El Gobierno había puesto a una familia en un compromiso terrible. Normalmente eran pocas las discusiones en el seno de la misma, también hay que decir, que a lo poco que se veían, no tenía el menor mérito. Desde que les había sobrevenido la Recuperación de la Memoria Histórica, las cenas de nochebuena se habían convertido en un acto que todos intentaban rehuir como podían. Por desgracia era una cita inevitable hasta que la madre pasara a mejor vida. Sólo les faltaba el polémico certificado. (Para los que no estén al tanto del susodicho documento, les informamos que se trata de un papelito, que te da el ministerio de Justicia, que no tiene validez de ningún tipo, ni sirve más que para consuelo de algunos -ya se sabe aquello de mal de muchos… sin ánimo de ofender. ¿Y qué pone en el dichoso certificado? Pues que papá o el abuelito habían sido buenos demócratas, ¡qué descanso!). Después de 3 décadas de la muerte del sátrapa es todo lo que te puede ofrecer la Justicia, la fe de bienvenida al estado de democracia de aquellos que fueron despedidos de esta vida, a salvas de plomo in corpore. El certificado de la discordia dividía a esta familia. (Aviso a malintencionados: la Memoria no divide lo que ya lo estaba sino que la mala memoria ha contribuido a que esta división sea clara y meridiana)
La madre de esta familia, Rosa, era hija única de un republicano, no por nada, sino porque al pobre hombre no le dio tiempo a engendrar más antes de que lo mataran. Tal gesta falangista fue llevada a cabo cuando contaba éste con 29 años de edad, en la primavera de 1939, en la provincia de Almería. Rosa suspiraba por el padre que no llegó a conocer, pues fue vastaga póstuma de un militante socialista, que murió arrepintiéndose de no haber podido hacer más para salvar la legalidad. Un ateo convencido y valiente, que le dijo al cura que se confesara él sus propios pecados y que para ello se tomara un mesecito libre de sus tareas de capellán pederasta y chivato, al que se le caía la baba viendo los fusilamientos.
Al año de ser paseado el padre de Rosa, murió la madre, de hambre, tal como suena. La niña fue recogida por una tía materna, que servía en Madrid, a petición de sus señores, que no podían tener descendencia por carecer el marido de testículos a causa de un disparo certero y rojo. La mujer crió a Rosa como si fuera su propia hija y no pensó en cambiarle el nombre porque no sabía que era por la Luxemburgo. Pero el marido cada vez que veía a la criatura se echaba la mano a la entrepierna y al notar el hueco se le llevaban los demonios. Así que cuando la niña empezó a tener conocimiento comenzó a torturarla explicándole unas historias terroríficas sobre sus verdaderos padres, que si eran unos criminales, que si mataban a los niños en sus cunas para vender su sangre y otras lindezas.
En el colegio también la martirizaron, porque el falangista de voz aguda no había querido darle sus apellidos. Llevaba los de la señora, todos sabían que ésta tenía una hermana libertaria, Alba, que estaba en Francia, así que hicieron pasar a Rosa por la hija de esta y la presentó como su sobrina. Eso le suponía a la pobre niña ración doble de catequesis, de rezo, de arrepentimiento y de pellizcos, ya sabemos que los de monja tienen gran fama.
Un día, su falsa madre de la CNT, abandonó su exilio para formar parte de una misión que acabó en Barcelona, y de mala manera. Alba terminó recalando en una cárcel madrileña y Rosa, su hija postiza, visitándola de la mano de la señora. Los días de la festividad de la Merced eran esperados por la niña porque Alba le fue explicando cosas que le ayudaron a entender el porqué del trato que recibía. Las cartas que su madre oficial le hacía llegar a través de las familias de otras presas, que la esperaban en la puerta del colegio para dárselas, hicieron su soledad más soportable. Su verdadera tía, la sirvienta, había sido echada de la casa hacía tiempo por salir preñada sin candidato a marido, pues el futurible cogió las de Villadiego, aún sin ser de Burgos.
Cuando Rosa tenía 15 años, su tía materna, ya decentemente casada con un tendero, volvió a la casa a por su sobrina. Esta le fue entregada de mil amores por la señora de la casa, ya que el frustrado castrado empezó a mirar a Rosa con más odio si cabe, intimidándola por los pasillos, ya que su presencia le recordaba el hombre que fue y que jamás volvería a ser y eso le atormentaba y le hacía peligroso. Su mujer tomó partido por él, hasta el punto de coger manía a la joven, lo cual era más práctico que cogerle inquina al marido, que la mantenía y le daba respetabilidad en la dura España machista y franquista.
A través de su tía, Rosa recuperó su historia. Lloró durante meses a moco tendido, cada vez que oía el nombre de Francisco, que era el de su padre, y claro, era el nombre que se hallaba en boca de todo el mundo, así que la criatura era un grifo que nadie lograba cerrar. Lloraba por su padre, por su pobre madre y por ella misma.
La tía se empeñó en que Rosita y Pablito, su niño, estudiaran para maestros, que era lo que a ella le hubiera gustado ser. Con el dinero que le daba la señora por su mala conciencia y la hermana de ésta por el placer de quitarle un puesto a un maestro del régimen, llegó Rosa a ser maestra. Casualidades de la vida, conoció a su marido en el magisterio, hijo de represaliados malagueños, carne de inclusa, de seminario y por fin, estudiado y liberado de las faldas, convertido en pater familia numerosa. 7 criaturas, las mismas que se hallaban en la tesitura de si pedir o no el famoso certificado.
El primer y el último hijo no querían pedirlo porque consideraban una indignidad ir a demandar un documento, con el historial del abuelo bajo el brazo, para que el estado les pasara la mano por el hombro diciéndoles: fue un gran hombre, pero no vamos a anular su juicio. El mayor había militado en el FRAP y el pequeño era un anarquista admirador de Ferrer i Guàrdia.
El segundo y el tercero pertenecían al partido socialista y trabajaban en la administración, uno como funcionario de carrera y otro como cargo de confianza, con lo cual se veían en el compromiso de dar ejemplo y solicitar el papelito para el abuelo, de quien presumían o escondían según la ocasión requiriera.
El cuarto era del PP y en el fondo siempre pensó que seguro que algo hizo el abuelo para merecer aquello. Así se lo hacía pensar su jaguar, su segunda y tercera residencia y su cuenta en un paraíso fiscal, sólo de imaginar que una horda de rojos quisieran repartir sus bienes, le hacía comprender que a los golpistas no les quedó otra que defender su patrimonio y los daños colaterales eran perdidas justificables, aunque fueran de la familia. No quería documento alguno que le relacionara con el abuelo.
La quinta era de UPD, menos afortunada en lo económico que el anterior, pero con un estatus que defender. Estaba hasta el moño de que le dijeran con sornita la revolucionaria, ella que era una “demócrata de libro”, necesitaba con urgencia poder mostrar un papel que dijera que su abuelo también lo era.
La sexta, monja, se creía estar expiando las culpas de toda la familia por el estigma del abuelo. Por la noche se apretaba bien fuerte el cilicio para castigarse por si el abuelo mató a algún siervo o sierva del señor, quemó alguna iglesia o violó a alguna compañera, que era eso lo que le habían dicho en el convento que hacían los rojos. Por eso no podía aceptar un papel que le permitiera sentirse orgullosa de alguien por el que llevaba toda la vida castigándose, contradicciones de la fe.
Como el conflicto no se resolvía y se estaba enquistando hasta tal punto que tendría que mediar el premio nobel de la paz Obama , se optó por una opción un tanto peregrina. Una de las bisnietas de Francisco , abonada al rollo esotérico, trajo la solución, lo mejor era hacer una sesión de espiritismo para invocar al “Bisa”. Los “bisnis” se mostraron entusiasmados y los padres para que no les quedara el trauma de la negativa, aceptaron, era mejor hacer el ridículo que pagarles unas caras sesiones de psicoanálisis.
Pusieron día y hora, y en territorio neutral, para evitar trucos y cachondeos innecesarios, quedaron ante el propietario del local, que hizo entrega de las llaves a cambio de unos buenos euros. Los “bisnis” colocaron las velas y unos cojines en el suelo en forma de círculo. Eran 22 entre nietos, nietos consorte e hijos de los mismos. En penumbra hasta los más descreídos empezaron a sentir ciertos escalofríos.
La esotérica era quien iba a liderar el experimento. Meses antes se había apuntado a un cursillo a distancia para tarotista, una profesión en auge proporcional al crecimiento de la crisis. Siguiendo las instrucciones de la directora de evento se dieron todos la mano y ésta con voz trémula y afectada, ya que era su primera vez, dijo:
- ¿Bisabuelo estás ahí?
El primero de los hijos estaba negro, hacía tiempo que no se sentía tan estúpido mientras el último se lo tomó con humor y tuvo que reprimir una carcajada. Los otros, que creer, más o menos, creían, pensaban que aquello era tentar al Eterno. La monja albergaba la esperanza de que el experimento diera resultado, porque ella siempre quiso hablar con Santa Teresa de Jesús para preguntarle sobre la técnica de levitación.
- ¿Bisabuelo estás ahí?. Yo te invoco.
De repente se oyó una voz bastante agradable, nadie hubiera dicho que era de ultratumba, pues era de cuneta.
- ¡Hombre, por fin!
Todos empezaron a mirarse entre si, ponderando las cualidades de ventrílocuo coñón de los allí presentes, pero todos estaban con la boca abierta y con cara de asombro.
-¿Sois mis descendientes?
- Sí, abuelo, me llamo Rosa, como mamá, y mira teníamos que hacerte una pregunta que nos tiene preocupados, ¿tú quieres el certificado de demócrata que da el gobierno?
- ¡Pero Rosa, como eres tan bruta! - le replicó el hermano pequeño.
- Es que tengo una cena esta noche y una entrega de premios del partido.
- Vaya Rosa -dijo el abuelo- pues que suerte, yo estoy muy bien, a pesar de haber luchado por un mundo mejor para todos vosotros, después de haber sido encarcelado, haber sido sometido a consejo de guerra, haber sido acusado de Rebelión, ¡hay que joderse!, por los malditos golpistas, haber recibido palizas y humillaciones y haber sido paseado antes de hora por unos falangistas que aquella noche habían decidido divertirse un poco, o sea, que estoy estupendamente.
Al primero de los hermanos ya se le caían unas lágrimas de a puño.
Los dos socialistas enseguida se identificaron delante del abuelo pensando que este se iba a enternecer por aquello de compartir siglas e iba a acceder a lo del dichoso certificado. Pero el abuelo se puso hecho un basilisco y los cristales temblaron.
- ¡Qué os pensáis, que en la fosa común no nos enteramos de nada, o qué! Vosotros ni sois socialistas, ni sabéis lo que es eso, vergüenza os tenía que dar, ¡me cago en la ostia sagrada!
En estos momentos se perdió momentáneamente la conexión, porque la nieta monja había comenzado a persignarse a tanta velocidad, que no se le veían las extremidades superiores. Ante los improperios generales, que superaron con creces a los del abuelo, se dio un tirón del cilicio y se enganchó de nuevo a la cadena de manos para restablecer la comunicación.
- Nietos y bisnietos, que me halláis convocado para tocarme lo que no suena, después de llevar en el agujero, no pudriéndome, porque el clima de nuestra tierra nos ha conservado muy bien, me parece imperdonable.
La monja no pudo aguantar más y le preguntó a bocajarro si estaba en el infierno. El abuelo casi se muere de nuevo y observó a la sierva de Dios, diciendo:
- ¡Me cago en los clavos de Cristo!, no que tengo una nieta monja.
Se produjo otra interferencia, esta vez por desmayo, así que prescindieron de su energía para cerrar el círculo. Entonces el abuelo dijo:
- Dejaros de tonterías, que lo de la desconexión era por tomaros el pelo, y atender a la monja. No quiero que me acusen a estas alturas de atacar al clero, cuando no me he acercado más que lo justo a una iglesia y siempre a mi pesar.
Mirad hijos míos, allí en la cuneta estamos muy decepcionados con las noticias que nos van llegando del exterior. Últimamente con la moda está de la invocación estamos saturados y escandalizados con la poca vergüenza que os gastáis. Para colmo estamos en zona de botellón y prostitución de carretera ¡qué lástima! Estamos asustados viendo como está el percal y lo mal que habéis educado a estas criaturas, si nosotros hubiéramos tenido vuestras posibilidades… No tienen conciencia de formar parte de un grupo, que tiene la obligación de cambiar este país para pagarnos la deuda que tenéis. Porque sí, tenéis una deuda, yo no voy a hacer de muerto perdonavidas, de que todo sea porque nuestros descendientes vivan en paz. Estoy muerto, pero no soy un hipócrita y no es que yo sea un rencoroso, perdonadme que me ría, vosotros que si os rallan el coche nuevo no lo perdonáis en la vida, eso si no os liáis a golpes, os atrevéis a hablar en nuestro nombre. Cuando me enteré del rollo ese bastardo de la reconciliación nacional, en la cual, perdonadme hijos míos, me cago, casi me vuelvo loco, porque claro, eso dejaba sin sentido mi vida: monárquicos, “falangistas de izquierdas”, “altos militares que no tenían buenos salarios” iban a ir de la mano de comunistas, anarquistas y socialistas en un acto de hermandad, que ni a la propia Iglesia en su maldad se le hubiera ocurrido (y esto no me lo invento, está escrito). Vosotros que entendéis que rivales futbolísticos se odien a muerte, nos pedís a nosotros que vayamos perdonando a nuestros verdugos y que no les guardemos rencor por habernos torturado y asesinado, a nosotros, a nuestras familias y compañeros. Mirad, yo no sé porque mecanismo han llegado algunos supervivientes a tan santas conclusiones, imagino que les debió minar mucho el régimen. Pero nosotros, aunque estemos secos como la mojama, tenemos la memoria muy fresca y tenemos muy presente que nos arrebataron la vida, me oís, ¡la vida!, la que hubiera dado en el frente por todos vosotros. Pero os digo una cosa, no le voy a regalar mi dignidad a ningún aprendiz de demócrata. Así que vosotros, que no estáis dispuestos a arriesgar nada por un mundo más justo, ni tan siquiera a compartir, salvo honrosas excepciones, me convocáis para decirme qué si mi interesan las rebajas democráticas y quiero un certificado...
Le podéis decir a la monja, cuando vuelva en sí, que no hay nada más allá de la muerte. Ni cielo, ni infierno, ya debe estar al corriente de que el purgatorio ha sido anulado por el Papa, no le debían sacar mucho beneficio al invento. Sólo somos energías cabreadas que nos alimentamos de nuestra propia indignación, cuando se nos pase, dejaremos de existir, para nuestro descanso, aunque os digo que a este paso va para largo. No entendemos que después de muerto el bastardo de Franco os andéis con tantas mandangas: que si hay que dejar en paz a los muertos, que si las heridas cerradas y abiertas. ¡Qué condenéis de una vez la dictadura fascista de Franco! ¡Qué hagáis cumplir los derechos humanos, que también los conocemos!, ¡que nuestros crímenes no han prescrito!, o si no, ¿qué clase de democracia de pacotilla tenéis?. Que cortan los mismos el bacalao. Hay miedo a hacer justicia, que me he entarado de que muchos de los que están en el gobierno tienen familiares que han formado parte de la dictadura represora, ¿qué ley justa podemos esperar si tienen que velar por la reputación de sus familias.? ¡Qué tenéis un rey que os dejó el genocida! ¿Y dónde estáis los familiares de los mártires de la lucha contra el fascismo?, atontados, ensimismados en un mundo ficticio. Espabilar, que están ahí, que tienen otros nombres, pero son los mismos. Pero si hasta tengo al enemigo en la familia, pero qué ha hecho esta pobre hija mía. ¡Si hubiéramos ganado la guerra… mi mujer no hubiera muerto de hambre…! y el abuelo se echó a llorar amargamente, derrotado y entre hipos les dijo: sabéis lo que os digo, que lamento no estar vivo para poder limpiarme el culo con esa mierda de certificado.
En esto se oyó un estruendo, eran los 200 compañeros de la fosa del abuelo que habían llegado atraídos por el cabreo de Francisco, anarquistas, comunistas, socialistas, antifascistas que en el hoyo se llevaban estupendamente y que lamentaban no haber estado más unidos contra un enemigo, que resultó ser tan devastador, ya que todavía seguía victorioso. Su legado, la monarquía, en la jefatura del Estado, los suyos detentando el poder económico y las víctimas como moneda de cambio de políticos de saldo, de izquierdistas de discurso a la galería. Menos mal que no habían descubierto su fosa, porque había quien separado de sus compañeros de infortunio habían recibido sepultura y misa , sin que ningún juez tomara nota de que allí hubo un asesinato de terrorismo de estado.
- Y por cierto –dijo el abuelo-, que nadie lleve mi caso al Supremo, no quiero que me vuelvan a juzgar, encima un ultraderechista y ultracatólico. Quiero que anulen mi juicio y el de los míos por ley, porque fueron fruto de tribunales ilegales, de una dictadura ilegal, ¡ILEGAL!
Los presentes se quedaron sin habla.
- Antes de irme, deciros que no me volváis a convocar a no ser para comunicarme buenas noticias. Y la próxima vez traed a vuestra madre para que pueda conocerla y despedirme de ella. Decidle que no me arrepiento de nada, que lo volvería a hacer y que siento en lo más hondo la muerte de su madre y no haberlas podido proteger. Me vuelvo con los míos, no nos defraudéis, son 70 años de oscuridad, para algunos más, un maldito premio para unos compañeros y compañeras generosos, que se merecían la gloria de los héroes, no la indiferencia de los olvidados.
Algunos bisnis no entendieron nada pero impactados, lo que se dice impactados, sí se quedaron. El Franki, el bisnieto antifascista, no hacía más que repetir: ¡a estos tíos me los llevo al centro social okupado! ¡Son la ostia!. El nieto del PP pensó que el abuelo, ante el miedo a ser ejecutado, se había vuelto loco, pero que al fin y al cabo había que respetar la voluntad de un muerto. El del FRAP seguía llorando, diciendo: ¡joder!, este es mi abuelo. El anarquista pensaba en cuanta razón tenía el abuelo y se hizo propósito de reconstruir su historia buscando información sobre el que hasta ahora no dejaba de ser un desconocido. El socialista funcionario de carrera pensó que ni él, ni los esnobs que el conocía le llegaban a su abuelo a la suela del zapato. El otro hermano del partido, bajó la cabeza, pensando en las veces que había dicho que había que mirar hacia adelante y sepultar el pasado. La monja tuvo una crisis de fe in situ y todos tuvieron que tranquilizarla para que no se quitara el hábito y saliera en paños menores a la calle, lo del infierno pase, pero que no hubiera cielo después de tanto sacrificio, eso la trastocó. Rosa, se debatió entre dos Rosas, la madre biológica y la política, y como ante todo era una buena hija, se decantó por la primera y pidió perdón al abuelo, antes de que volviera a su cuneta.
Al final todos tuvieron claro que respetarían la voluntad del abuelo y que no pedirían el certificado de la vergüenza.
Para la próxima cena de Nochebuena, buenas noticias no habría para el abuelo, pero si un sitio para él y sus 200 compañeros.
La madre de esta familia, Rosa, era hija única de un republicano, no por nada, sino porque al pobre hombre no le dio tiempo a engendrar más antes de que lo mataran. Tal gesta falangista fue llevada a cabo cuando contaba éste con 29 años de edad, en la primavera de 1939, en la provincia de Almería. Rosa suspiraba por el padre que no llegó a conocer, pues fue vastaga póstuma de un militante socialista, que murió arrepintiéndose de no haber podido hacer más para salvar la legalidad. Un ateo convencido y valiente, que le dijo al cura que se confesara él sus propios pecados y que para ello se tomara un mesecito libre de sus tareas de capellán pederasta y chivato, al que se le caía la baba viendo los fusilamientos.
Al año de ser paseado el padre de Rosa, murió la madre, de hambre, tal como suena. La niña fue recogida por una tía materna, que servía en Madrid, a petición de sus señores, que no podían tener descendencia por carecer el marido de testículos a causa de un disparo certero y rojo. La mujer crió a Rosa como si fuera su propia hija y no pensó en cambiarle el nombre porque no sabía que era por la Luxemburgo. Pero el marido cada vez que veía a la criatura se echaba la mano a la entrepierna y al notar el hueco se le llevaban los demonios. Así que cuando la niña empezó a tener conocimiento comenzó a torturarla explicándole unas historias terroríficas sobre sus verdaderos padres, que si eran unos criminales, que si mataban a los niños en sus cunas para vender su sangre y otras lindezas.
En el colegio también la martirizaron, porque el falangista de voz aguda no había querido darle sus apellidos. Llevaba los de la señora, todos sabían que ésta tenía una hermana libertaria, Alba, que estaba en Francia, así que hicieron pasar a Rosa por la hija de esta y la presentó como su sobrina. Eso le suponía a la pobre niña ración doble de catequesis, de rezo, de arrepentimiento y de pellizcos, ya sabemos que los de monja tienen gran fama.
Un día, su falsa madre de la CNT, abandonó su exilio para formar parte de una misión que acabó en Barcelona, y de mala manera. Alba terminó recalando en una cárcel madrileña y Rosa, su hija postiza, visitándola de la mano de la señora. Los días de la festividad de la Merced eran esperados por la niña porque Alba le fue explicando cosas que le ayudaron a entender el porqué del trato que recibía. Las cartas que su madre oficial le hacía llegar a través de las familias de otras presas, que la esperaban en la puerta del colegio para dárselas, hicieron su soledad más soportable. Su verdadera tía, la sirvienta, había sido echada de la casa hacía tiempo por salir preñada sin candidato a marido, pues el futurible cogió las de Villadiego, aún sin ser de Burgos.
Cuando Rosa tenía 15 años, su tía materna, ya decentemente casada con un tendero, volvió a la casa a por su sobrina. Esta le fue entregada de mil amores por la señora de la casa, ya que el frustrado castrado empezó a mirar a Rosa con más odio si cabe, intimidándola por los pasillos, ya que su presencia le recordaba el hombre que fue y que jamás volvería a ser y eso le atormentaba y le hacía peligroso. Su mujer tomó partido por él, hasta el punto de coger manía a la joven, lo cual era más práctico que cogerle inquina al marido, que la mantenía y le daba respetabilidad en la dura España machista y franquista.
A través de su tía, Rosa recuperó su historia. Lloró durante meses a moco tendido, cada vez que oía el nombre de Francisco, que era el de su padre, y claro, era el nombre que se hallaba en boca de todo el mundo, así que la criatura era un grifo que nadie lograba cerrar. Lloraba por su padre, por su pobre madre y por ella misma.
La tía se empeñó en que Rosita y Pablito, su niño, estudiaran para maestros, que era lo que a ella le hubiera gustado ser. Con el dinero que le daba la señora por su mala conciencia y la hermana de ésta por el placer de quitarle un puesto a un maestro del régimen, llegó Rosa a ser maestra. Casualidades de la vida, conoció a su marido en el magisterio, hijo de represaliados malagueños, carne de inclusa, de seminario y por fin, estudiado y liberado de las faldas, convertido en pater familia numerosa. 7 criaturas, las mismas que se hallaban en la tesitura de si pedir o no el famoso certificado.
El primer y el último hijo no querían pedirlo porque consideraban una indignidad ir a demandar un documento, con el historial del abuelo bajo el brazo, para que el estado les pasara la mano por el hombro diciéndoles: fue un gran hombre, pero no vamos a anular su juicio. El mayor había militado en el FRAP y el pequeño era un anarquista admirador de Ferrer i Guàrdia.
El segundo y el tercero pertenecían al partido socialista y trabajaban en la administración, uno como funcionario de carrera y otro como cargo de confianza, con lo cual se veían en el compromiso de dar ejemplo y solicitar el papelito para el abuelo, de quien presumían o escondían según la ocasión requiriera.
El cuarto era del PP y en el fondo siempre pensó que seguro que algo hizo el abuelo para merecer aquello. Así se lo hacía pensar su jaguar, su segunda y tercera residencia y su cuenta en un paraíso fiscal, sólo de imaginar que una horda de rojos quisieran repartir sus bienes, le hacía comprender que a los golpistas no les quedó otra que defender su patrimonio y los daños colaterales eran perdidas justificables, aunque fueran de la familia. No quería documento alguno que le relacionara con el abuelo.
La quinta era de UPD, menos afortunada en lo económico que el anterior, pero con un estatus que defender. Estaba hasta el moño de que le dijeran con sornita la revolucionaria, ella que era una “demócrata de libro”, necesitaba con urgencia poder mostrar un papel que dijera que su abuelo también lo era.
La sexta, monja, se creía estar expiando las culpas de toda la familia por el estigma del abuelo. Por la noche se apretaba bien fuerte el cilicio para castigarse por si el abuelo mató a algún siervo o sierva del señor, quemó alguna iglesia o violó a alguna compañera, que era eso lo que le habían dicho en el convento que hacían los rojos. Por eso no podía aceptar un papel que le permitiera sentirse orgullosa de alguien por el que llevaba toda la vida castigándose, contradicciones de la fe.
Como el conflicto no se resolvía y se estaba enquistando hasta tal punto que tendría que mediar el premio nobel de la paz Obama , se optó por una opción un tanto peregrina. Una de las bisnietas de Francisco , abonada al rollo esotérico, trajo la solución, lo mejor era hacer una sesión de espiritismo para invocar al “Bisa”. Los “bisnis” se mostraron entusiasmados y los padres para que no les quedara el trauma de la negativa, aceptaron, era mejor hacer el ridículo que pagarles unas caras sesiones de psicoanálisis.
Pusieron día y hora, y en territorio neutral, para evitar trucos y cachondeos innecesarios, quedaron ante el propietario del local, que hizo entrega de las llaves a cambio de unos buenos euros. Los “bisnis” colocaron las velas y unos cojines en el suelo en forma de círculo. Eran 22 entre nietos, nietos consorte e hijos de los mismos. En penumbra hasta los más descreídos empezaron a sentir ciertos escalofríos.
La esotérica era quien iba a liderar el experimento. Meses antes se había apuntado a un cursillo a distancia para tarotista, una profesión en auge proporcional al crecimiento de la crisis. Siguiendo las instrucciones de la directora de evento se dieron todos la mano y ésta con voz trémula y afectada, ya que era su primera vez, dijo:
- ¿Bisabuelo estás ahí?
El primero de los hijos estaba negro, hacía tiempo que no se sentía tan estúpido mientras el último se lo tomó con humor y tuvo que reprimir una carcajada. Los otros, que creer, más o menos, creían, pensaban que aquello era tentar al Eterno. La monja albergaba la esperanza de que el experimento diera resultado, porque ella siempre quiso hablar con Santa Teresa de Jesús para preguntarle sobre la técnica de levitación.
- ¿Bisabuelo estás ahí?. Yo te invoco.
De repente se oyó una voz bastante agradable, nadie hubiera dicho que era de ultratumba, pues era de cuneta.
- ¡Hombre, por fin!
Todos empezaron a mirarse entre si, ponderando las cualidades de ventrílocuo coñón de los allí presentes, pero todos estaban con la boca abierta y con cara de asombro.
-¿Sois mis descendientes?
- Sí, abuelo, me llamo Rosa, como mamá, y mira teníamos que hacerte una pregunta que nos tiene preocupados, ¿tú quieres el certificado de demócrata que da el gobierno?
- ¡Pero Rosa, como eres tan bruta! - le replicó el hermano pequeño.
- Es que tengo una cena esta noche y una entrega de premios del partido.
- Vaya Rosa -dijo el abuelo- pues que suerte, yo estoy muy bien, a pesar de haber luchado por un mundo mejor para todos vosotros, después de haber sido encarcelado, haber sido sometido a consejo de guerra, haber sido acusado de Rebelión, ¡hay que joderse!, por los malditos golpistas, haber recibido palizas y humillaciones y haber sido paseado antes de hora por unos falangistas que aquella noche habían decidido divertirse un poco, o sea, que estoy estupendamente.
Al primero de los hermanos ya se le caían unas lágrimas de a puño.
Los dos socialistas enseguida se identificaron delante del abuelo pensando que este se iba a enternecer por aquello de compartir siglas e iba a acceder a lo del dichoso certificado. Pero el abuelo se puso hecho un basilisco y los cristales temblaron.
- ¡Qué os pensáis, que en la fosa común no nos enteramos de nada, o qué! Vosotros ni sois socialistas, ni sabéis lo que es eso, vergüenza os tenía que dar, ¡me cago en la ostia sagrada!
En estos momentos se perdió momentáneamente la conexión, porque la nieta monja había comenzado a persignarse a tanta velocidad, que no se le veían las extremidades superiores. Ante los improperios generales, que superaron con creces a los del abuelo, se dio un tirón del cilicio y se enganchó de nuevo a la cadena de manos para restablecer la comunicación.
- Nietos y bisnietos, que me halláis convocado para tocarme lo que no suena, después de llevar en el agujero, no pudriéndome, porque el clima de nuestra tierra nos ha conservado muy bien, me parece imperdonable.
La monja no pudo aguantar más y le preguntó a bocajarro si estaba en el infierno. El abuelo casi se muere de nuevo y observó a la sierva de Dios, diciendo:
- ¡Me cago en los clavos de Cristo!, no que tengo una nieta monja.
Se produjo otra interferencia, esta vez por desmayo, así que prescindieron de su energía para cerrar el círculo. Entonces el abuelo dijo:
- Dejaros de tonterías, que lo de la desconexión era por tomaros el pelo, y atender a la monja. No quiero que me acusen a estas alturas de atacar al clero, cuando no me he acercado más que lo justo a una iglesia y siempre a mi pesar.
Mirad hijos míos, allí en la cuneta estamos muy decepcionados con las noticias que nos van llegando del exterior. Últimamente con la moda está de la invocación estamos saturados y escandalizados con la poca vergüenza que os gastáis. Para colmo estamos en zona de botellón y prostitución de carretera ¡qué lástima! Estamos asustados viendo como está el percal y lo mal que habéis educado a estas criaturas, si nosotros hubiéramos tenido vuestras posibilidades… No tienen conciencia de formar parte de un grupo, que tiene la obligación de cambiar este país para pagarnos la deuda que tenéis. Porque sí, tenéis una deuda, yo no voy a hacer de muerto perdonavidas, de que todo sea porque nuestros descendientes vivan en paz. Estoy muerto, pero no soy un hipócrita y no es que yo sea un rencoroso, perdonadme que me ría, vosotros que si os rallan el coche nuevo no lo perdonáis en la vida, eso si no os liáis a golpes, os atrevéis a hablar en nuestro nombre. Cuando me enteré del rollo ese bastardo de la reconciliación nacional, en la cual, perdonadme hijos míos, me cago, casi me vuelvo loco, porque claro, eso dejaba sin sentido mi vida: monárquicos, “falangistas de izquierdas”, “altos militares que no tenían buenos salarios” iban a ir de la mano de comunistas, anarquistas y socialistas en un acto de hermandad, que ni a la propia Iglesia en su maldad se le hubiera ocurrido (y esto no me lo invento, está escrito). Vosotros que entendéis que rivales futbolísticos se odien a muerte, nos pedís a nosotros que vayamos perdonando a nuestros verdugos y que no les guardemos rencor por habernos torturado y asesinado, a nosotros, a nuestras familias y compañeros. Mirad, yo no sé porque mecanismo han llegado algunos supervivientes a tan santas conclusiones, imagino que les debió minar mucho el régimen. Pero nosotros, aunque estemos secos como la mojama, tenemos la memoria muy fresca y tenemos muy presente que nos arrebataron la vida, me oís, ¡la vida!, la que hubiera dado en el frente por todos vosotros. Pero os digo una cosa, no le voy a regalar mi dignidad a ningún aprendiz de demócrata. Así que vosotros, que no estáis dispuestos a arriesgar nada por un mundo más justo, ni tan siquiera a compartir, salvo honrosas excepciones, me convocáis para decirme qué si mi interesan las rebajas democráticas y quiero un certificado...
Le podéis decir a la monja, cuando vuelva en sí, que no hay nada más allá de la muerte. Ni cielo, ni infierno, ya debe estar al corriente de que el purgatorio ha sido anulado por el Papa, no le debían sacar mucho beneficio al invento. Sólo somos energías cabreadas que nos alimentamos de nuestra propia indignación, cuando se nos pase, dejaremos de existir, para nuestro descanso, aunque os digo que a este paso va para largo. No entendemos que después de muerto el bastardo de Franco os andéis con tantas mandangas: que si hay que dejar en paz a los muertos, que si las heridas cerradas y abiertas. ¡Qué condenéis de una vez la dictadura fascista de Franco! ¡Qué hagáis cumplir los derechos humanos, que también los conocemos!, ¡que nuestros crímenes no han prescrito!, o si no, ¿qué clase de democracia de pacotilla tenéis?. Que cortan los mismos el bacalao. Hay miedo a hacer justicia, que me he entarado de que muchos de los que están en el gobierno tienen familiares que han formado parte de la dictadura represora, ¿qué ley justa podemos esperar si tienen que velar por la reputación de sus familias.? ¡Qué tenéis un rey que os dejó el genocida! ¿Y dónde estáis los familiares de los mártires de la lucha contra el fascismo?, atontados, ensimismados en un mundo ficticio. Espabilar, que están ahí, que tienen otros nombres, pero son los mismos. Pero si hasta tengo al enemigo en la familia, pero qué ha hecho esta pobre hija mía. ¡Si hubiéramos ganado la guerra… mi mujer no hubiera muerto de hambre…! y el abuelo se echó a llorar amargamente, derrotado y entre hipos les dijo: sabéis lo que os digo, que lamento no estar vivo para poder limpiarme el culo con esa mierda de certificado.
En esto se oyó un estruendo, eran los 200 compañeros de la fosa del abuelo que habían llegado atraídos por el cabreo de Francisco, anarquistas, comunistas, socialistas, antifascistas que en el hoyo se llevaban estupendamente y que lamentaban no haber estado más unidos contra un enemigo, que resultó ser tan devastador, ya que todavía seguía victorioso. Su legado, la monarquía, en la jefatura del Estado, los suyos detentando el poder económico y las víctimas como moneda de cambio de políticos de saldo, de izquierdistas de discurso a la galería. Menos mal que no habían descubierto su fosa, porque había quien separado de sus compañeros de infortunio habían recibido sepultura y misa , sin que ningún juez tomara nota de que allí hubo un asesinato de terrorismo de estado.
- Y por cierto –dijo el abuelo-, que nadie lleve mi caso al Supremo, no quiero que me vuelvan a juzgar, encima un ultraderechista y ultracatólico. Quiero que anulen mi juicio y el de los míos por ley, porque fueron fruto de tribunales ilegales, de una dictadura ilegal, ¡ILEGAL!
Los presentes se quedaron sin habla.
- Antes de irme, deciros que no me volváis a convocar a no ser para comunicarme buenas noticias. Y la próxima vez traed a vuestra madre para que pueda conocerla y despedirme de ella. Decidle que no me arrepiento de nada, que lo volvería a hacer y que siento en lo más hondo la muerte de su madre y no haberlas podido proteger. Me vuelvo con los míos, no nos defraudéis, son 70 años de oscuridad, para algunos más, un maldito premio para unos compañeros y compañeras generosos, que se merecían la gloria de los héroes, no la indiferencia de los olvidados.
Algunos bisnis no entendieron nada pero impactados, lo que se dice impactados, sí se quedaron. El Franki, el bisnieto antifascista, no hacía más que repetir: ¡a estos tíos me los llevo al centro social okupado! ¡Son la ostia!. El nieto del PP pensó que el abuelo, ante el miedo a ser ejecutado, se había vuelto loco, pero que al fin y al cabo había que respetar la voluntad de un muerto. El del FRAP seguía llorando, diciendo: ¡joder!, este es mi abuelo. El anarquista pensaba en cuanta razón tenía el abuelo y se hizo propósito de reconstruir su historia buscando información sobre el que hasta ahora no dejaba de ser un desconocido. El socialista funcionario de carrera pensó que ni él, ni los esnobs que el conocía le llegaban a su abuelo a la suela del zapato. El otro hermano del partido, bajó la cabeza, pensando en las veces que había dicho que había que mirar hacia adelante y sepultar el pasado. La monja tuvo una crisis de fe in situ y todos tuvieron que tranquilizarla para que no se quitara el hábito y saliera en paños menores a la calle, lo del infierno pase, pero que no hubiera cielo después de tanto sacrificio, eso la trastocó. Rosa, se debatió entre dos Rosas, la madre biológica y la política, y como ante todo era una buena hija, se decantó por la primera y pidió perdón al abuelo, antes de que volviera a su cuneta.
Al final todos tuvieron claro que respetarían la voluntad del abuelo y que no pedirían el certificado de la vergüenza.
Para la próxima cena de Nochebuena, buenas noticias no habría para el abuelo, pero si un sitio para él y sus 200 compañeros.
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