Con la que está cayendo y qué poco nos movemos…. cómo no acabar dándose al Prozac, con este panorama de nada pasa, más que el tiempo que perdemos. Segundos preciosos de revolución ciudadana convertidos en resignación.
Salir de casa como todos los días, diario en mano, a la biblioteca más próxima para conectarse a Internet en busca de un trabajo basura, mal pagado, para el que te exigen hasta el cursillo de contorsionista, sí, aquel del que tanto me reí el día que me llamaron del INEM para ofrecérmelo. Al principio creí que era una broma de mal gusto, pues nunca me habían llamado de dicho servicio en todos los meses que llevaba en el paro y cuando lo hicieron, era para algo que en aquel momento me pareció surrealista, aunque más tarde entendí, que aquel cursillo era ideal para facilitar al señor Capital que te sodomizara sin tener que esforzarse. Enviar currículums por mail, por correo, con foto, sin foto. Llamar desde el locutorio más próximo para oír las gastadas palabras: ya te diremos algo. Era la rutina. Cumplidas las tareas típicas del parad@ llegaban las de ama de casa, las de esposa, madre e hija.
Nadie habla de la situación de crisis en la calle, como si ignorándola no fuera hacerte daño. Los que todavía resisten en sus lugares de explotación te miran como el gafe portador de mala suerte, cuando te preguntan: ¿qué tal? no quieren oír que te va como el culo y te dicen: bueno, pero todavía cobráis el paro. En el mercado oigo hablar del culebrón y del reality de turno. En la academia de peluquería, donde me tiñen el pelo a cambio de hacer de conejilla de indias, todo sea por tapar las canas de mi cuarentena de años, oigo hablar de
Cuando llegaba a casa me encontraba con la rutina doméstica y con un compañero a quien no le habían ido las cosas mejor que a mi. Cupido fue un hijo de mala madre, nos conocimos en la empresa en la que ambos trabajábamos, en la misma que se chupó nuestros mejores años y la que nos dejó en la puta calle, después de cerrar la multinacional su división en España. Con una indemnización ridícula, que bendijeron los “compañeros” del sindicato “amén” y un tiempo de paro que corría, y corre, muy deprisa y que se corresponde a lo que habían cotizado por nosotros, o sea, por debajo de la categoría que ocupábamos. Contable con idiomas e ingeniera con hipoteca, préstamos varios, coche, electrodomésticos. Ya sé que en este punto las simpatías que podría haber suscitado se han desvanecido, pues se puede pensar que llevábamos un tren de vida pequeño burgués, y que ahora que nos den ¿no?. Pues no, vivimos en una ciudad que años atrás hubiera sido llamada dormitorio, en un piso de
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