Luís Sampedro, escritor
"Soy un inmigrante de la España de 1935"
VÍCTOR-M. AMELA - 13/05/2008
"Soy un inmigrante de la España de 1935"
VÍCTOR-M. AMELA - 13/05/2008
Tengo 91 años. Nací en Barcelona, me crié en Tánger, vivo en Madrid. Fui economista, soy escritor. Estoy casado con Olga Lucas. Tengo una hija y un nieto, Miguel (27).
¿Política? ¡Contra el poder!
¿Dios? Una hipótesis que no comparto. Soy fan de los crucigramas de Fortuny.
¿Cuál es su mayor anhelo? Comprender y no estorbar.
¿Cómo se ve todo con 91 años? Con claridad. Casi con transparencia. Con más lucidez que nunca. Y eso ¿tranquiliza o inquieta? Yo me siento sereno.
Para serenarme, ¿qué me aconseja? No eres un jinete cabalgando un caballo, eres un centauro: no hay un alma animando un cuerpo, lo que hay es biología evolucionada... Y concíbete parte de la naturaleza.
Con un cuerpo de 20 años, ¿qué haría? Lo primero, pegar saltos, que ahora no puedo. Luego, no repetir aquellas erróneas relaciones hombre-mujer.
¿Cómo eran esas relaciones erróneas? O monetarias, o picarescas, o ingenuas. Y siempre con sentido de culpa.
¿A causa de dogmas religiosos? Sí, y siguen: ¡hay que ser muy obispo para rechazar la eutanasia y creer que Dios se complace en el sufrimiento humano!
¿Cuáles fueron sus sueños infantiles? Literarios: leía a Dumas, Ivanhoe...Vivía en Tánger (mi padre era médico militar), donde conviví con musulmanes, judíos, protestantes... ¡Aprendí que hay muchas verdades!
¿Cuál fue su siguiente aprendizaje? Nos mudamos a Aranjuez, donde aprendí el siglo XVIII: ¡la Ilustración, luz de la cultura occidental! Le siguieron el progreso (siglo XIX), el desarrollo (siglo XX) y la barbarie.
¿Estamos en la barbarie? El desarrollo insostenible nos aboca a ella: lo de Iraq es barbarie a lo Hitler, Stalin… Negro panorama... Yo me siento aquí inmigrante desde un país al que no puedo regresar, porque se hundió como la Atlántida: la España de 1935.
La República española: ¿cómo era? Contagiaba esperanza, ilusión (excepto a los que querían privilegios indebidos), y lo viví como natural. ¡Por eso el franquismo me resultó tan antinatural, antihumano!
¿Cómo le afectó la guerra? Yo era un muchacho de 19 años, movilizado como soldado republicano en el batallón 109 de la 14 brigada del ejército del norte: llegué receloso, me recibieron escépticos.
¿Por qué? Un jovencito de derechas llega a un batallón de anarquistas... De ellos aprendí qué era la entereza. Tipos de una pieza, consecuentes, analfabetos, más sabios que tanto doctor... Me hablaron de la justicia. Acabé admirándoles, acabaron queriéndome.
¿Qué pasó luego? El norte cayó en 1937..., y fui movilizado como soldado franquista: ver a obispos bendiciendo cañones me convenció de que ese bando defendía privilegios y pesetas.
¿Qué estampa de la guerra no olvida? Como soldado de Franco, en Artesa de Segre entré en una escuela bombardeada. Recogí del suelo un librito: traducciones de Carles Riba al catalán de textos clásicos griegos… Una maravilla..., ¡y todo perdido! Estampa triste... Otra, extraordinaria: una bomba arrancó a un compañero las dos piernas y el brazo derecho, y llegué al hospital acongojado pero resuelto a consolarle. Me saludó así: "¡Casi me matan! ¡Qué suerte he tenido, José Luis, chico!" ¡Estaba eufórico por estar vivo! Quedándole lo de entre las piernas, ¡contento! Menuda lección. ¡No la he olvidado! Se llamaba Benigno, era un campesino gallego.
¿Estuvo alguna vez ante Franco? En 1947 fui el primero de la primera promoción de Económicas. Hubo una ceremonia... ¡y Franco me calzó el birrete!
¿Cómo vivió el franquismo? Con una doble vida: la oficial y la de las catacumbas, siempre conspirando contra aquella ruindad.
¿Cuándo empezó a escribir? Durante la guerra comencé a escribir poesía: era mi espita... Luego he escrito como arqueólogo de mí mismo, para recorrer mis galerías y conocerme. Y he escrito sólo porque no he podido vivir sin hacerlo.
¿Sin perseguir nada más? Ni dinero, ni celebridad..., que me llegó a los 65 años, con La sonrisa etrusca,escrita al ser abuelo y experimentar una dimensión que desconocía del amor, tan pura. ¿Qué mensaje le dejaría a su nieto? Busca bondad y sabiduría con dignidad.
¿Qué es la bondad? Inteligencia vital.
¿Qué es la sabiduría? Desdeñar poder y dinero. Nos programan para venerarlos...
¿Cómo engaña usted al alzheimer? Evito creerme importante, para que no se entere de que existo.
¿Qué tal de salud? Cada mañana me coloco mis muchas prótesis: mi audífono, mis gafas, mi dentadura... Y Olga, mi mujer, mi todo.
No olvide al doctor Valentí Fuster, que le salvó la vida en su hospital. Sí. Padecí en Nueva York una crisis cardiaca, estuve al filo de la muerte. Mientras me desfibrilaban, una enfermera negra y gorda me dio la mano durante 40 minutos. Al irse, besé esa mano, agradecido... ¡La mujer se asombró!: "no estoy acostumbrada...", me dijo... Ahora me emociono al recordarlo...
¿Le apetecería conocer el mundo del futuro? ¡Pero si yo ya vivo fuera de este mundo! La gran pregunta es ¿para qué vivir? Para vivir.
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Un abrazo
Bautizado en Santa Maria del Mar, al año se fue. No regresó hasta acabada la guerra. Entonces vio una sardana y lloró de emoción ante "tan bella expresión de civismo". Habla con claridad y agudeza y se le puede preguntar de todo, hasta algún epitafio para sí mismo: "Que ustedes lo pasen bien", ríe. Ahora, en La ciencia y la vida / La ciència i la vida (Plaza y Janés), su pensamiento se trenza con el de Valentí Fuster. Ante Sampedro, uno siente estar ante un sabio. Lo he sabido, sobre todo, porque se ha emocionado varias veces: al evocar la sardana, a Benigno, a la enfermera negra... Y porque, al despedirme, me ha pedido que nos abrazásemos fuerte. Entonces me he emocionado yo.
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Un abrazo
Bautizado en Santa Maria del Mar, al año se fue. No regresó hasta acabada la guerra. Entonces vio una sardana y lloró de emoción ante "tan bella expresión de civismo". Habla con claridad y agudeza y se le puede preguntar de todo, hasta algún epitafio para sí mismo: "Que ustedes lo pasen bien", ríe. Ahora, en La ciencia y la vida / La ciència i la vida (Plaza y Janés), su pensamiento se trenza con el de Valentí Fuster. Ante Sampedro, uno siente estar ante un sabio. Lo he sabido, sobre todo, porque se ha emocionado varias veces: al evocar la sardana, a Benigno, a la enfermera negra... Y porque, al despedirme, me ha pedido que nos abrazásemos fuerte. Entonces me he emocionado yo.
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