LENTEJAS A CAMBIO DE FE

El otro día mientras veía las noticias de turno, crisis para arriba, crisis para abajo, se me dispararon las alarmas ante un reportaje que quizá meses antes me hubiera pasado desapercibido. El papel de la Iglesia a través de sus entidades de caridad en este terremoto económico. Se mostraba a la gente de Cáritas diocesanas llenando cestas de arroz, mantequilla de soja y leche, una tarea encomiable esa de darle de comer al hambriento y de beber al sediento.

La gente que no llega a fin de mes se suma a la que históricamente no llegaba y ya casi no se da abasto. La pregunta es: ¿la tarea que desarrollan estas entidades no debería hacerla la administración pública? La respuesta la da una señora mientras introduce en una cesta un paquete de pasta: el ayuntamiento está saturado y tardan dos meses en que el departamento de asistencia social pueda tan siquiera pasar a conocer el caso del necesitado. Un ayuno de 60 días es la puerta a la solución total del problema, porque un ciudadano, aunque esté en precario, no puede sobrevivir sólo con el agua de las fuentes públicas.

Entonces, si la administración falla y no queda otra opción que ir a las ONGs especializadas en la rama de la alimentación, que normalmente son religiosas, estamos cayendo en un ataque al sistema laico. El ciudadano percibe que quien le está ayudando a salir del problema es la iglesia de turno, sin cuestionarse el que éstas están subvencionadas por el estado, y su gratitud será pues para con ellas. Así se crea un clima favorable a la Iglesia y a lo que su sistema de caridad ha significado desde siempre, el acallar la mala conciencia que ésta y que sus seguidores más pudientes deberían tener, manteniendo al pueblo enganchado al ciclo limosna-gratitud que aleja los problemas de sus casas.

Entre pan y pan, hostia consagrada, que sale barato y crea adicción, amansando a la fiera revolucionaria con la que todos nacemos de dotación y que ellos se encargan de domesticar.

Yo me pregunto: si la administración viera que la tarea que desempeñan estas entidades y que desahogan sus despachos de quejas, la estuviera realizando una ONG islamista, en las zonas donde más población musulmana se acumula, ¿adoptaría la misma actitud o vería un peligro en ello?. Cous cous a cambio de simpatía o adhesión no lo considerarían un trato justo, verían de tras de cada pita la llamada a la Yihad.

Donde hay descontento y miserias hay un caldo de cultivo manipulable, esa manipulación se ha dado a cabo en los países musulmanes donde las tesis religioso-políticas más extremistas se han ido haciendo fuertes. Se da en América Latina con las iglesias protestantes, que captan adeptos a través de sus ayudas, poniendo en jaque al tradicional poder de la Iglesia Católica en los territorios que antaño conquistara para mayor gloria de su poder.

Y me dirán, esto es algo que se da en todas partes. Sí, es cierto, pero no en la misma medida, en los países de más clara vocación republicana y laica donde el estado es más garantista y ofrece más coberturas a los ciudadanos, el papel de estas entidades es una ayuda más, no la ayuda única.

Entremos en el siglo XXI de una vez, la crisis es cosa de la administración pública, del dinero público, de decisiones políticas y económicas encaminadas a solucionar los problemas de los ciudadanos que no pueden dar de comer a sus hijos. No es una labor de ninguna entidad religiosa, porque se empieza cambiando lentejas por fe y los mártires de la crisis acaban atrapados en la red de acogimiento que tejen con muy malas intenciones la araña Iglesia.