Hoy he leído en Público una
reseña del nuevo libro de Francisco Espinosa y José Mª García Márquez “Por la
religión y la patria. La Iglesia y el golpe militar de julio de 1936” y me ha
hecho pensar en la apostasía que tengo pendiente desde hace años y en que ya
era hora de no postergarlo más. Ya sé que apostatar es el derecho a la pataleta
porque en realidad no causas baja. La Iglesia católica es así de hipócrita y
cínica, prefiere tener a la gente en contra de su voluntad entre sus filas,
pero al menos que me pongan la anotación al margen de mi partida bautismal, que
imagino que no debe ser un espectáculo agradable para sus eclesiásticos ojos. Con
este propósito, ni corta ni perezosa, tras comprobar la web del arzobispado de Barcelona, me he lanzado al teléfono para contactar
con la que fuera residencia Francisco Franco cuando mi madre tuvo a bien
traerme al mundo. Un hospital público que sigue repartiendo sus excedentes
por falta de profesionales y camas a causa de la tijera del señor Boi,
Conseller de Sanitat por la gracia de CIU, entre hospitales de nombre Sant
Rafael (Congregació de Germanes Hospitalàries del Sagrat Cor de Jesús) o al Sagrat
Cor (con Capio hemos topado, mafia sanitaria del PP). Me refiero a la Vall
d’Hebron, centro de referencia de la sanidad pública. Pues hete aquí que allí hay una pica
católica como antaño una pila bautismal, por la que pasábamos las y los sin
culpa de ser incluidos en la casa del Señor, o sea, a ser vasallos contantes y
sonantes del negocio católico sin comerlo ni beberlo. En 2013, a modo de dato, 50 millones de nuestros euros fueron a parar a las católicas arcas en
concepto de servicios en hospitales, centros penitenciarios y ejército.
Los tiempos son otros distintos de los que corrían cuando yo nací, aunque a veces cueste diferenciarlos más allá del móvil o la tablet, porque el “Planeta” reinante sigue siendo el mismo, ayer del padre, hoy del hijo y siempre del espíritu santo de la transdictadura de la España única. Prosigo con el relato: He tenido que hablar con el capellán titular del hospital, que tiene allí un despacho por el que no paga alquiler y al que me han localizado por megafonía porque andaba revoloteando sobre los que sufren. Algunos pensarán que soy muy dura en mis descripciones pero es que en mi larga experiencia con enfermos en hospitales, y no por dedicación profesional, puedo decir que verlos aparecer cuando saben que la cosa es grave te llena de indignación, máxime cuando estás en un centro público que pago con mis ateos impuestos. Si para algunos pacientes esto de la religión es importante que hablen con sus parroquias y que les venga a visitar su cura de cabecera o el de más proximidad, si se halla lejos de casa, y que los capellanes demuestren su vocación de servicio a los fieles haciendo su trabajo. La cosa empeora cuando llegas derivada a un hospital privado o subvencionado, más triste aún, cuyas habitaciones están decoradas con retratos de santos y crucifijos, y si la habitación compartida es con un creyente que se niega a descolgar el santoral de las paredes toca poner un pañuelo sobre la cruz de la cama. Los ateos siempre transigiendo porque en eso se ponen de acuerdo todos los que creen en algo, si hay algo peor que tu competencia religiosa, o el cambio de chaqueta en la fe, es el ateísmo: el máximo común enemigo. A veces hemos tenido que reiterar a las enfermeras que por favor no se pasara el cura por la habitación, pues aún habiéndolo dejado dicho no se ha cumplido la voluntad de paciente y familiares.
Los tiempos son otros distintos de los que corrían cuando yo nací, aunque a veces cueste diferenciarlos más allá del móvil o la tablet, porque el “Planeta” reinante sigue siendo el mismo, ayer del padre, hoy del hijo y siempre del espíritu santo de la transdictadura de la España única. Prosigo con el relato: He tenido que hablar con el capellán titular del hospital, que tiene allí un despacho por el que no paga alquiler y al que me han localizado por megafonía porque andaba revoloteando sobre los que sufren. Algunos pensarán que soy muy dura en mis descripciones pero es que en mi larga experiencia con enfermos en hospitales, y no por dedicación profesional, puedo decir que verlos aparecer cuando saben que la cosa es grave te llena de indignación, máxime cuando estás en un centro público que pago con mis ateos impuestos. Si para algunos pacientes esto de la religión es importante que hablen con sus parroquias y que les venga a visitar su cura de cabecera o el de más proximidad, si se halla lejos de casa, y que los capellanes demuestren su vocación de servicio a los fieles haciendo su trabajo. La cosa empeora cuando llegas derivada a un hospital privado o subvencionado, más triste aún, cuyas habitaciones están decoradas con retratos de santos y crucifijos, y si la habitación compartida es con un creyente que se niega a descolgar el santoral de las paredes toca poner un pañuelo sobre la cruz de la cama. Los ateos siempre transigiendo porque en eso se ponen de acuerdo todos los que creen en algo, si hay algo peor que tu competencia religiosa, o el cambio de chaqueta en la fe, es el ateísmo: el máximo común enemigo. A veces hemos tenido que reiterar a las enfermeras que por favor no se pasara el cura por la habitación, pues aún habiéndolo dejado dicho no se ha cumplido la voluntad de paciente y familiares.
No me quiero desviar de la
llamada al capellán de voz meliflua y tono de sermón para incautos, que ha sido
amable hasta que me ha preguntado para que quería mi partida bautismal y le he
dicho que para apostatar. Arrenégote demo!. Nombré la palabra maldita y ha
habido una larga pausa de desconcierto, tras la que ha empezado a repetir
apostasía, apostasía, como si no supiera a que me estaba refiriendo, lo he
sacado de su perplejidad diciéndole que no quería formar parte de la
estadística de la Iglesia Católica, a lo que me ha respondido que no existía
tal, a lo que le he contestado que ellos tienen un censo, cosa que me ha
negado, pero cuando le he dicho que mi fuente era la propia Iglesia se ha
callado. Así que ha empezado a decirme que eso de apostatar era un sinsentido
porque el bautismo era un don del señor al que yo no podía renunciar porque era
un hecho consumado e inamovible (ha echado mano de argumentario, pero se le ha
olvidado que la Iglesia cuando quiere vende la revocación de los dones del
señor a través de la excomunión aunque no expliquen que según el derecho
canónico ni aún así dejas de formar parte de la Secta porque el bautismo es por
secula seculorum amén). Ellos te vienen con argumentos religiosos para jactarse
de que hagas lo que hagas estás allí y de allí no te mueves aunque apostates. Pero
se les olvida decir algo, que a ellos sí les duele el número de católicos que
se les quiere dar de baja. Como yo le he dicho al capellán esa afirmación suya sobre el don dado será bajo su punto de vista. Dado es mucho decir porque no
siempre es así, más de una sotana se ha llevado al bolsillo la voluntad metálica
forzada o ha negado el don de dios como si fuera suyo. De paso le he comentado al
capellán que para mí que un señor nombrado por su institución me echara agua
sobre la cabeza no significa absolutamente nada. Creyéndose muy hábil me ha
replicado que entonces porqué quiero apostatar si no tiene importancia para mí,
entrando en un bucle tela de araña para a los que la burocracia y en especial
la santa burocracia se les hace cuesta arriba, o sea, ¿Para qué vas a ir si es
para nada? Pues si hay que ir, se va, pater.
Cuando el capellán se ha dado
cuenta que lo mío era de convicción y militancia ha apelado a lo más sensible, a decirme que estaba
cuestionando a mis padres que habían tomado esa decisión por mi bien. Las
tácticas tipo secta: manipulación de sentimientos y emociones, lo más ruin. Pero
de poco le ha servido porque lo que el buen hombre no sabía es que mi familia
no es creyente, que nunca se habló de religión en mi casa sino para cantar
aquello de "si los curas y frailes supieran….. " y es que para eso ha habido
libertad, libertad y libertad bajo el techo familiar. Le he dicho que a mi se
me bautizó como mandaba el franquismo y ahí se ha alterado el capellán diciendo
que eso era una falacia y un mito y hemos empezado una pugna, educada en todo
momento, donde ni él me escuchaba a mí, ni yo a él, porque ninguno quería dar
su brazo a torcer en su discurso, hasta que le he dicho que a partir del 77 ningún sacramento se aplicó a ningún miembro de mi familia. Tengo que confesar
que he pecado contra el octavo mandamiento, pero la mentira ha sido piadosa y
mínima porque tan solo uno de cinco hermanos lo hizo y fue por abducción
conyugal.
Ahí el capellán se ha rendido y
me ha dicho: bueno ¿dónde quiere que le mande el documento? y tras darle mi
dirección me he despedido con un amable gracias para que vea que las ateas
podremos ser herejes, pero tenemos educación y conocimiento como diría mi
madre. Y también porque el civismo les duele, así no pueden etiquetarnos como
bestias, aunque no se corten a la hora de hacerlo como rojos sin dios, y que no
lo hagan porque eso a mi me enorgullece.
Reflexión:
Si no se puede votar, ni conducir
hasta los 18 años ¿por qué te pueden bautizar recién nacido? y lo que es
todavía más surrealista ¿por qué es irreversible este acto? ¿Dónde están las
leyes que protegen a los menores en ese momento? Menos mal que en el rito solo
puedes coger un resfriado por mojadura y que no te cortan ningún trozo, pero a
parte de eso qué diferencia hay entre unas prácticas y otras, si no se tiene en
cuenta la voluntad del individuo.
Todo lo que sea restar les
molesta, están por la suma y el beneficio. Tú no te puedes ir pero sí puedes
entrar desde otras militancias religiosas, por aquello de que cuantos más
seamos más nos reiremos de un estado aconfesional (que no laico) que nos paga
la fiesta en nombre de nuestra mayoría numérica. Si la Iglesia Católica, y no
digo los católicos, porque eso sería ofensivo para muchos cristianos de base
que trabajan por cambiar el mundo, aunque no comparta en nombre de qué lo
hacen, no los de la caridad sino los de la autogestión que no proclaman su fe
porque es una cuestión privada. Si la Dictadura de la Conferencia Episcopal
abandonara el nacionalcatolicismo, se dedicara a sus menesteres que no
ministerios, dejara de canonizar mártires de la Santa Cruzada (su orgía de
sangre antifascista), de practicar el negacionismo de la Memoria y renunciara a
la teta del estado, quizá ésto de apostatar no sería un acto de protesta o de
denuncia para muchos, sino un acto de normalidad y libertad personal de los que no necesitamos más guía que nuestras propias ideas de justicia social y nuestros códigos éticos de comportamiento.
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