El FMI y todos esos inventos de los estados motrices del descalabro mundial, que dieron y dan un poder ilimitado a las supracorporaciones, van hacernos cavar la sepultura de todos nuestros derechos. Como a los que antes de ser paseados les hacían cavar el hoyo donde se perderían para siempre. Los famosos y eufemísticos mercados han colocado las guillotinas en los parlamentos europeos y mientras tejen en los banquillos, como en una revolución al revés, con nuestras miserias sus riquezas, se carcajean enseñando sus fauces de aliento fétido y contemplando como ruedan las cabezas del estado del bienestar y otros capítulos sociales, que serán de aquí a nada las batallitas del abuelo. Eso si el abuelo llega a jubilarse y, si es así, si le llega la pensión para pagar las medicinas para paliar los males de su explotado cuerpo, porque el nieto podrá escucharle hasta los 40 años ya que no tendrá que ir a trabajar, pues no habrá trabajo. El que quiera laborar tendrá que hacerlo en régimen de esclavitud para hacer más ricos a los que ya lo son, así vivirán peligrosamente (no existirá el concepto riesgos laborales sólo los propios riesgos) para morir jóvenes. Un negocio redondo. Dentro de poco los mercados implantarán la eutanasia activa como una nueva selección natural donde los que necesiten comer y respirar más de lo que marquen sus índices morirán por falta de recursos.
A los que protegen este modus operandi, a la monarquía como cabeza reinante del estado español que manda sobre los ejércitos y que tan estrechamente unida está a la Iglesia, les va muy bien. Monarquía que determina un camino de impunidad y continuismo del franquismo, del poder de las oligarquías recicladas al capitalismo salvaje, que es una réplica del fascismo que les proporcionó la gloria. Participes y fomentadoras de la desigualdad en un mundo que sigue estando dividido entre explotadores y explotados, sin que la mayoría quiera entenderlo de este modo por encontrar esta división como algo superado y antiguo. Parte de una Iglesia que desde su intoxicadora fe bendice este estado de cosas con su socorrida resignación cristiana para aquellos que tienen que afrontar crisis sobre crisis, ofreciéndole la limosna al desahuciado para recibir la gratitud de quien anda desamparado y con ello redirigir su voto a los de su clase. Los suyos no son sus benefactores, que tan bien le han servido económicamente pero no ideológicamente, y esta Iglesia que aún odia todo lo que huela, aunque sea imperceptiblemente, a rojo, lo quiere todo: dinero, poder y control. Iglesia con sus capellanes castrenses dentro de un ejército a las órdenes de un jefe de estado que juró y perjuró los principios del movimiento y que según la Constitución, a la que tanto le debe el vivir tan bien, puede hacer uso de su fuerza contra los súbditos, que pagan sus salarios, para salvaguardar la unidad de una patria inexistente. Ejército que se haya en “misiones de paz” mundiales al servicio de las guerras imperialistas y coloniales.
Quizá si cortáramos todos esos lastres de nuestro más oscuro pasado, reduciríamos costes económicos, políticos y morales, impondríamos modelos más democráticos y justos dispuestos a plantar cara a esos pocos que nos gobiernan y explotan sin respuesta y nos llevan como ovejitas al matadero. Quizá entonces podamos plantar una gran guillotina para cortar la cabeza a esos mercados intangibles que nos sodomizan con violencia y volver a un mundo racional donde las cosas valgan lo que cuestan, no lo que digan las bolsas al albur de lo que se rumoree en los mentideros vendidos al mejor postor.
Porque su mundo de ficción no puede engullir la realidad, y esta es que nosotros, aunque nos cueste creerlo, tenemos el poder de cambiar las cosas si estamos dispuestos a intentarlo, individualmente somos prescindibles pero colectivamente somos imprescindibles para que su mundo irreal no se caiga y se rompa en mil pedazos.
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