados por el franquismo, defensores de la legalidad republicana y luchadores por la libertad. Predicó con el ejemplo haya donde estuvo y no miró nunca a la gente por el color de su filiación política, creía en la unidad y en el trabajo en común. Miembro del PCA y sindicalista de CCOO, a la que tantos Juan Antonios haría falta para cumplir lo que debería ser su objetivo. Era también un buen republicano, en él había anidado el espíritu de la II República.
En los últimos días de su enfermedad tuvo la generosidad de acordarse de todos, dejó encargada una lista de cosas que había prometido hacer pero que no le dio tiempo a cumplir antes de ser hospitalizado por última vez. Luchó contra la enfermedad con el mismo ahínco que contra la injusticia, pero aunque pueda parecer que salió derrotado en esa guerra, no es así, dejó su semilla en todos nosotros y la haremos germinar abonándola con todo lo bonito que nos enseñó con su ejemplo.
Su deseo de ser incinerado y que sus cenizas fueran esparcidas en la fosa común del canal de los presos fue cumplido por su familia, sus amigos y camaradas en medio de una profunda emoción, la misma que impidió a algunos cantarle la Internacional. No voy a decir aquello de descanse en paz porque la paz, la solidaridad, la justicia y la equidad siempre estuvieron con él.
Sólo siento no haber tenido más tiempo para poder seguir escribiéndonos esas entrañables cartas que a partir de ahora serán un motivo más para trabajar y reivindicar la III República.
Hasta siempre camarada. Salud y República.
Juan Antonio era una persona íntegra, hijo, sobrino y nieto de represaliados por el franquismo, defensores de la legalidad republicana y luchadores por la libertad. Predicó con el ejemplo haya donde estuvo y no miró nunca a la gente por el color de su filiación política, creía en la unidad y en el trabajo en común. Miembro del PCA y sindicalista de CCOO, a la que tantos Juan Antonios haría falta para cumplir lo que debería ser su objetivo. Era también un buen republicano, en él había anidado el espíritu de la II República.
En los últimos días de su enfermedad tuvo la generosidad de acordarse de todos, dejó encargada una lista de cosas que había prometido hacer pero que no le dio tiempo a cumplir antes de ser hospitalizado por última vez. Luchó contra la enfermedad con el mismo ahínco que contra la injusticia, pero aunque pueda parecer que salió derrotado en esa guerra, no es así, dejó su semilla en todos nosotros y la haremos germinar abonándola con todo lo bonito que nos enseñó con su ejemplo.
Su deseo de ser incinerado y que sus cenizas fueran esparcidas en la fosa común del canal de los presos fue cumplido por su familia, sus amigos y camaradas en medio de una profunda emoción, la misma que impidió a algunos cantarle la Internacional. No voy a decir aquello de descanse en paz porque la paz, la solidaridad, la justicia y la equidad siempre estuvieron con él.
Sólo siento no haber tenido más tiempo para poder seguir escribiéndonos esas entrañables cartas que a partir de ahora serán un motivo más para trabajar y reivindicar la III República.
Hasta siempre camarada. Salud y República.
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