Cuando nada cambió en la
transacción española yo era una niña con preocupaciones políticas, concienciada
por la historia familiar siempre presente, pero sin ninguna responsabilidad, dada mi edad, sobre
aquella oportunidad robada a todas las republicanas y republicanos, ni sobre la
vergüenza de la claudicación por decenios. No soy culpable de los golpes que
recibieron los que se resistieron a guardar la tricolor en un cajón, no llevo
sobre mi conciencia la venta de las memorias de tantas y tantos antifascistas
caídos por la libertad en nombre de ficticias reconciliaciones coronadas por
dinastías borbónicas impuestas por dictadores genocidas. Crecí en un país rehén
durante años del perverso discurso de la superdemocracia del felipismo inoculado
por las potencias que diseñaron en un despacho como sería el futuro de los
españolitos, bipartidismo y corrupción, títeres del alegre capitalismo que nos
sacaba de la oscuridad del franquismo a golpe de créditos y deuda. Brillaba el sol
al que cantaban los franquistas mientras se desmantelaba el sistema productivo
del estado español para ser esclavos del sector servicios, se bailaban
sevillanas en los saraos porque nunca se haría una reforma agraria, se
celebraban misas y romerías porque no seríamos un estado laico, volaban los
sobres en el reino de la financiación ilegal y los tantos por ciento. Pero éramos modernos, teníamos aves,
expos, olimpiadas y los hijos y los nietos de los defensores de la legitimidad
republicana, la mayoría ajenos a las historias de sus padres y abuelos, vivían
desanclados de las memorias que sepultaron los que se llamaban de izquierdas,
todo para que la fiesta de la transición no acabara nunca. Así el estado
español iba hacia el abismo bajo el signo del olvido, cada vez brillaba menos
el sol, hasta llegar a esta oscuridad de represión, censura y fascismo sin
precedentes, donde hay muchos culpables, hasta los que se creen libres de toda
mácula. Nadie pidió perdón
entonces y casi nadie lo hace ahora, casi nadie reconoce la traición de la
transición, se siguen aferrando al constitucionalismo, incluso aquellos que lo
critican. Yo entonces no tenía voz ni voto, pero ahora sí y quiero votar el 1
de octubre.
Cuando hace años reflexionaba sobre
como fue posible lo que ocurrió en la transición más allá del miedo tras salir
de una dictadura, el ruido de sables y los centenares de muertos, no podía
comprender con la mansedumbre que se aceptó la ley de Amnistía, las monarquías
por la gracia del Caudillo como algo irreversible, y menos aún cuando las
mayorías absolutas de rosas, ya marchitas, se permitían el lujo de la traición
y el olvido. Ahora a menos de un mes del referéndum que debe hacerse en
Catalunya lo entiendo mejor porque estoy teniendo un déjà vu: cobardía, intereses
y estrategias de partidos bajo el palio de la unidad de la Corona de España, la
santísima Constitución y de trasfondo histórico de esta historia los brazos en
alto, yugos, flechas y cruces. Los polvos y los lodos.
Del PP como digno hijo del
franquismo no me extraña nada, así como de su copia Ciudadanos nacido del
anticatalanismo irracional para ser únicamente ultranacionalista español. Del
PSOE, bicéfalo, adorador de una Constitución que hace años dice querer cambiar,
temeroso de la verdadera democracia envuelto en la rojigualda mientras habla de
plurinacionalidad, predicando cínico un diálogo que sabe imposible, paladín del
bipartidismo que defiende que votar no es un derecho inalienable si a su
sistema transicional no le interesa, tampoco me extraña nada. Pero de aquellos
que tiempo atrás iban a romper el candado del 78, se espera que cuando llega
una oportunidad que brinda esa ruptura en bandeja sean valientes y apuesten por
el derecho a decidir, ellos no pueden ser a estas alturas dignos hijos de la transición.
No pueden ser como aquellos que rompieron los palos de las banderas republicanas
sobre las cabezas de sus compañeros antifranquistas por orden del que vendría a
ser el nuevo orden, el perro franquista con collar de demócrata.
Nada espero de los que circulan
por la vía de los que niegan el voto, boicotean, reprimen y utilizan las
cloacas del estado mientras se ríen en nuestra cara arrogantes. Nada espero de
los que nadan intentando guardar la ropa apoyando a los primeros, intentando
subir en las encuestas de intención de voto. Algo más espero de otros.
Y la verdad es que me cuesta
digerir este momento porque negar el derecho a voto es incomprensible, tanto
como excusarse en la falta de algo. No se trata de votar independencia, se
trata de votar. Que no me expliquen que esto es un invento de la oligarquía
catalana para hacer un país a su imagen y semejanza, hemos estado aquí los
últimos años viendo como la ciudadanía empujaba este proceso, lo hemos vivido y tenemos memoria, y hasta criterio para discernir. El 2 de
octubre creo que seguirá habiendo gente de izquierdas de verdad en Catalunya,
que seguirán luchando por los derechos de todas y todos. Los que vinieron a
salvarnos del bipartidismo deberían estar en primera línea defendiendo el
referéndum, y los que están por el no, haciendo campaña por su opción sin medias
tintas. Deberían, no sea que
dentro de 30 o 40 años alguien que ahora sea una niña tenga que escribir un
artículo como este, así podrían ahorrarse la vergüenza de verse señalados en el
futuro por no haber tenido el valor de estar en el sitio correcto. El
referéndum de Catalunya es la cuerda de la que debemos todos tirar para
desclavarnos la estaca del franquismo y la transición, es una batalla que
también deberían librar aquellas y aquellos que quieren una estado español
republicano, federal, laico, de verdad, justicia y reparación.
Espero que el 1 de octubre seamos
muchos millones los que vayamos a votar, cada uno por su opción, sea cual sea,
para cortar el cordón umbilical que nos une al útero de naftalina franquista.
Para ir sin miedo a recuperar todo lo robado, aquí y allí, para construir
futuros de encuentro, prosperidad, solidaridad, en igualdad y con toda libertad.
Para construir república, repúblicas.
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