Tengo un twitter voyeur y alucino
bastante, si Hitchcock resucitara rodaría “los pájaros 2” saltando de hashtag en hashtag para
aterrorizar al personal. Uno de
los que me ha dejado perpleja, en un primer momento, luego tras lo visto y
vivido en los últimos meses no me ha extrañado nada, es el de una mujer
madrileña en la treintena que explica que por afinidad política y coherencia
votaría a las CUP, pero que dadas las actuales circunstancias, de poder
hacerlo, votaría a Ciudadanos. Surrealismo, punto y seguido.
Esto me sirve para seguir
intentando explicar que el nacionalismo pernicioso, colonizador y corrosivo es
el nacionalismo español cuyo pajarraco bebe en las ciénagas franquistas de hoy.
Un veneno inoculado en una generación vía represión, que se ha perpetuado emocionalmente
vía genética social e imposición nada subliminal a través del bombardeo
mediático. Así parece muy simpático ver a criaturas haciendo juras de banderas
españolas en los patios de sus colegios besando le drapeau mientras horroriza que los niños catalanes vean la
didáctica pura del InfoK. Escalofriante. Esto me recuerda aquella triste
fotografía franquista de unas criaturas alienadas por el falangismo brazo en
alto en un comedor social. Pero el Reino de España no adoctrina, forma españoles
de bien, como antaño, con aquella asignatura de formación del espíritu
nacional.
Se trata de crear súbditos
normales, esos que según Ciudadanos y PP deben regir los designios de
Catalunya, los que acuden a sus
cantos de sirenas patrióticos para ser toreados por el capote rojigualda de la
derecha extrema y del neoliberalismo folklórico, corrupción de poderes Made in
Spain. Son los representantes de la Catalunya normal, no los engendros que
votan a independentistas o equidistantes.
Espero con esto no estar cometiendo el delito de moda de Zoido, que no
es otro que el de odio. Una interpretación libre que le da la vuelta a lo que
dice el código penal, porque se ve que ahora se comete contra el que detenta el
poder, contra el que tiene garantizado por la constitución el monopolio de la
violencia. Y en este trágala ciego de patriotismo barato, a ver quien lo es
más, nadie se da cuenta de que la triste democracia que nos asistía se va por
el sumidero. Vivimos en un despropósito franquista envuelto en una legalidad
reinterpretada a la carta, que sirve para justificar los atentados contra el
estado de derecho y los derechos del pueblo sin que salten todas las alarmas. Una
normalidad terrorífica. Así los anormales odian, según ellos, porque piensan
que hay presos políticos, por querer votar, por defender pacíficamente derechos
fundamentales, por querer crear una república, por no querer tener rey, por no
querer que el fascismo contamine sus calles, por ser demócratas.
Los adoradores del chicle 155 aplicado
en bucle hasta la victoria final, hasta dejar cautivos y desarmados a los
anormales, campan por sus fueros, arrasando todo lo que huela a libertades y
derechos, autoproclamándose los campeones de la democracia. Quieren hacernos
creer que su imposición de la constitución monárquica, hija del franquismo, perpetrada
a su antojo, es un hecho democrático, acusando de fascistas a quienes deben
acatar por imperativo legal el golpe de estado contra las instituciones
catalanas. Un Parlament democrático hasta este septiembre a pesar de estar
gobernado por anormales, dejó de serlo de la noche a la mañana. Como un virus
se expandió un anticalanismo furibundo y como en los procesos de caza de brujas
de la Inquisición todo el mundo descubrió de repente que el maligno manejaba los
designios de los pobres catalanes y cundió el pánico en una psicosis colectiva
auspiciada por los medios. Ese fanatismo viejo, hijo de la inquina de los
vencedores, al grito de a por ellos se propaga entre los hijos de los
perdedores, secuestrados por una bandera que no era la de sus padres, aquella
tenía tres colores. Se inicia un peligroso viaje al epicentro de los vicios de
la transición para construir un estado español más a su imagen y semejanza, sin
que nadie se espante. Así crece el voto a Ciudadanos en los barrios populares
con mensajes tan simples que asustan. Así se pasean Ciudadanos y PP acompañados
de fascistas de reconocido pelaje sin despeinarse, porque esos perros también serán
guardianes de sus ovejas.
Y mientras los normales llaman
fascistas a los que reciben agresiones por fuerzas del orden público de paisano
en estado de embriaguez y gente tatuada con cruces gamadas, otros, que deberían
ir cumpliendo sus promesas cizalla en mano, acusan a las víctimas de haber
resucitado al fascismo, como si hubiera estado muerto alguna vez. Una acusación
de una bajeza moral y una pobreza política que justifica a los fascistas, esos
que también les llaman a ellos rojos de mierda. Los que acuden a los cumpleaños
de la Constitución de teloneros de los monarcas han llegado a comparar en su
desvarío el Procés con ETA. Que no
se esfuercen, ellos tampoco son candidatos al certificado de normal y deberían
estar en este momento defendiendo derechos inalienables jugando en el campo de
las libertades o por lo menos practicando un juego limpio.
Es terrible que se tenga miedo a
una posible independencia de Catalunya pero que no se vea el peligro de quedarse
en un reino español totalitario, decadente y corrupto. Es alarmante que la
gente se crea la mentira de que antes del 155 se iba al desastre total y con el
155 milagrosamente la economía haya resucitado de entre los muertos y mane del
cuerno de la abundancia constitucional empleo y alegría. Es triste que haya
gente que viva asustada por la libertad y se muestre sumisa ante el expolio
justificándolo. Es decepcionante que quieran curar sus temores colgando una
bandera española en su balcón como quien ahuyenta a los vampiros. Es una
estampa que recuerda a aquel niño de la lengua de las mariposas tirando piedras
a su profesor, en este caso aniquilando la escuela catalana en la que se han
formado también quienes quieren arrasarla.
Los del 155, constitucionalistas,
unionistas o como se les quiera llamar, PP, PSOE, Ciudadanos, juegan a
convertir las víctimas en verdugos para juzgarlas miserablemente, algunos
bailan por lo que le echen, hasta el Rock de la cárcel. A partir del 22
mientras unos celebrarán con champán, no con cava, que les ha tocado la lotería,
muchas personas recibirán una notificación judicial por defender el derecho a
voto y la república, una amable invitación a unirse a las presas y presos
políticos, esas que no existen y que ya disfrutan de la hospitalidad del Reino
de España.
Es momento de votar por la
ruptura democrática, por la república, para convertir estas elecciones impuestas,
tuteladas por el estado español, en un referéndum por el derecho a decidir de
Catalunya, porque del resultado del 21D no podrán decir que no tiene garantías
y que ha sido manipulado. Más allá de la legitimación de las aspiraciones de
millones de personas que se han manifestado gritando “las calles serán siempre
nuestras”, quizá estas elecciones se conviertan en el día de la marmota, porque
ya han avisado los constitucionalistas que el artículo 155 se aplicará ad
eternis para que la república catalana no sea una realidad. Queda mucho viaje y
se necesitarán muchas compañeras y compañeros de más allá de las fronteras de
Catalunya para que las repúblicas rompan de una vez por todas con este
franquismo insoportable que nos asola.
Por dignidad.
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