Antes de la Eurocopa se empezó a gestar un lavado de cara de la selección para ser utilizada a favor de los intereses políticos, el bautismo de la misma como roja, la campaña de una cadena más o menos afín con el Podemos a lo Obama, que ganó las elecciones en el 2008, año del hito deportivo patrio, con el eslogan “yes we can” (sí, se puede). Ya sabemos de la admiración del presidente Zapatero por su homólogo estadounidense. También pensábamos, en un principio, que era un federalista y quizá cegado por el modelo de las barras y estrellas pensó conjugar un estado federal con el sentimiento patriótico para dar la máxima autonomía sin soltar el amarre, a lo USA. Pero llega el Mundial donde esperaban recoger esos frutos de unidad desde el pluralismo y se les escapa el invento de las manos, aunque en su ceguera no se hayan dado cuenta todavía, ebrios de la anestesia que han lanzado sobre el pueblo y con un orgasmo inacabable fruto de la atención televisiva. Y todo con una selección llena de jugadores de Catalunya, pueblo boicoteado, criticado y denostado gratuitamente, que contribuye a las arcas del estado sin recibir a cambio lo que por justicia les toca, porque hace tiempo que los perros se comieron las longanizas con las que todavía se piensan los ciudadanos del resto del estado que se atan por esos lares los canidos.
Se escapa el invento de las manos porque del color rojo y del Podemos hemos pasado a la rojigualda y al “soy español, español, español” (ahora Cuatro es Telecinco y ésta del grupo de empresas del adalid del fascio, Berlusconi) en una peligrosa recuperación del orgullo patrio basada en un simple deporte. Para los sociólogos que invitó Gabilondo a su programa esto es fantástico, es una desinhibición liberadora que los jóvenes se arropen bajo la bandera “nacional”, sin darse cuenta que están siendo preparados para la intransigencia con un lavado de cerebro colectivo, porque si se les explica que la unidad de la patria es lo mejor del mundo y que la bandera que la representa el súmmum, la democracia, el respeto por la pluralidad y el esfuerzo pedagógico de gente que piensa alejada de la víscera se van al garete. Así en un Estado que ha perdido en todos los sentidos todos los partidos que ha venido jugando durante los últimos tiempos, habiendo ganado un evento mundial balompédico se considera lo máximo y se hace creer que con eso se va a solucionar todo. Decían los señores sociólogos que la gente harta de la crisis y los políticos se miraban en los valores de estos jóvenes que eran un espejo, y digo yo que si hemos perdido el rumbo, acaso éstos se dedican a gobernar un país o a darles patadas a una pelota, vamos a dejarnos de comparaciones estúpidas. Además no me imagino a Casillas en el Congreso de los Diputados, lleno de cerveza patrocinadora hasta las cejas diciendo a los de su grupo: quiero a estos cabrones aunque me den por el culo, como hizo el espléndido muchacho ayer noche, en un discurso edificante a las masas y con el aplauso de los periodistas imbuidos de patriotismo de cuarta riendo las gracias de los nuevos salvadores.
Celebraciones por todo lo alto con más gente en la calle de la que jamás hubieran soñado con un mar de banderas españolas, trapo que ha quedado impreso en el alma de estos cachorros llamados a ser los españoles del futuro. Aviones de la fuerza armada volando sobre sus cabezas con los colores rojo y amarillo, la infanta perjudicada bailando compulsivamente y bebiendo, el afamado demócrata Manolo Escobar y su casposo "que viva España!, el príncipe vestido con su uniforme militar hablando del triunfo, las infantitas con la camiseta de la selección, el rey campechano abrazando a los héroes, la Moncloa a reventar con un Zapatero que empezó queriendo ser presidente de una futura República a bufón de la corte de su majestad, retirando a un jugador que le ofrecía la camiseta nacional para poder seguir con sus minutos de gloria televisiva a dos días de un debate sobre el “estado de la nación” que no creo vaya a interesar a ninguno de los que andaban ayer por las calles de Madrid.
Nos encontramos con una monarquía encantada, que ha superado sus horas bajas, rentabilizando al máximo este éxito deportivo. La unidad del Reino, que es lo que más le preocupa para mantener sus aspiraciones de perpetuarse en la sopa boba de este engendro monárquico abominable que Franco les regaló, para que no tuvieran que dar un palo al agua nunca más, está a salvo. Los jóvenes que gritaban España y enarbolaban la bandera fascista maquillada no entenderán que hay otra bandera que es la legítima, que tiene tres colores, que debe representar la libertad de los diferentes pueblos del Estado y que no debe estar al servicio de ninguna forma de gobierno que responda al una, grande y libre del fascismo español. Una obviedad tan grande quizá haya que recordársela a la gente de izquierda que desde la misma intransigencia de la derecha defiende unos valores caducos que aprendieron durante la dictadura y que beben de las fuentes de la reconciliación nacional y de un sentimiento de unidad tan castrante e insufrible como el que patrocinan sus adversarios políticos.
Así los sociólogos estarán contentos porque al final los muchachos han dejado atrás los lastres y complejos de sus padres y sus abuelos y se habrán lanzado por la senda peligrosa del fanatismo patriotero. Decir a estos señores que nosotros tenemos un pasado sin resolver y que no podemos obviar, que ninguna Copa del mundo puede ser la pócima secreta para curar una herida cerrada en falso que no deja de gangrenarlo todo. No se puede uno sentir orgulloso de cosas banales que no aportan nada a la sociedad, ni basar la autoestima de los colectivos en euforias pasajeras, eso es seguir parcheando. Cuando a los jóvenes se les enseñe que el camino es la formación, la educación, el conocimiento, el respeto, la tolerancia, el esfuerzo, el trabajar por una sociedad mejor, el defender valores como son los valores republicanos, se les enseñe a ser críticos, a ser librepensadores, a ser demócratas y a corear consignas en defensa de sus derechos y no a entonar ningún ¡oeoeoeoe! empezaremos a construir algo de los que sentirnos orgullosos.
Aunque seamos pocos comparativamente los que nos podamos abstraer de esta dimensión opiácea en la que quieren convertir la realidad, somos un buen número todavía y no vamos a tirar la toalla.
Se escapa el invento de las manos porque del color rojo y del Podemos hemos pasado a la rojigualda y al “soy español, español, español” (ahora Cuatro es Telecinco y ésta del grupo de empresas del adalid del fascio, Berlusconi) en una peligrosa recuperación del orgullo patrio basada en un simple deporte. Para los sociólogos que invitó Gabilondo a su programa esto es fantástico, es una desinhibición liberadora que los jóvenes se arropen bajo la bandera “nacional”, sin darse cuenta que están siendo preparados para la intransigencia con un lavado de cerebro colectivo, porque si se les explica que la unidad de la patria es lo mejor del mundo y que la bandera que la representa el súmmum, la democracia, el respeto por la pluralidad y el esfuerzo pedagógico de gente que piensa alejada de la víscera se van al garete. Así en un Estado que ha perdido en todos los sentidos todos los partidos que ha venido jugando durante los últimos tiempos, habiendo ganado un evento mundial balompédico se considera lo máximo y se hace creer que con eso se va a solucionar todo. Decían los señores sociólogos que la gente harta de la crisis y los políticos se miraban en los valores de estos jóvenes que eran un espejo, y digo yo que si hemos perdido el rumbo, acaso éstos se dedican a gobernar un país o a darles patadas a una pelota, vamos a dejarnos de comparaciones estúpidas. Además no me imagino a Casillas en el Congreso de los Diputados, lleno de cerveza patrocinadora hasta las cejas diciendo a los de su grupo: quiero a estos cabrones aunque me den por el culo, como hizo el espléndido muchacho ayer noche, en un discurso edificante a las masas y con el aplauso de los periodistas imbuidos de patriotismo de cuarta riendo las gracias de los nuevos salvadores.
Celebraciones por todo lo alto con más gente en la calle de la que jamás hubieran soñado con un mar de banderas españolas, trapo que ha quedado impreso en el alma de estos cachorros llamados a ser los españoles del futuro. Aviones de la fuerza armada volando sobre sus cabezas con los colores rojo y amarillo, la infanta perjudicada bailando compulsivamente y bebiendo, el afamado demócrata Manolo Escobar y su casposo "que viva España!, el príncipe vestido con su uniforme militar hablando del triunfo, las infantitas con la camiseta de la selección, el rey campechano abrazando a los héroes, la Moncloa a reventar con un Zapatero que empezó queriendo ser presidente de una futura República a bufón de la corte de su majestad, retirando a un jugador que le ofrecía la camiseta nacional para poder seguir con sus minutos de gloria televisiva a dos días de un debate sobre el “estado de la nación” que no creo vaya a interesar a ninguno de los que andaban ayer por las calles de Madrid.
Nos encontramos con una monarquía encantada, que ha superado sus horas bajas, rentabilizando al máximo este éxito deportivo. La unidad del Reino, que es lo que más le preocupa para mantener sus aspiraciones de perpetuarse en la sopa boba de este engendro monárquico abominable que Franco les regaló, para que no tuvieran que dar un palo al agua nunca más, está a salvo. Los jóvenes que gritaban España y enarbolaban la bandera fascista maquillada no entenderán que hay otra bandera que es la legítima, que tiene tres colores, que debe representar la libertad de los diferentes pueblos del Estado y que no debe estar al servicio de ninguna forma de gobierno que responda al una, grande y libre del fascismo español. Una obviedad tan grande quizá haya que recordársela a la gente de izquierda que desde la misma intransigencia de la derecha defiende unos valores caducos que aprendieron durante la dictadura y que beben de las fuentes de la reconciliación nacional y de un sentimiento de unidad tan castrante e insufrible como el que patrocinan sus adversarios políticos.
Así los sociólogos estarán contentos porque al final los muchachos han dejado atrás los lastres y complejos de sus padres y sus abuelos y se habrán lanzado por la senda peligrosa del fanatismo patriotero. Decir a estos señores que nosotros tenemos un pasado sin resolver y que no podemos obviar, que ninguna Copa del mundo puede ser la pócima secreta para curar una herida cerrada en falso que no deja de gangrenarlo todo. No se puede uno sentir orgulloso de cosas banales que no aportan nada a la sociedad, ni basar la autoestima de los colectivos en euforias pasajeras, eso es seguir parcheando. Cuando a los jóvenes se les enseñe que el camino es la formación, la educación, el conocimiento, el respeto, la tolerancia, el esfuerzo, el trabajar por una sociedad mejor, el defender valores como son los valores republicanos, se les enseñe a ser críticos, a ser librepensadores, a ser demócratas y a corear consignas en defensa de sus derechos y no a entonar ningún ¡oeoeoeoe! empezaremos a construir algo de los que sentirnos orgullosos.
Aunque seamos pocos comparativamente los que nos podamos abstraer de esta dimensión opiácea en la que quieren convertir la realidad, somos un buen número todavía y no vamos a tirar la toalla.
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