Reconozco que el mundo del fútbol no es lo mío y que habrá mucho republicano de pro seguidor de la selección nacional. Una selección de un país cuyo mayor representante no es el pueblo sino el monarca Juan Carlos. Con lo cual creo que hasta que la selección no vista las medias moradas que lucía durante la República y sea posible que otras selecciones del territorio nacional puedan jugar representando otros colores, como pasa en el caso de Reino Unido, que, mira por donde, también es una monarquía, no creo que me interese mucho el tema, deportivamente hablando. Porque reconozco que no me puedo abstraer de comentar el evento en términos políticos que es donde interesadamente la están colocando las partes a obtener beneficios.
Punto primero. Los que quieren recuperar la bandera rojigualda para ¿los progresistas?. Son los artífices de esos programas de Cuatro en esa plaza, cuyo nombre es símbolo de opresión para muchos pueblos indígenas, y donde ondea la tan criticada megabandera que el partido popular instaló para goce y disfrute de los nostálgicos, que con la emoción de tan hermosa vista ven pasar el águila de antaño volando ante sus ojos y posándose en medio de la franja gualda. Ahora resulta que la plaza, también roja, y la bandera se recuperan para la ciudadanía entontecida, que olvida que esos colores son los de la dictadura y su compinche la transición. Haciendo olvidar por un momento, incluso a los republicanos, que esa no es la bandera legal, que para nosotros es la tricolor. Y bajo el eslogan Podemos se hace una nueva reconciliación nacional, pues el nieto del asesino y el de la víctima, que no reniegan de los suyos, se fundirán en un abrazo ante la victoria de lo único que tienen en común, el fútbol, la perversión es que lo harán bajo una bandera y un himno, símbolo reciente del fascismo español.
Punto segundo. Bajo esa bandera y esta selección triunfante, hasta la fecha, se está fraguando la unidad de España al estilo franquista, al grito de tertulianos políticos, con la bufanda de la selección al cuello, que hasta hace poco no eran sospechosos de españolismo y que en el calor de la victoria se permiten afirmaciones del tipo "¿quién dice que la unidad de España está en peligro?". La selección nos une, porque claro, estos tíos son tan estupendos que cada vez que salen al campo arreglan los déficits en infraestructuras, reparan desigualdades, traen respeto para las diferencias. Un puro amor fraternal. La unidad bajo qué conceptos tan sólidos: los de las victorias deportivas que acallan y amansan nuestros bajos instintos reivindicativos, lo del opio del pueblo, cambia la sótana por unos pantalones cortos y la ostia por una cerveza, y ahí lo tienes. Lamentable ver hacer el ridículo más espantoso a periodistas de pretendida solvencia, a políticos de pretendida credibilidad y a profesionales varios de pretendida seriedad, que quieren sus minutos de gloria a costa de la roja.
Punto tercero. Todo el mundo está con la roja. Se enciende la alarma, ahora resulta que la roja, ya no es aquella señora a la que paseaban por las calles de su pueblo, con el pelo rapado mientras le hacían tomar raciones de aceite de ricino, que anulaban el control de sus esfínteres, haciendo su humillación más patente. Ya no es la compañera del rojo encarcelado, ni la madre del rojo huído, ni la militante represaliada o asesinada. Ahora la roja es la selección nacional monárquica y la de la unidad de la España de siempre, la rancia.
Punto cuarto. Cuatro y el paradigma. Después de años y años se puede oir decir que su "majestad el rey don juan carlos" (tratamiento del vasallo) ha ido a visitar junto a su señora a la roja a los vestuarios para felicitarla por sus victorias, y de paso verle las piernas. Si Paco levantara la cabeza y viera, al que fuera como su hijo, elevar el rojo a "tan alto nivel" se llevaría un disgusto de muerte. Es lamentable que la casa real se esté aprovechando del éxito de unos señores que ganan un pastón por darle patadas a un balón y que eso nuble la mente de los que ven el orgullo patrio representado por unos futbolistas. Más de 15 millones de personas vieron al rey delante de la cámara rentabilizar el triunfo de la selección, eso si que es publicidad. Cuatro lo está haciendo muy bien. Hoy se ve que le toca al vástago su momento de gloria, ¿o no?, puede que los ex-rojos le den una páliza a la roja (cómo está el mundo), quizá papá no quiera arriesgarse a verse relacionado con una derrota rodeado de toreros, guardia civiles, folkloricas hinchables y demás parafernalia lamentable y casposa, que los aficionados tienen a bien pasear por Europa.
Punto quinto. La crisis económica con fútbol no es tanta, no se podrán pagar las hipotecas pero para tele panorámica de esas que necesitas tirar un tabique para meterlas en casa habrá un rinconcito con que pagarla. La pregunta es que pasará si la roja pierde, de repente la crisis entrará en los hogares de los ciudadanos, y el término roja volverá al significado peyorativo que le dieron los que ahora la nombran con tanto amor, y yo respiraré tranquila porque para mi su desprecio era el valor añadido que tenía la palabra. Zapatero tendrá su sesión calvario la semana próxima en el Congreso, pero será menos con victoria y tampoco hay que preocuparse mucho porque hay que irse de vacaciones, echar el resto y lamentarnos en septiembre, cuando el sueño de la roja, del crecimiento de la economía y los 400 euros sean historia.
Punto sexto. El vil metal por el que se pierde la dignidad con el máximo gusto, pero ese es un tema que todos conocemos muy bien. El rendimiento económico que proporciona este fenómeno de masas vale muchas misas y comulgar con quien haga falta.
Y por último, que me molesta que le quiten protagonismo por unos días a un ser de cuatro patas inteligente e independiente, de nombre Roja. Ella sabe lo que es ser maltratada, abandonada, superviviente y receptora de la solidaridad y el cariño de una republicana de izquierdas, que sabiendo de la autonomía de su perra la bautizó laicamente con el nombre de Roja, palabra con la que intentaron insultar, sin éxito, a su abuela y a su bisabuela. Ella sabía que en más de una ocasión tendría que llamarla en público y cada vez que lo hacía la gente las miraba con asombro. Con su postura valiente no dejan de hacer apología de la verdad que en este país cobarde, muchas veces no tiene más camino que el del cementerio. No hay derecho que le hagan eso a una pobre can.
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