Hay pérdidas de muchos tipos, pero sólo algunas consiguen dejarte un gran vacío dentro, una sensación de estar solo ante un gran espacio sin horizonte, desorientado y sin brújula que marque el camino más corto y más fácil para ir del punto en el que te encontrabas al punto que deseas alcanzar. Cuando esta pérdida te asalta cuando has empezado a caminar por esa senda incierta del compromiso con las causas que ennoblecen a las personas y que les otorgan el apellido de dignas, es un gran golpe. Entonces te paras a pensar si vas a seguir camino o te vuelves atrás si el trecho recorrido es corto. Pero cuando esto mismo te pasa en mitad de camino, cuando ya no divisas el punto de partida y no alcanzas a vislumbrar el final de ese sendero sacrificado y difícil del compromiso, las opciones son distintas. Te puedes sentar sobre una piedra y languidecer renunciando a poder mirarte de nuevo en el espejo o convertir la ausencia del compañero en energía para seguir hacia delante. Yo decidí seguir caminando desnuda, cansada y apoyada en aquellos fantásticos compañeros que no ocuparán tu lugar. La muerte vino a buscarte a traición en el momento más dulce de tu existencia.
Aunque he escrito mucho sobre ti estos días pasados, no había encontrado las palabras para mandarte mi despedida personal, y no sé si son estas las adecuadas. Signos y sonidos para decirte que hay personas a las que echarás de menos y cuyo recuerdo te acompañará siempre, y personas que marcan un antes y un después en tu vida, un punto de inflexión, un cambio para crecer como ser humano, y que son muy pocas. Tú, Álvaro, fuiste una de ellas. Llegaste a mi vida con urgencia y necesidad y provocaste que me pusiera a prueba, sacando de este saco que parecía no poder contener nada más, habilidades y razones que desconocía, afrontando nuevos retos sin cuestionar si sería capaz de llevarlos a cabo. Simplemente salté a ese tren que no para en todas las estaciones y que va a gran velocidad para acompañarte, para acompañarnos y crecer y evolucionar juntos, como así lo hicimos. Siempre en el respeto, el cariño, la solidaridad, la pasión y el convencimiento que las causas justas deben ser defendidas sin descanso para que la esperanza, esa que dicen que nunca debe perderse, no se diluya en la noche fascista.
No habrá otro compañero como tú, como no habrá otra etapa como la corta pero intensa que hemos vivido juntos. Y no abandonaré este viaje a pesar de que a veces pueda cundir el desaliento, no lo haré para poder seguir viendo todas esas fotografías de momentos compartidos sin sentir vergüenza por dejarte en la estacada. Seguiré mientras las fuerzas me lo permitan y si no puedo llegar al final del camino, no será por un abandono voluntario sino porque por desgracia las circunstancias me superen.
Seguimos sin ver el horizonte, sigue haciendo frío y somos pocos los que luchamos para alcanzarlo, pero no quiero cerrar estas líneas desde el desaliento, sería de desagradecidos. Quizá el horizonte esté ahí y el cegador sol del día no nos deje verlo, ni sus resplandores al ponerse y al marcharse, ni la luna alumbra lo suficiente para enseñárnoslo, o simplemente nuestros ojos cansados no sean capaz de verlo. Quizá a este camino vengan a morir otros caminos de luchadores de miles de causas justas y estemos a punto de encontrarnos cientos, miles de marchadores que ansian un mundo mejor en el que poder convivir y evolucionar hacia estadios de mejor y mayor justicia. El enemigo jamás va a rendirse y siempre estará acechante acosándonos, pero cuando en esa encrucijada seamos cientos de miles, millones, no aspiraremos sólo a defendernos, sino a luchar y a vencer por todos los que se quedaron atrás y cuyos sueños y anhelos recogimos. Ese día, sin duda llegará, y si no estoy aquí para verlo alguien llevara mi testigo y el tuyo, y el de nuestros tíos y abuelos, no lo dudes compañero.
Ahora sí, salud.
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