Jordi Pujol en las milicias universitarias
A Jordi Pujol hay que explicarle que en la Ley no se debió plantear nunca la equiparación de víctimas, primero, porque no es lo mismo dar un golpe de estado o apoyarlo, que defenderse de él y sufrirlo en forma de una dictadura feroz e interminable. Habría que recordarle que estas víctimas de las que él habla han sido honradas por activa y pasiva durante 40 años y más, que sus familias se beneficiaron del régimen, que algunos hasta están canonizados. Y quizá lo que tendríamos que recordar es que cuando llega la República no se venía del limbo político, se venía de una dictadura consentida por una monarquía decadente, por una oligarquía inmovilista y explotadora, por una burguesía que bailaba al son que tocara y que se enriquecía con el sudor y la sangre de los obreros-esclavos mientras practicaba el derecho de pernada como en la Edad Media. La lucha por los derechos de la clase trabajadora en las primeras décadas del siglo XX desembocó en conflictos donde se derramó la sangre del pueblo, que recibía cárcel y muerte como respuesta a sus reivindicaciones. Y que decir de la Iglesia, que nunca estuvo al lado del necesitado más que a través de la triste limosna, siempre dentro del capítulo de caridad cristiana de las clases privilegiadas, que acallaban sus conciencias o que simplemente quedaban bien de cara a la galería, con un 99% para la Iglesia y un 1 % para los pobres. Ante este panorama tan desolador llega la República, no revolucionaria, una república de corte burgués con un programa ambicioso, pero no radical, que empieza a ofrecer una serie de libertades y derechos de los que nunca se habían podido disfrutar. Llegó el Bienio Negro y las clases que siempre habían ostentado el poder utilizaron su arma favorita: la represión. Muertos y encarcelados por todo el territorio, la antesala del fascismo. Tras la victoria del Frente Popular como respuesta a esa política de palo duro vuelve la esperanza de conseguir, justicia, pan, educación, derechos para la mujer, ... como no iba a defender toda la gente de bien ese tesoro ante el fascismo. La República no pudo en las primeras fechas, tras el alzamiento, poner, en algunos casos, rienda a tanta miseria y rabia desatada, almacenada durante generaciones de trabajadores que, en el mejor de los casos, podían aspirar a comer y a un techo. Estos no eran seres humanos que merecían una vida mejor, claro, estos deben de recordarle a Pujol a esos emigrantes que vivían en un estado de miseria cultural, mental y espiritual, de la que nadie tenía la culpa más que ellos mismos y que llegaban a Catalunya a contaminar sus vidas perfectas, la suya y la de su señora esposa, la reina de la xenofobia.
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