Estos últimos tiempos vengo preguntándome cuáles serán las peculiaridades del cerebro de un fascista. Que no cunda la alarma, no me he pasado a las tesis de Vallejo Nájera ,que pensaba que la maldad y deformidad moral del rojo era una cuestión genética, como buen seguidor de las tesis del III Reich. Yo no digo que un fascista nazca, pero sí se hace, como casi todo en este mundo, aunque no evoluciona por regla general más que a peor.
Aquellos que son aficionados al programa Redes habrán observado que la materia gris es un mundo de incógnitas, aunque cada vez más estudiado. Ya se sabe que hay partes muy definidas del cerebro que se dedican a cosas específicas y que hay zonas que por sus características determinan una serie de tendencias, como el ser un especimen sin empatía, tener más números para ser un psicópata asesino o ser un adicto a cualquier cosa. Lo más plausible es pensar que eso es lo que le pasa al fascista, que es un tipo que no conecta con el dolor ajeno, de ahí su comportamiento violento y dañino, pero claro, el fascista, como los ricos, también llora, lo hace por su familia, sus compañeros, o sea, los suyos. Lo cual los deja en indeseables sin más, sin coartada fisiológica. Pero podríamos centrarnos en el capítulo de las adicciones, pues sus convicciones inducidas son dependientes totalmente del grupo encabezado por un gurú que les insufla el aire de la xenofobia en sus pulmones para que puedan respirar el odio por el diferente. Son adictos a la propaganda simplista que les habla de una nación fuerte, pura y orgullosa sin más y eso les basta para salir ufanos como el último bastión de lo español, con sus pinturas de guerra y sus listas electorales a alimentarse de todo aquello que huele a la desesperación del que ya poco le queda. Y llegan con su catecismo, porque muchos de ellos tienen a dios entre sus ídolos, diciendo odiarás al negro y a la negra y a sus negritos, odiarás al moro y la mora y sus moritos, odiarás al sudaca y la sudaca y sus sudaquitas porque de ellos serán las arcas del estado y no podemos permitirlo. Y la gente que ya poco tiene abre los ojos a una nueva luz y asiente librados de una ceguera que no le había permitido ver que la culpa de todos sus males la tenía aquel que se paseaba con una chilaba por el barrio. Sus vidas ahora tienen un aliciente hay que deshacerse de quien les roba su estatus de nacional, que jamás le garantizó nada, pero eso ni se lo cuestionan.
Muy bien, y ahora se podría rebatir esto diciendo que si el planteamiento es que la gente tiene una tendencia a la adicción a un mensaje deglutido, podrían llegar unos bienintencionados con una lista de los culpables de que la clase trabajadora sea explotada, oprimida y vejada. Dirigirse a un grupo de personas de similares características a los que se dejaron embaucar por el canto de sirena fascista. Se podrían presentar ante ellos diciendo: odiarás a las multinacionales, odiarás a la bolsa, odiarás a los mercados, odiarás a la banca porque todos son lo mismo y para ellos será toda la Tierra, que tarde o temprano destruirán contigo dentro. Y esa gente no ve ninguna luz, sólo se siente más deprimido. No odiará el sistema capitalista del que se cree parte porque él o ella ya no son trabajadores, ni pertenecen a ninguna clase, ellos son parte del sistema caídos en desgracia, que aspiran a subirse de nuevo a ese tren del expolio para sentirse importantes, volviendo a pagar créditos por pisos, coches, electrodomésticos, vacaciones y bisturís.
Y aquí viene la complejidad del asunto o la simplicidad del ser humano, el primer mensaje de odio caló a la perfección en personas de esas que todos hemos catalogado alguna vez como buena gente, nuestros amigos, nuestra familia quizá. Quién no conoce a un buen racista, algunos dicen ser de izquierdas y tienen un bonito repertorio de chistes xenófobos, no han cruzado la raya pero coquetean con ella en su fuero más interno. Y claro, empiezas a reflexionar sobre porqué calan los mensajes racistas de manera tan alarmante, y piensas, todos conocemos a alguien procedente de otro país donde el pelo rubio es una rareza, pero quién conoce a los señores mercados que nos exprimen buscando su salvación mientras nos cuentan que es por nuestro bien. Nadie le pone un rostro, no sabemos su dirección, ni su teléfono, pero si sabemos donde viven aquellos que son como nosotros, pero que creemos tan diferentes que les despojamos de sus cualidades humanas para no tener que empatizar con sus problemas, que se parecen a los nuestros, pero que se agravan por su condición de emigrantes. Es una actitud cobarde la del pobre que entra en el club del fascismo por la puerta del racismo, sólo quiere recuperar lo perdido y cree que lo hará castigando al más débil, al que nada tiene y nada le ha quitado.
Y crees haber encontrado la solución y piensas, busquemos los rostros de los culpables de esta crisis bajémoslos a nuestro terreno enseñémosles como viven a costa de nuestra desgracia, digámosles vamos a unirnos todos, porque así contrarrestaremos su poder y vamos a abolir esta terrible dictadura. Todos tenemos el mismo enemigo es él quien provoca nuestro endeudamiento, nuestros desahucios, nuestra precariedad y nuestra falta de trabajo, quien recorta el estado del bienestar, derechos y libertades. Y entras en una euforia desmedida porque crees haber llegado a sus corazones para encontrarte con la dura realidad. Tantos años de televisión basura planificada ha hecho su trabajo, ha deformado su percepción y ellos sienten la necesidad de idolatrar a aquel que tiene múltiples propiedades, coches, aviones y barcos porque es el espejo donde se quieren mirar y en ese mundo a los que creen diferentes sólo pueden aspirar a ser siervos de estos multimillonarios sin escrúpulos. Y te preguntas hundido en tus miserias donde está aquella semilla que prendió en la Revolución Francesa y cortó las cabezas de los que esquilmaban al pueblo a su mayor gloria, donde está nuestra evolución, no está, hemos involucionado.
Así pues tenemos que caer en el determinismo y decir que el cerebro humano está más predispuesto a caer en las garras del fascismo porque es más fácil odiar lo humano que lo divino o divinizado. Porque el fascismo es como una religión donde no hay que pensar sólo ser dogmático y creer profundamente para ser salvado, y si no es así, conservar la esperanza de serlo en algún momento con lo cual no hay porque abandonar la secta.
Sería más novelesco pensar que aquellos doctores míticos del nazismo se instalaron a investigar a un remoto paraje y que lo que creemos gases efecto invernadero no son más que los tóxicos que han deformado nuestra percepción de la realidad y que extiende por Europa la más extrema de las derechas. Es el germen del fascismo que crece en todos los países alarmantemente con el mensaje de que el indefenso, el pequeño, tu hermano de miserias es el culpable de todos tus males y ese odio está al alcance de tu mano, es tentador y se ofrece como una salvación.
Y para no acabar en tan desolador punto, lanzar un S.O.S., un reto, una petición a las mentes librepensantes para ver si encuentran ese mensaje sencillo y simple, no simplista, no que no haga pensar sino todo lo contrario, y que cale en la población. Un mensaje antifascista que prenda como una mecha inapagable y que haga estallar un artefacto de radical democracia y de derechos humanos en las narices de quienes no sólo nos quieren esclavos sino también lobotomizados.
Aquellos que son aficionados al programa Redes habrán observado que la materia gris es un mundo de incógnitas, aunque cada vez más estudiado. Ya se sabe que hay partes muy definidas del cerebro que se dedican a cosas específicas y que hay zonas que por sus características determinan una serie de tendencias, como el ser un especimen sin empatía, tener más números para ser un psicópata asesino o ser un adicto a cualquier cosa. Lo más plausible es pensar que eso es lo que le pasa al fascista, que es un tipo que no conecta con el dolor ajeno, de ahí su comportamiento violento y dañino, pero claro, el fascista, como los ricos, también llora, lo hace por su familia, sus compañeros, o sea, los suyos. Lo cual los deja en indeseables sin más, sin coartada fisiológica. Pero podríamos centrarnos en el capítulo de las adicciones, pues sus convicciones inducidas son dependientes totalmente del grupo encabezado por un gurú que les insufla el aire de la xenofobia en sus pulmones para que puedan respirar el odio por el diferente. Son adictos a la propaganda simplista que les habla de una nación fuerte, pura y orgullosa sin más y eso les basta para salir ufanos como el último bastión de lo español, con sus pinturas de guerra y sus listas electorales a alimentarse de todo aquello que huele a la desesperación del que ya poco le queda. Y llegan con su catecismo, porque muchos de ellos tienen a dios entre sus ídolos, diciendo odiarás al negro y a la negra y a sus negritos, odiarás al moro y la mora y sus moritos, odiarás al sudaca y la sudaca y sus sudaquitas porque de ellos serán las arcas del estado y no podemos permitirlo. Y la gente que ya poco tiene abre los ojos a una nueva luz y asiente librados de una ceguera que no le había permitido ver que la culpa de todos sus males la tenía aquel que se paseaba con una chilaba por el barrio. Sus vidas ahora tienen un aliciente hay que deshacerse de quien les roba su estatus de nacional, que jamás le garantizó nada, pero eso ni se lo cuestionan.
Muy bien, y ahora se podría rebatir esto diciendo que si el planteamiento es que la gente tiene una tendencia a la adicción a un mensaje deglutido, podrían llegar unos bienintencionados con una lista de los culpables de que la clase trabajadora sea explotada, oprimida y vejada. Dirigirse a un grupo de personas de similares características a los que se dejaron embaucar por el canto de sirena fascista. Se podrían presentar ante ellos diciendo: odiarás a las multinacionales, odiarás a la bolsa, odiarás a los mercados, odiarás a la banca porque todos son lo mismo y para ellos será toda la Tierra, que tarde o temprano destruirán contigo dentro. Y esa gente no ve ninguna luz, sólo se siente más deprimido. No odiará el sistema capitalista del que se cree parte porque él o ella ya no son trabajadores, ni pertenecen a ninguna clase, ellos son parte del sistema caídos en desgracia, que aspiran a subirse de nuevo a ese tren del expolio para sentirse importantes, volviendo a pagar créditos por pisos, coches, electrodomésticos, vacaciones y bisturís.
Y aquí viene la complejidad del asunto o la simplicidad del ser humano, el primer mensaje de odio caló a la perfección en personas de esas que todos hemos catalogado alguna vez como buena gente, nuestros amigos, nuestra familia quizá. Quién no conoce a un buen racista, algunos dicen ser de izquierdas y tienen un bonito repertorio de chistes xenófobos, no han cruzado la raya pero coquetean con ella en su fuero más interno. Y claro, empiezas a reflexionar sobre porqué calan los mensajes racistas de manera tan alarmante, y piensas, todos conocemos a alguien procedente de otro país donde el pelo rubio es una rareza, pero quién conoce a los señores mercados que nos exprimen buscando su salvación mientras nos cuentan que es por nuestro bien. Nadie le pone un rostro, no sabemos su dirección, ni su teléfono, pero si sabemos donde viven aquellos que son como nosotros, pero que creemos tan diferentes que les despojamos de sus cualidades humanas para no tener que empatizar con sus problemas, que se parecen a los nuestros, pero que se agravan por su condición de emigrantes. Es una actitud cobarde la del pobre que entra en el club del fascismo por la puerta del racismo, sólo quiere recuperar lo perdido y cree que lo hará castigando al más débil, al que nada tiene y nada le ha quitado.
Y crees haber encontrado la solución y piensas, busquemos los rostros de los culpables de esta crisis bajémoslos a nuestro terreno enseñémosles como viven a costa de nuestra desgracia, digámosles vamos a unirnos todos, porque así contrarrestaremos su poder y vamos a abolir esta terrible dictadura. Todos tenemos el mismo enemigo es él quien provoca nuestro endeudamiento, nuestros desahucios, nuestra precariedad y nuestra falta de trabajo, quien recorta el estado del bienestar, derechos y libertades. Y entras en una euforia desmedida porque crees haber llegado a sus corazones para encontrarte con la dura realidad. Tantos años de televisión basura planificada ha hecho su trabajo, ha deformado su percepción y ellos sienten la necesidad de idolatrar a aquel que tiene múltiples propiedades, coches, aviones y barcos porque es el espejo donde se quieren mirar y en ese mundo a los que creen diferentes sólo pueden aspirar a ser siervos de estos multimillonarios sin escrúpulos. Y te preguntas hundido en tus miserias donde está aquella semilla que prendió en la Revolución Francesa y cortó las cabezas de los que esquilmaban al pueblo a su mayor gloria, donde está nuestra evolución, no está, hemos involucionado.
Así pues tenemos que caer en el determinismo y decir que el cerebro humano está más predispuesto a caer en las garras del fascismo porque es más fácil odiar lo humano que lo divino o divinizado. Porque el fascismo es como una religión donde no hay que pensar sólo ser dogmático y creer profundamente para ser salvado, y si no es así, conservar la esperanza de serlo en algún momento con lo cual no hay porque abandonar la secta.
Sería más novelesco pensar que aquellos doctores míticos del nazismo se instalaron a investigar a un remoto paraje y que lo que creemos gases efecto invernadero no son más que los tóxicos que han deformado nuestra percepción de la realidad y que extiende por Europa la más extrema de las derechas. Es el germen del fascismo que crece en todos los países alarmantemente con el mensaje de que el indefenso, el pequeño, tu hermano de miserias es el culpable de todos tus males y ese odio está al alcance de tu mano, es tentador y se ofrece como una salvación.
Y para no acabar en tan desolador punto, lanzar un S.O.S., un reto, una petición a las mentes librepensantes para ver si encuentran ese mensaje sencillo y simple, no simplista, no que no haga pensar sino todo lo contrario, y que cale en la población. Un mensaje antifascista que prenda como una mecha inapagable y que haga estallar un artefacto de radical democracia y de derechos humanos en las narices de quienes no sólo nos quieren esclavos sino también lobotomizados.
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