En julio de 1936, tras el golpe
de estado de la oligarquía, sable y cruz en mano, el pueblo antifascista se echó
a la calle a defender la legalidad republicana. Los antifascistas de toda
bandera se concentraron ante los gobiernos civiles y los ayuntamientos pidiendo
armas para defenderse de los golpistas, sin saberlo estaban plantando cara a lo
que se convertiría en 40 años de dictadura asesina, de principio a fin. En
aquel momento la República dudó, tenía quizá más miedo de quienes estaban
dispuesta a defenderla que de quienes querían acabar con ella, porque no
supieron ver que aquella no era una asonada más, sino la muerte del único rayo
de luz que asomó en la historia del siglo XX. Así pasamos de monarquía a
monarquía en el sangriento juego del paso de la oca. Fue un doble combo del
poder secular que unificó dictadura y monarquía bajo la apariencia de una
democracia.
Estos días en Catalunya el Govern
ha tenido el mismo miedo del pueblo que en su día tuvo la República. Miedo del
pueblo clamando justicia y no hay nada peor que ese miedo para la democracia.
Al Govern, tanto a un partido como a otro, les ha sorprendido que tras la
sentencia naciera algo nuevo que venía a ponerlos contra el espejo de la
historia, ese que dice si has estado a la altura de los ideales que predicas. Y lamentablemente se ha demostrado la
bajeza de unos gobernantes que se han vuelto a amedrentar y que se han visto
otra vez superados por la gente, esta vez por una generación que ha crecido con
el Procés y que está harta de tanta humillación. La respuesta del Govern ha
sido reprimir, golpear salvajemente, detener arbitrariamente a las hijas e
hijos de quienes tantas veces han marchado pacíficamente, dócilmente, pero más
comprometidamente de lo que se imaginaban, por la libertad y contra la
injusticia. “El pueblo manda y el gobierno obedece” no les parece a los que
gobiernan una máxima a adoptar.
Ya se ha dicho por activa y por
pasiva que esto va más allá de la independencia de un país, más en este momento
de represión atroz, justificada por el podrido panorama de medios de
adoctrinamiento de masas, escupiendo basura manipuladora las 24 horas por las
ondas y los cables. Una represión que en su ceguera sacude a quien se ponga en
su camino sacando ojos, destrozando testículos y cráneos, aporreando a diestro y siniestro, torturando en dependencias policiales, metiendo en la cárcel sin
fianza con pruebas inconsistentes o directamente con pruebas falsas a
sabiendas, todo ello en connivencia con fiscales y jueces. Una represión
indiscriminada que ha sacudido también a más de una cincuentena de periodistas.
Estos días se mostraba escandalizado el abogado Benet Salellas por haber asistido su
defendido durante su declaración en sede judicial ante la presencia de dos
policías encapuchados. La represión en Catalunya está abriendo un negro pozo,
más profundo y resbaladizo de lo que intuíamos, por el que todos podemos caer
sin tener donde agarrarnos. Aquí nos jugamos todas y todos más de lo que nos
pensamos.
Va más allá de independencia, va
de derechos y libertades, va de derechos humanos, de su vulneración, va de
parar la represión policial, judicial, legislativa.
Va de que el conseller
d’interior, Miquel Buch, tendría que haber dimitido hace tiempo por permitir
que sus antidisturbios se abracen a los matones de las mafias que desahucian,
pegue a los desahuciados y a quienes los defienden, por permitir que den la
mano a fascistas y les permitan salir de cacería a apalear a jóvenes
antifascistas, por permitir que lancen balas de foam directamente a gente
indefensa, por golpear indiscriminadamente pasándose por el arco su propio
reglamento, por atropellar con sus furgonas manifestantes. Y la lista es más larga. Va de que tanto
el Govern, como la progresía gobernante en ayuntamientos, como Barcelona, pida
perdón por llamar violencia a la quema de contenedores y preocuparse más por el
mobiliario público que por las personas, esas que también votan o igual a
partir de ahora no. Va de que la Policía Nacional nos retrotraiga otra vez al
gris de los uniformes de la dictadura destrozando, torturando y vejando a
personas, lanzando pelotas de goma dedicadas y que luego a ojos vista reciban presentes
aceptándolos sin pudor ninguno, recibiendo el premio del gobierno a quien luego
muerde la mano. Va de un ministro del interior puesto en evidencia por Europa
por permitir la tortura, de un ministro al servicio del atado y bien atado
justificando la represión de estado, de un ministro que felicita en la que fue
sede del terrorismo de estado en Barcelona a funcionarios públicos que ponen, según testimonios de los detenidos, un
cúter en el cuello de una detenida entre insultos e himnos de España. Va de un
presidente en funciones en campaña electoral, sin más horizonte que el sillón
presidencial a cualquier precio, enrocado en el una, grande y atada, dispuesto
a jugárselo todo a una carta para alcanzar su meta, un presidente abucheado
desde todos los frentes, con miedo a coger un teléfono, al pueblo y con guardaespaldas
enseñando metralletas a las trabajadoras de un hospital público, un presidente
al que al 10-N no le van a salir las cuentas por mucho que se agarre a la
excusa bipartidista de condene usted lo que yo quiera, que nunca será
suficiente.
El viernes en las Marchas por la
libertad se pudo ver a una chica con una bandera española al cuello que
levantaba un cartel en el que se podía leer: “No soy independentista pero
tampoco gilipollas”. Horas más tarde se vivía una nueva jornada de rabia,
una rabia justificada, por parte de una mayoría de jóvenes que no quieren que
les tomen por tontos, tragándose su miedo levantando barricadas al grito de
Catalunya antifeixista. Una rabia que volvió a situar la represión en el
objetivo y que levantó la solidaridad más allá del Ebro, un apoyo que también
fue reprimido y castigado con la misma violencia y que puso en evidencia que en
lo único que es democrático el estado español es repartiendo leña, da igual
Madrid que Barcelona. El miedo del poder y sus vasallos al antifascismo unido y
defendiéndose se huele de punta a punta del reino. Esa es la única fuerza que
puede dinamitar el Régimen del 78, esa es la lucha que no se debe abandonar, ni
dejar que sea instrumentalizada, ni neutralizada por ninguna sigla.
Y si Pedrito, sus cloacas y su
director chaquetero de campaña piensa que Franco en helicóptero puede tapar
toda la inmundicia de esta entelequia llamada Reino de España no está mirando
más allá de noviembre, el mismo mes en que el genocida tuvo a bien morirse en
1975, dejándonos a todos bajo la tutela de la sombra de su dictadura.
Estos días estalló en Catalunya
la rabia de las nietas y nietos que vieron a sus abuelas y abuelos apaleados el
1 de Octubre, hijos a su vez de las personas que sufrieron la represión tras el
golpe de estado franquista y que fueron torturadas, encarceladas, fusiladas,
asesinadas y que yacen en las cunetas. Porque las luchas se retroalimentan
incluso sin que sus protagonistas sean conscientes de ello, porque otros
levantaron barricadas en dictadura y transición en defensa de las libertades y
de los derechos sociales, laborales, colectivos e individuales, porque la
protesta y la autodefensa no se pueden criminalizar, porque nos jugamos más de
lo que pensamos. Porque quien siembra miseria, recoge la rabia.
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