La privación de libertad como instrumento represivo contra la disidencia política que ejerce sus derechos democráticos, es un gravísimo atentado contra los derechos humanos. Da igual si se lleva a cabo contra la clase política previamente consentida y pagada por el sistema, contra sindicalistas irreductibles, contra activistas sociales, contra el pueblo antifascista indignado, contra los que critican monarquías, judicaturas, fuerzas y cuerpos de seguridad del estado, contra sustentadores de lo inamovible, lo hagan a través de su pluma, su voz, su música o sus viñetas. Cuando esto pasa la democracia se convierte en guardia pretoriana de los que mueven los hilos del sistema a mayor beneficio propio.
En los últimos días hemos asistido a diferentes noticias que apuntan en una misma dirección, que no es otra que la impunidad que se constata cuando la justicia no es igual para todos. Los señores fascistas del ataque a Blanquerna eran simplemente unos gamberros haciendo una travesura, los guardias civiles que dejaron 15 cuerpos sin vida en el mar unos servidores públicos, los negocios del irresponsable Juan Carlos un hecho aislado de la casa real con prescripción y la lista sigue. Mientras tanto las víctimas del fascismo español tienen que pedir a la Fiscal General del Estado que derogue una circular de infamia de su predecesora Madrigal, vergüenza democrática. Siguen los juicios contra todo aquello que huele a rojo y separatismo como en los mejores tiempos del que señaló el camino que hoy recorremos. Antifascistas siguen injustamente encerrados en prisiones de todo el estado y los presos políticos ven vulnerados sus derechos una vez más, por ser unos sediciosos que deben ser reeducados, seguramente les gustaría hacerlo a lo Vallejo-Nájera.
Pero lo cierto es que parte de ese trabajo de domesticación acaba llevándose a cabo silenciosamente porque cuando entras en el circuito que el sistema vende como instrumento de reinserción comienzas a desaparecer, a ser rehén de obra y pensamiento del enclaustramiento imperativo. Es perverso, progresivo y suave y se ha podido constatar en las últimas entrevistas a los presos políticos catalanes, esta deriva se ha visualizado en una de las frases que de una u otra manera casi todos han verbalizado: la prisión es una experiencia de la que se aprende. Es muy judeocristiano eso de aprender de la experiencia a través del sufrimiento y del castigo, solo que no corren tiempos para el martirologio que prende llamas de revolución, cuando la mecha es lamida inconscientemente por los que deberían hacerla arder. Casi todos han contado anécdotas sobre su vida en prisión entre sonrisas y quitándole hierro a situaciones que deberían ser denunciadas con seriedad e indignación, llegando a extremos en que parecía que más que en prisión habían estado en un retiro espiritual para su crecimiento personal. Los que han compartido espacio con corruptos y ladrones por ambición, no por necesidad, han dicho de ellos que eran interesantes o simpáticos, palabras que no hubieran pronunciado en otras circunstancias. Una imagen de banalización de la prisión insufrible mientras entre las paredes de esas instituciones se vulneran derechos, se reprime, se muere también en el anonimato. Quizá no son conscientes de que quienes les escuchan desde diferentes posiciones políticas no entienden la gravedad de su privación de libertad, impidiendo que los no concienciados vean como alienante y devastador su encarcelamiento. Y comprendo que hay supervivencia en sus palabras y que es humano, que seguramente es un tanto inevitable caer en esa trampa, pero dan un mensaje equivocado. Y aquellos que están en prisión por sus ideas no pueden permitirse vivir en Estocolmo si quieren hacer de su situación un instrumento de lucha política. Ahora vuelven detrás de los barrotes tras una decisión judicial del enemigo, sonrientes y saludando, diciéndose fuertes y reafirmados en sus ideas, pero a las rutinas minadoras de la cárcel que te roba tu día a día. Y seguramente, yo no hubiera vuelto, porque no veo dignidad, ni utilidad alguna en dejarte encarcelar por quien te quiere reprimir, pero de hacerlo hubiera entrado con semblante serio y combativo. Porque lo cierto es que no los encarcelan porque les tengan miedo sino porque pueden hacerlo y porque la escuela de la vejación del vencido tiene gran arraigo en el Reino de España.
Y puede parecer injusta mi reflexión y puede llevar a engaño y hacer pensar que señalo a la víctima y no al verdugo, pero no es así, sino todo lo contrario. Lo que pretendo denunciar es la indefensión ante el marco mental impuesto e imperante, que va más allá de las decisiones judiciales arbitrarias e injustas, de los gobiernos que las secundan por acción u omisión, de la sociedad que las aplaude, las acata o las sufre apretando los dientes. Que va más allá de derechos a decidir, que va de más derechos fundamentales que son violados y de que mañana puede tocarte a ti por exigir una sanidad y educación públicas gratuitas y de calidad, por resistirte a ser expulsado de tu casa, por salvar la vida de un migrante, por defender los derechos de cualquier minoría, por luchar por tu puesto de trabajo o tu derecho a unas condiciones laborales dignas, o simplemente por pasar por allí en el momento inoportuno. Todo esto agravado por vivir en tiempo de pandemias donde todos deberíamos vacunarnos contra el fascismo y el neoliberalismo salvaje y desligarnos de las viejas ataduras que nos inmovilizan y de las mordazas que nos inducen a la autocensura.
Hay un hombre que solidaria e internacionalistamente, a las 13 horas se pone frente al ayuntamiento de Barcelona y empieza a recitar durante más de 10 minutos una lista, que de seguir las cosas así se convertirá en interminable. Un listado que incluye presas y presos, exiliadas y exiliados, personas señaladas por el estado español y otros, pendientes de juicio, juzgadas y condenadas. Grita en voz alta el nombre de Valtonyc, de Hasel, de Dani, de los jóvenes de Altsasu, de los de Galiza, … d’Assange y a todos ellos les añade un nuevo apellido que deberíamos llevar todos con orgullo, uno que jamás deberían arrebatarnos y que no es otro que libertad.
El Reino de España se aferra con uñas y dientes a sus orígenes corruptos hasta el más espantoso de los esperpentos. Y mientras la carcoma devora sus entrañas es precisamente ésta la que sustenta los pilares de nuestra deficitaria y engañosa democracia de saldo. Por eso debemos denunciar que se trivialice el fascismo y a sus adeptos, no podemos permitir que sus discursos y sus actos sean aceptados como parte de la grandeza de la democracia que da cabida a todas las ideas, porque justamente un sistema democrático, si no quiere dejar de serlo, nunca debe amparar, blanquear, dar sillones a los fascistas y permitir que medren en la administración. De ese pozo de podredumbre no debemos beber porque es un foco infeccioso de represión y secuestro de libertades.
No quiero levantarme un día y descubrir que vivo en la capital de Suecia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario