Estaba tan harta de ver la involución nacionalcatólica, de alcaldesas y medallas para vírgenes de todo ropaje y de ver a gente que no es de izquierda, ni de derecha, pero que si les aprietas te dicen, yo personalmente soy de izquierdas, defender el concepto patria y unirlo al concepto religioso, como hecho cultural e incluso identitario, que he tenido que ir a darme de baja de la secta católica con carácter de urgencia como terapia. Ya pensaba hacerlo, pero la vida es muy suya y entre todas las vueltas que ha dado en los últimos tiempos ninguna me había llevado a la puerta del Arzobispado de Barcelona, hasta el pasado lunes, cuando ya no podía más ni la propia vida.
Estoy indignada, pero de verdad, calificativa y sustantivamente, como atea defensora del estado laico. Quizá a mucha gente esto le suene a extremismo, pero no me extraña dado el grado de aclimatación al vasallaje a mensajes que creímos superados en este Estado de cirio, castañuela, cuernos, rebujitos y demás caspa. Teniendo en cuenta que Pedro Sánchez dice ser la izquierda de este país, seremos legión los que estemos en la extrema izquierda por culpa del cambio de baremo. Lo curioso es que los que perseveramos en esto de la coherencia seguimos décima arriba, décima abajo, por aquello de la evolución, en la misma línea, no vamos cambiando nuestros principios en función de estrategias en tableros de ajedrez en los que acabas jugando la partida con la señora de la guadaña.
Estoy profundamente triste y cabreada por encontrarme cumpliendo años en un mundo cada día más superficial, más ritualista, más pasota, más machista, más cínico, más a lo suyo que a lo de todas. Si me hubieran dicho en mi adolescencia que íbamos a acabar así de modernos epidérmicamente en el banal mundo de las tecnologías, como mosca en tela de araña, y tan arcaicos bajo la piel, aferrándonos a tópicos que tanto daño nos han hecho, habría tirado de la palanca de emergencia.
Como descendiente de andaluces me fastidia, me asquea, las explicaciones que se están dando tras la concesión de la medalla por parte del ayuntamiento de Cádiz a la virgen de turno, como si ser creyente fuera inherente a ser andaluz. Yo que sigo anclada en el pasado del materialismo dialéctico como foco de progreso y luz de la humanidad me horroriza que nos tengamos que encomendar al santoral para evadirnos de los problemas de la sociedad como en la Edad Media. Como defensora del estado laico como pilar fundamental de cualquier democracia que se precie no puedo admitir ni las declaraciones de Kichi, ni de Monedero, ni de Teresa, ni las de Pablo Iglesias. Si ahora tenemos que salir a repartir estampitas en vez de octavillas porque a los pobres lo que les queda es la fe en seres no tangibles, y no os avergüenza justificarlo como hecho antropológico, costumbrista o como cosas de provincias, deberíais ceder, los que tenéis sillas que pagamos creyentes de cualquier religión y no creyentes, a quienes tengan claro lo que es democracia y lo que es folklore que distrae masas a ritmo de tambor y corneta. Aquello que dijo el señor de barbas sobre el opio del pueblo, aunque con competencia, sigue vigente. Yo les pregunto a los iluminados: Todo vale por un puñado de votos?. Y lo que es más trágico, estáis seguros de que quienes solicitan medallas os votan a vosotros?. Habéis pensado en los que os van a dejar de votar por esta cuestión?.
Argumenta en el colmo de los colmos el señor Iglesias, que dar la medalla a una virgen en Cádiz con su tradición anarquista (de todos sabido tan ligada a la iconografía católica) es una decisión laica, debe serlo si lo hace uno de los casi suyos. Debe ser que cuando pasas de profesor universitario a diputado tienes que dejar tus neuronas o tu vergüenza en la taquilla del Congreso hasta acabar la legislatura, para no afectar a la media de sus señorías. Alega Iglesias que son cosas de provincia que los capitalinos no comprenden y yo le digo a Pablo que esa explicación es tan snob como insultante, pues las palabras del diccionario significan lo mismo allá donde te tomas la molestia de consultarlo, y sorpresa, que una administración dé una medalla a una virgen no es un acto laico en ninguna parte. Eso por no hablar del sentir de todas aquellas personas que profesan otros credos o ninguno y que pagan su IBI como buen contribuyente, deben ser ninguneados por su ayuntamiento? Qué pasaría si se recogieran más de 6000 firmas para pedir la medalla para Buda o para Mahoma, se hubiera actuado igual? Si se desliga la administración de la religión y de las costumbres populares será más democrática, efectiva e igualitaria para con toda la ciudadanía. Escribir cosas tan primarias me provoca sonrojo.
Las medallas que las otorguen las congregaciones y demás organizaciones religiosas a su colección de santos en la intimidad. Yo me pregunto qué les pasa a estas personas que no tienen bastante con profesar su fe y dedicar sus días a tallas en las que se gastan fortunas, que se hagan mirar si su afán imperialista y expansionista imponiendo sus ídolos es muy cristiano. 6000 versus casi 120.000 habitantes de Cádiz. Aunque la culpa del bochornoso espectáculo sea de quienes conceden los deseos mágicos al pueblo idólatra.
Y lo que más me fastidia de algunos de estos supuestos ayuntamientos del cambio, que tantas cosas no han cambiado y que tanta esperanza trajeron a mucha gente, es su aclimatación al modus operandi de lo viejo, su adaptación a la tergiversación para justificarse, su gran soberbia que les impide reconocer los errores y subsanarlos. Y también su falta de comunicación con aquellos que siguen en la calle haciendo lo que supuestamente decían hacer ellos antes, en el activismo en lo más crudo del crudo invierno de la desmovilización y el conformismo como tónica general, sin horizonte de tomar palacio alguno. Aunque haya focos de resistencia.
Supuestamente yo soy la obsoleta, la de izquierdas, la republicana, la atea, la que habla de proletariado, de lucha de clases, de estado laico, de verdad, justicia y reparación, pensando en las víctimas, no en las fotos. Pues esta antigualla os dice que actos como este vienen a menospreciar las personas que lucharon y pelearon contra el fascismo para entre otras cosas no ver en sus ayuntamientos a vírgenes cargadas de medallas de la administración pública, haciendo el caldo gordo a la Iglesia y a la derechona de mantilla y golpe en el pecho con cuentas en Suiza. Y menos excusándose en el pueblo llano y sus humildes peticiones. Lástima de todos los que restan en las cunetas, creyentes o no, que tenían claro que el estado debía ser laico y respetaban el artículo 26
de la constitución de la II República.
Hace unos días releía el consejo de guerra de mi andaluz y provinciano abuelo donde le acusaban del clásico “quema de iglesia”, a lo que el buen hombre respondió que no podía haberla quemado porque en su aldea no había iglesia, y era cierto. Tan cierto que mi padre vio su primer cura con 14 años al terminar la guerra lejos de su pueblo y se asustó de ver a un señor con vestido negro, fue mi abuela quien tuvo que explicarle lo que era. Hizo la comunión en la mili de la posguerra con un hambre canina para poder comer paella en abundancia, ya se sabe que el hambre tiene cara de cochino. El otro día mi sobrina que ahora vive en Sevilla y que no ha recibido ningún sacramento de la Iglesia católica se asomó a la ventana de madrugada para saber de donde venía la escandalera y observó a los romeros del Rocío con sus carretas con dos pobres animales atados al carro que no podían con su vida y remedó a su abuelo cuando verbalmente le dio un repaso al santoral. Un buen amigo domiciliado en Sevilla me relataba como lleva sufriendo durante un mes misas dominicales en su plaza, un espacio público, imagino que si sacara un altavoz al balcón con el tema de Parálisis Permanente “Quiero ser santa”, a todo volumen, se lo llevarían detenido por delito de odio religioso. Igual lo que nos pasa es que los que no somos andaluces de pro no podemos entender todo esto. Para vuestra reflexión comparto el documental Rocío por si no lo habéis visto y la triste historia de su director Francisco Ruíz Vergara.
Este será el año en que los que no son de izquierdas, ni de derechas, pero están ahí gracias a los votos de gente que sí se considera de izquierdas se congració con la confesionalidad del estado, aquello tan básico contra lo que tantos estábamos de acuerdo. No opongan resistencia, encomiéndense todos a la superstición y dejen atrás el progreso y el librepensamiento, porque este es un país para eso y para nadar heroicamente a contracorriente, os espero río arriba.
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